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Secretario general, jefe del Ejército y presidente de China, Xi Jinping busca, a sus 69 años, pasar a la Historia en el XX Congreso del Partido Comunista chino (PCCh) que comienza este domingo con un tercer mandato de cinco años inédito entre sus predecesores.
Nacido en Pekín en junio de 1953, Xi sabe desde joven cómo se las gastan los cuadros del régimen en función de las directrices del momento: a su padre, viceprimer ministro a principios de los 60, lo purgaron durante la Revolución Cultural -no fue liberado hasta 1975-, mientras a él lo "transfirieron" a una región remota de la provincia de Shanxi.
Eran los tiempos en los que Mao Zedong enviaba a los jóvenes a zonas rurales para que se "desaburguesaran" y Xi, tras la conmoción inicial, decidió "sobrevivir convirtiéndose en el más rojo de todos los rojos", describen sus biógrafos.
Pese a que entonces su familia estaba en la lista negra, a los 22 años logró enrolarse en las filas del Partido, donde destacó por pragmatismo, realismo y, sobre todo, por su ambición.
ESCALANDO POSICIONES
Tras la rehabilitación del clan familiar, Xi comenzó a construir su propia red y a escalar posiciones en las provincias costeras del país -las más desarrolladas- hasta ser nombrado gobernador de la de Fujian y, después, secretario del PCCh en Fujian y Shanghái.
Para finales de la década de 2000, el Partido buscaba un candidato con pedigrí y se pensó en Xi -ahora aupado por la figura de su padre, encumbrado durante las reformas de la década de 1980- para sustituir al entonces presidente Hu Jintao.
"El PCCh sentenció que la reforma china transitaba por una fase de 'aguas profundas' y que era necesario un liderazgo fuerte. No podía haber titubeos, ni sobre la concepción vertical del poder que, según el mantra de la China milenaria, no se debe compartir más de lo necesario", explica a EFE el académico español Xulio Ríos.
Xi logró en 2012 la secretaría general del PCCh y, al año siguiente, la presidencia del país bajo la promesa de combatir la corrupción -los críticos aseveran que para erosionar a sus rivales- y sentar a China en la mesa de las grandes potencias del planeta.
HOMBRE DEL PUEBLO, HOMBRE DE CHINA
El Partido lo apostó todo a la carta de Xi y construyó un culto en torno a una personalidad que definían como "hombre del pueblo" pero al que no le temblaba el pulso a la hora de tomar una decisión.
Aunque ese culto ha existido hacia otros líderes chinos como el carismático Jiang Zemin en los 90, Xi no se anduvo con remilgos y comenzó a promocionar guías teóricas que anunciaban la llegada de una "nueva era" en la que China se modernizaría para 2049, año en que la República Popular conmemorará su centenario.
Xi, del que sus biógrafos destacan su habilidad para agrandar su base política, logró en 2018 que se reformara la Constitución para eliminar el límite de dos mandatos presidenciales.
"Figuras como la de Jiang aún poseen una influencia significativa, pero otras facciones menores no son comparables. Así que un tercer mandato de Xi supone quebrar un mando más colegiado en el seno del Partido", señala Ríos, que apunta a que ha habido ciertas "reservas" a este cambio.
NÚCLEO DEL PARTIDO
En este XX Congreso no se duda de la continuidad del líder chino, que aspira a que sus leales copen los principales cargos del Partido, pero queda por ver si colocará entre los puestos más altos a un potencial delfín.
Por ahora, la última plenaria previa al Congreso se congratulaba de que "con Xi como núcleo se ha conseguido unir y conducir" a la formación para "hacer frente a una grave situación internacional y a enormes riesgos y desafíos".
El comunicado hizo hincapié en que el liderazgo de Xi "refleja la voluntad común del Partido", destacando que "se ha logrado una victoria aplastante contra la corrupción".
Salvo sorpresa mayúscula, el XX Congreso le permitirá mantenerse en el poder más allá de 2023 y encabezar de nuevo el Comité Permanente del Politburó, la cúspide del poder.
LAS CRÍTICAS... DESDE EL EXTERIOR
La insistencia en la política de covid cero o los problemas para una economía aún incapaz de recuperar su otrora habitual brío se plantean como los nuevos "desafíos" de Xi para el próximo lustro.
Además, su tercer mandato también levanta suspicacias entre quienes auguran "un empeoramiento de los derechos civiles y políticos, los cuales ya estaban gravemente restringidos, dado que las autoridades responden a las quejas con más censura, detenciones arbitrarias y represión", según denunció la ONG Human Rights Watch.
Y el convulso contexto internacional, agravado por la guerra en Ucrania y las crecientes tensiones en Taiwán, harán que el liderazgo chino tenga que decidir si reconciliarse con un Occidente que recela cada vez más de las intenciones del gigante asiático.