Cultura

Entrevista

Jeannette L. Clariond y las lágrimas de las cosas

La ganadora del Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2020 y fundadora de Vaso Roto conversó sobre su ejercicio poético

Jeannette L. Clariond ganó el Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2020 por su poemario Las lágrimas de las cosas.

Jeannette L. Clariond ganó el Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2020 por su poemario Las lágrimas de las cosas.

SAÚL RODRÍGUEZ

Vibró el teléfono. El avión también lo hizo debido a una turbulencia. Jeannette L. Clariond (Chihuahua, 1948) volaba a Houston en compañía de su familia, ciudad donde su esposo se trata ante el cáncer de pulmón que padece. El mensaje provenía de las autoridades culturales de Torreón: la poeta resultó ganadora del Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2020 por su obra Las lágrimas de las cosas. La vibración se mudó a su espíritu y entre la rendija de los asientos notificó a los suyos.

"Fue una emoción muy grande, es lo que te balancea en medio de las tribulaciones de la propia vida. Cuando te dicen que la poesía te salva parece una exageración, pero no lo es". 

En el patio sur del Colegio Civil de Monterrey se efectúa la feria literaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Son vísperas del Día Mundial de la Poesía. La fundadora de la editorial Vaso Roto imparte una plática a jóvenes preparatorianos y presenta su poemario Sobre la fronda y la medida (Art Solido, 2021). Micrófono en mano, comienza a hablar de la infancia. Las imágenes casi desbordan sus ojos cafés cuando se percata de que habla de ella misma. 

Virgilio relata en La Eneida que Eneas también se llenó de lágrimas cuando observó las escenas de la Guerra de Troya: el rey Príamo, el príncipe Héctor y hasta él mismo, plasmados en un templo de Cartago. De pronto, el troyano se irguió y ante su acompañante Acates exclamó el verso: Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt (Hay lágrimas en las cosas y lo mortal toca el alma). La pintura es poesía que habla, canta el poeta griego Simónides. En las lágrimas de los humanos hay mucho pasado, escribe el francés Pascal Quignard. 

El evento concluye. Jeannette firma algunos libros y luego se dirige a la cafetería. Toma asiento. El tiempo corre en el reloj de su mano izquierda, donde el brillo de su fe cuelga en forma de cruz. Solicita que se la tutee, considera que el "usted" marca una barrera entre las personas. Empieza a narrar el vuelo a Houston. Otra turbulencia sacude su garganta. Corta. El covid le heredó una tos que la interrumpe.

La maestra carga ejemplares de sus libros Amonites (Cuadrivio, 2021) y Sobre la fronda y la medida. En su bolso resguarda una libreta negra. Sabe que la poesía le pertenece al instante: "Tu realidad está conformada por pequeños instantes que van a hilvanar tu vida", por eso procura anotar los versos que la invaden antes de que desaparezcan, como si cada instante le otorgara un autógrafo.

Una libreta similar la acompañó en 2006, en su viaje a Tiro y Sidón, en Líbano, la tierra de sus antepasados. Esas ciudades fenicias son citadas por Herodoto y los profetas de La Biblia. Pero allí, en las piedras de los templos, en las ruinas milenarias, no escuchó a los suyos, escuchó el silencio, mientras una hoja de periódico iba y venía sobre el mar Mediterráneo, sin desprenderse de la orilla.

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Durante la pasada Feria Universitaria del Libro UANLeer, la poeta conversó junto a jóvenes preparatorianos en el Colegio Civil de la ciudad de Monterrey.

"Esa gran metáfora de despegarte un poco de la orilla, avanzar, navegar en esas aguas someras y luego regresar, creo que es nuestra gran función en la vida". 

Como en su viaje, Jeannette se desprende de la orilla del presente para volver al pasado. Se contempla en Chihuahua, en su niñez, cuando descubrió su don poético al declamar "Nocturno a Rosario", del coahuilense Manuel Acuña. Ve a su abuela sentada en el zaguán de Mina 1004, incapaz de entender su lengua árabe, en una tarde soleada de marzo.

Comenta que quizá por esa barrera del lenguaje se hizo traductora. Su abuela murió en un incendio: quiso avisar que se había derramado el petróleo sobre el pasillo, pero la persona que la cuidaba no le entendió. En Cuaderno de Chihuahua (Fondo de Cultura Económica, 2013), Jeannette narra que tenía diez años cuando el féretro fue colocado en la sala; desde entonces la tristeza invadió a su familia. El dolor de su abuela, de su madre y de ella misma, está plasmado en el poema "Mina 1004", el cual tardó más de cuarenta años en escribir: "Nos cuesta mucho nombrar el dolor". 

