La migración contemporánea en su nueva forma está cambiando de raíz a las sociedades. Sus dimensiones políticas, sociales, económicas y étnicas están en el epicentro internacional de las preocupaciones por su dinámica y profundas consecuencias. El origen de los movimientos masivos de población transita por una doble perspectiva; los factores que los determinan y las regiones en donde cabe esperar futuras olas migratorias.
México y la violencia asociada con la disputa territorial entre organizaciones criminales ha bañado de sangre vastas zonas. El agravamiento de la situación alcanza niveles insospechados y la impunidad se asienta dejando en la indefensión a miles de personas a quienes el Estado ha abandonado en medio de los abrazos. Los brutales ejemplos se normalizan y los ataques entre grupos armados son cada vez más frecuentes y los asesinatos de periodistas aumentan ante el pasmo, omisión y/o colusión de diversas autoridades.
En el vacío que ha dejado la tolerancia del gobierno de López Obrador en estos cuatro años de estrepitoso fracaso en el rubro de seguridad, los cárteles han diversificado sus ingresos incursionando y extorsionando muchas de las cadenas de producción y distribución. Y se sabe que uno de los negocios más antiguos y redituables donde convergen oscuros intereses ha sido la migración irregular.
Sentados en el columpio de la política pública anunciada en 2018 por esta cuatroté, los migrantes son carne de cañón y fuente inacabable de corrupción y México se ha vuelto estratégico en el tablero del crimen transnacional para la ruta del tráfico de personas. La reciente tragedia en San Antonio, Texas, y el asalto a la valla de Melilla, que separa ese enclave español del territorio de Marruecos, exhibe la crisis global del fenómeno y el horror del destino.
Sin éxito de las estrategias implementadas por los gobiernos que expulsan y obligan a migrar a millones de personas por año, el punto de inflexión sigue siendo la cadena de corrupción alrededor de esta problemática que cuenta -en muchos casos- con los agentes facilitadores para los cruces fronterizos. Ellos alimentan la hidra de mil cabezas que danza en medio de muchas preguntas como ¿qué métodos utilizan los cárteles mexicanos para el reclutamiento de estos agentes facilitadores en México y en Estados Unidos para cruzar con éxito? La cloaca hiede y la nula administración de la crisis muestra que la cuatroté está rebasada y el problema migratorio nuevamente será uno de los asuntos a tratar en la reunión bilateral este mes de julio entre Biden y López Obrador.
La relación no pasa por los mejores momentos, la cuerda sigue tensa por múltiples desacuerdos y la olla electoral comienza a hervir entre corcholatas aquí y republicanos y demócratas allá.
La migración irregular es la que más preocupa a los países receptores ya que comúnmente es asociada a problemas de riesgo y de seguridad nacional.
Sin embargo, es necesario recordar que políticas restrictivas promueven los flujos migratorios y por ende facilitan el desarrollo del negocio criminal de las redes de traficantes y tratantes que en demasiadas ocasiones se superponen.
La actual coyuntura bilateral no presenta síntomas de empatía mutua y los abrazos del presidente mexicano contaminan el ambiente reforzando la narrativa de los (narco) relatos. La incapacidad de México y Estados Unidos de administrar correctamente la crisis migratoria que será el epicentro de la guerra electoral de noviembre enrarecerá aún más el canal del diálogo entre ambos países de cara al 2024.
La duda es si después de los desaires mutuos, contratiempos, desconfianza y disensos bilaterales se hará espacio en la mesa del encuentro de este mes para un quid pro quo o de plano será un juego de suma cero.
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