(EFE)
Un total de 376 agentes confluyeron en la Escuela Primaria Robb de Uvalde, Texas, una cifra superior al total de la fuerza policial de una ciudad de tamaño mediano de Estados Unidos como Fort Lauderdale, Florida, o Tempe, Arizona. Pero durante más de 70 minutos aquel 24 de mayo nadie detuvo al atacante.
En medio de los sonidos de disparos continuos que emanaban de la escuela, esperaron. Para cuando entraron y mataron a Salvador Ramos, de 18 años, 19 niños y dos maestras habían fallecido o tenían heridas mortales.
La respuesta es contraria a los entrenamientos para situaciones de hombre armado activo que enfatizan confrontar al agresor, un estándar establecido hace más de dos décadas después de que la masacre en la Escuela Secundaria Columbine mostró que el esperar costaba vidas.
“Esto hará retroceder 20 años a las fuerzas policiales. En verdad”, dijo Greg Shaffer, un agente retirado del FBI que ahora es consultor de seguridad en Dallas. “Fue una calamidad de errores”.
Se desconoce cuántas personas fueron baleadas en la Escuela Primaria Robb mientras la policía esperaba, pero la demora también significó que transcurrió más tiempo antes de que los heridos pudieran recibir atención médica que podría haberles salvado la vida, añadió Shaffer luego de que el domingo se diera a conocer el informe de una comisión investigadora de la Cámara de Representantes de Texas que detalló la caótica respuesta.
“Se tiene que asumir que hay personas que necesitan atención médica urgente”, declaró. “La terminología que usamos en los entrenamientos es: ‘Debes detener los asesinatos antes de que puedas detener las muertes’".
Esa fue una lección trágica de la masacre de 2016 en el centro nocturno Pulse de Orlando, donde más de la mitad de las personas que murieron se desangraron antes de poder recibir atención de emergencia, dijo.
Desde el principio, las tácticas de los policías en Uvalde no estuvieron a la altura de la mayoría de los procedimientos estándar de operaciones, reveló Shaffer. En lugar de avanzar juntos, uno de los tres primeros agentes se rezagó detrás de los demás y otro se detuvo. Y entre los primeros en responder, dos de ellos tenían armas largas y el tercero una pistola, lo cual podría haber sido suficiente para confrontar al atacante. “Esas son excelentes posibilidades. Me quedaría con esas posibilidades cualquier día de la semana”, añadió.
A medida que más agentes llegaban al lugar, en lugar de actuar como una fuerza abrumadora para abatir al agresor, parecían carecer de cohesión o liderazgo, dijo Maria Haberfeld, profesora de la Universidad John Jay de Justicia Penal en Nueva York. Eso se debe principalmente a que pertenecían a distintas agencias que no se comunicaron de manera eficiente entre sí, algo que le preocupa que vuelva a suceder.
“Tienes a varios departamentos que no trabajan en conjunto de forma regular respondiendo a una situación de crisis. Es algo caótico, es poco profesional, es disfuncional”, puntualizó. “Es el mejor ejemplo del peor de los escenarios que he estado pronosticando durante años, que esta multiplicación de agencias resultará en un desastre”.
Existe la posibilidad de que se presenten cargos penales contra los agentes policiales, pero es más probable que haya demandas de responsabilidad civil, indicó Shaffer. Un puñado de agentes locales han sido colocados bajo licencia administrativa, entre ellos el jefe interino de la policía de Uvalde y el jefe de la policía del distrito escolar, pero la inmensa mayoría de los elementos que respondieron al lugar eran de agencias estatales o federales, incluyendo casi 150 agentes de la Patrulla Fronteriza y 91 de la policía estatal.
“Pienso que muchas personas necesitan perder su empleo”, declaró Shaffer.
En total, el informe del domingo y más de tres horas de imágenes de las cámaras corporales de la tragedia del 24 de mayo representan la versión más completa hasta la fecha de uno de los peores tiroteos escolares en la historia de Estados Unidos. Algunos familiares de las víctimas llamaron cobardes a los policías y exigieron que haya renuncias.
Frank Straub, director del Centro para la Prevención de la Violencia Selectiva del Instituto Nacional Policial, dijo que el caos sobre quién era el comandante a cargo del incidente es algo que suele ocurrir entre departamentos que trabajan en conjunto. Aunque la situación creó confusión, el punto básico en el que se fracasó fue en confrontar al agresor lo más pronto posible.
“La obligación es neutralizar al atacante. Frenar el tiroteo, detener el derramamiento de sangre. Esa es la secuencia”, dijo Straub, un exjefe de la policía. “Al llegar el equipo de protección, los chalecos antibalas, los cascos antibalas, por protocolo debieron haber seguido adelante. Era su obligación detener el tiroteo”.
Incluso durante las pausas de la balacera “tenían que darse cuenta de que había estudiantes y maestros en esas aulas y que si iban a sobrevivir” necesitaban atención médica inmediata, añadió.