No hay buena ni mala poesía; la poesía es poesía o no lo es. Jeannette vio también el dolor en los ojos de su madre, pero nunca lo entendió. "Ella se convertía en una puerta de cedro". Siempre le ocultó la razón de sus tristezas. Al igual que la poesía de Anne Carson, poeta canadiense a quien ha traducido desde el año 2000, la presencia de la madre en su obra es notoria.

Tener como madre a una diosa fue lo que salvó a Eneas cuando Troya ardió. El héroe cargó en hombros a su padre inválido y, junto a otros troyanos, partió en la incertidumbre del exilio. Los antepasados de Jeannette L. Clariond también huyeron de una guerra. Dejaron las playas de Líbano tras el conflicto contra los otomanos a finales del siglo XIX. Se hicieron a la mar como sus ancestros fenicios: "Navegamos madre en un océano sin barcos", dice un verso de Anne Carson. Llegaron a Veracruz. México era una bomba de tiempo. Se trasladaron en tren a Chihuahua, cuyo paisaje les recordaba a la ciudad libanesa de Douma.

La poeta no se considera buena para responder preguntas. Omite la precisión, se mueve en la incertidumbre. Advierte que debe capacitarse de continuo para soportar la duda, que su familia se unió ante el dolor de dejar su tierra, que la tristeza heredada a su madre ahora reside en sus ojos. Los versos de Las lágrimas de las cosas (que ha publicado New York Poetry Press) son la reconstrucción de ruinas familiares, piedras que hablan silencio cuando no se sabe qué contestar: "La poesía, bien lo dijo Octavio Paz, es una larga pregunta sin respuesta".

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Para la también traductora mexicana y fundadora de Vaso Roto, no existe la mala poesía; la poesía es poesía o no lo es.

-Cuando Eneas llega a Cartago y ve las imágenes de la Guerra de Troya, canta el verso que inaugura tu poemario Las lágrimas de las cosas. Enriqueta Ochoa, en Las urgencias de un dios, también dice: "¡Cuánto pasado para llegar aquí! / Para poder estar de pie junto a las cosas".  ¿Qué imágenes de tu vida, con este pasado, contemplas en este momento?

La pandemia me ha obligado a ver los rostros de mis antepasados en las frondas de los árboles, verídicamente. Salgo a caminar por las noches. Han sido dos años de pandemia, donde no puedes ir a ninguna parte. Entonces, salgo a caminar. Y de repente viendo, entre siete y ocho, cuando está cayendo el sol, brillan mucho las frondas de los árboles. De pronto le hablo a una prima y le digo: "¿En qué año murió mi papá? ¿Cómo es posible que no me acuerde en qué año murió mi papá? ¿Qué día del mes? ¿En qué mes?". Empiezo a hacer un recuento… yo tuve covid y necesariamente me enfrenté a la muerte. Empecé a organizar mis cosas, a organizar mi vida y a pensar que mañana puedo ya no estar. Así de simple. Le hablé a mi hijo menor. Le dije: "Juan, te quiero decir, sin hacer tragedias de las realidades de las cosas, que yo me puedo morir mañana. Quiero decirte qué se puede publicar y qué no se puede publicar". Esto me lleva a una revisión, a un reencuentro con poemas que tenía desde 2004, hace 18 años. Y dije: "¡No puedo seguir así! Siempre estoy o traduciendo o con la editorial". No me podía detener. No había forma de que me pudiera detener. Al no detenerte, no puedes hacer una revisión de la vida. Las lágrimas de las cosas pretende ser una revisión de la vida y de mis ancestros, de cómo mis ancestros han marcado lo que ahora soy. Estoy aprendiendo cuántas hermanas tuvo mi abuela. Ya sabía que había llegado a México a los nueve años. Fui a Líbano en 2006, invitada a un encuentro de poesía dedicado a México y conocí Tiro y Sidón. Entonces te das cuenta de que, en esas cosas que estoy viendo, también hay lágrimas. En todo hay lágrimas y alegrías. Mi mamá nos leía mucho la poesía de Gibrán. Nos leía Lágrimas y sonrisas, y nos decía: "Las lágrimas provienen de tus tristezas. Lo que un día te hará reír, otro día te hará llorar". Creo que Gibrán también leyó mucho a Virgilio y a todos los clásicos. Creo que todos estamos tan indeleblemente marcados, no por la tinta, sino por la sangre: por la sangre que se ha derramado, por la sangre que llevamos inscrita en nuestra piel. No sé si te acuerdas de la película Cabecera de la cama, donde el amante pinta en la esposa, en la espalda de la amada, dibuja un nombre. Bueno, de esa manera, lo que simbólicamente se nos dice es que tenemos inscrito nuestro destino en cada célula de nuestra piel y no lo podemos cambiar. A mí me preguntan: "¿Qué eres primero? ¿Traductora, editora o poeta?". Soy poeta, yo no puedo dejar de ser poeta, yo nací poeta. Nací distinta, nací viendo el mundo de otra manera. Y es muy duro que quieran cambiar tu forma de percibir lo real. Por eso mejor te aíslas y decides guardar silencio. A mí me preguntan: "¿Cuál es tu lengua madre?". Yo digo: "La lengua madre del poeta es el silencio". El silencio es tan importante o más que la palabra. Muchas veces decimos más por lo que callamos. Se usa mucho en música, pero también en poesía es muy importante porque fue lo que escuché en Tiro, donde estuvieron los griegos, los romanos, allí donde nacieron los fenicios. Toda nuestra historia está en una piedra. Se puede decir que nuestra lengua es una piedra. Acuérdate que la primera escritura es una raya en la piedra; les damos poca importancia. He visto llorar a la piedra, la he visto llorar, dice Gonzalo Rojas en uno de sus versos. 

