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Columna

Nuestra nevada Navidad

JULIO FAESLER

Esta Navidad es buen momento para considerar lo que ha significado el 2022 que está por quedar en el pasado.

Son muy pocos los que leen periódicos en nuestro país. Por geniales que puedan ser las ideas que se expresan en los editoriales y comentarios en los medios impresos caen en una delgada película de atención. Mientras ese selecto filón incluya a los que determinan los rumbos del país hay la posibilidad de llegar a influir en sus decisiones. Su éxito en 2022, como todos lo hemos visto, fue nulo.

La experiencia del año transcurrido ha confirmado, caso por caso, que el presidente de la República está convencido de que México no tiene capacidad de gobernarse a través de la democracia donde las decisiones importantes se toman por consenso. Esto es importante entenderlo. La profunda transformación de modos de la vida nacional que su personal visión de lo que el pueblo requiere hace inaceptable el mínimo desvío del mesiánico programa para el que AMLO se preparado desde que se inició como líder social. Le es absolutamente necesaria su intervención personal en cada detalle de su esquema, desde los conflictivos megaproyectos hasta las minucias de nombramientos diplomáticos.

La indignante desigualdad socioeconómica que abruma y lastra se remacha con la sistemática marginación de todo lo que no aporte a su planes. El único camino para disolver la inequidad que divide al país y lo condena al país a la sumisión, incluso a los odiados intereses extranjeros, en que nos vamos hundiendo es abrir la gestión gubernamental a la democracia. No puede ser mayor la ironía. La sociedad mexicana está en el mismo punto de conquista política que en los años del priasgo.

La desigualdad económica pero más aún la política, es el mayor enemigo de México. Se presenta en todos los órdenes de la vida local, regional y nacional. La concentración personificada del poder público ha sido, hay que admitirlo, una constante a lo largo de todas las etapas de nuestra historia. Acabar con esta monomanía involucra resolver el dilema con que se ha vivido de insistir en que el progreso es fruto de laideología. Con la excepción de los dos sexenios panistas, el mexicano es conducido por alguna ideología, antes priísta, y ahora morenista.

El desarrollo de una comunidad depende de la suma y conjunción de ideas, no ideologías. Las de fuerzas, no sujeciones. La de negociación legislativa no decretazos o mayoriteos. La realización del infinito potencial de una sociedad es gradual y evolutiva. Nunca la dictadura ha sido ni eficaz ni mucho menos permanente.

Dentro de pocos días todos re-emprendemos el azaroso camino que ya se ha iniciado hacia la construcción de un gobierno que será inevitablemente distinto al que ha diseñado e impuesto López Obrador. Será distinto a los modelos del siglo XX mexicano que fueron conducidos por retazos de un ya lejano 1910. Tal proceso requiere que defender un INE independiente y financieramente dotado.

La coyuntura en que nos encontramos, al igual que la de un buen numero de países latinoamericanos. Urgen respuestas a la problemática íntimamente vinculadas al crecimiento demográfico amenazado por nuevos retos de salud y desocupación económica sistémica. El fracaso en que han caído programas populistas está a la vista. El rescate de las remesas de nuestros colegas radicados fuera no puede continuar indefinidamente. El desperdicio de nuestro potencial económico que se evidencia con el bajo índice productivo del grueso de nuestra fuerza labor anclada en las pequeñas y medianas industrias tendrá que detenerse.

Los pesimos y costosos resultados del régimen de AMLO lo orillarán al control más firme en materia electoral como ya se advierte en sus recientes maniobras legislativas. En el presidente habrá más inflexibilidad al ver amenazada la ejecución de su obsesión transformadora. Mayor rigidez en la acción irá suscitando mas reacción interna que incluso desmembrará el apoyo morenista de su pueblo sabio. En lo externo el respaldo de países que AMLO cree comprometidos irá disolviéndose por las incautas imprudencias e insultantes de una diplomacia distraída y descontrolada.

Era completamente previsible la forma en que habría de desmadejarse una gestión sin más orientación que el instinto de un individuo de admirable energía personal desperdiciada.Nos espera un fin de gestión atropellada.

Pero lo que nadie debe perder de vista es que el espíritu navideño, aunque muy nevada, nos alegre en estos días.

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