-Sobre tu madre, siempre que te preguntan cómo te iniciaste en la poesía, respondes que mirando sus ojos. ¿Qué fue lo que viste en ellos?

La tristeza. Yo sabía que mi madre estaba triste, pero yo no sabía lo que significaba melancolía ni lo que significaba tristeza ni lo que significaba soledad. Sólo recuerdo que a los seis años le puse una nota, que luego ella guardaba en el segundo cajón de su chifonier, debajo del papel manila: "Mamá, cuando estés triste mírate al espejo y sonríe", pero yo me percataba, poéticamente, de que en ella había algo de lo que nadie hablaba, ni mi papá, ni mi hermana ni ella, pero yo lo vi. Entonces, le decía a mi única hermana: "¿Viste eso?". Me respondía: "¡Qué rara eres! ¿Por qué ves esa cosas?". Ahí es donde aprendí que el poeta ve lo que otros no ven. Cuando quiere expresarlo con alguien y ese alguien le dice: "No, eso no es", inicia el camino de su soledad. Aprendí a leer porque necesitaba descifrar, era como una urgencia, una empatía y una compasión por el dolor tan grande que veía en esos ojos. Y también aprendí a leer la locura en los pasos de mi madre. 

-Debajo del poema "Mina 1004" está toda la región de Líbano, el origen de tus ancestros. ¿Qué presencia hay de esas miradas? Porque también son versos donde incluyes a tu abuela, a tu madre y a ti.

Alguien me dijo una vez en la UNAM que era como una novela de tres generaciones. Me tardé cuarenta años en escribirlo, porque es un proceso elaborar todo ese dolor. Yo tenía diez años y me llamó una tía para decirme que se estaba quemando la casa de mi abuela. Entonces pasaron muchos años después de la escritura de Cuaderno de Chihuahua, que es de 2006, para que yo pensara que quizá por eso me hice traductora. Como mi abuela hablaba árabe y nadie en la casa hablaba árabe, ella quiso decir que se había derramado el petróleo, nadie le entendió y el colchón ardió. Entonces, siempre te pasas la vida pensando: "¿Y si hubiera hablado español? ¿Y si quien la ayudaba hubiera hablado árabe?". Entendí lo importante que es ese trasvase para que todos podamos oír, de alguna manera, como dijo Hölderlin, los unos de los otros. ¿Te fijas cómo es importante traducir, vivir más cerca de la grieta? En este libro (Sobre la fronda y la medida) tengo un poema que se llama "Écfrasis": "Madre, nunca entendí tu dolor. / He buscado en las páginas tus sílabas, / tu erosionada confesión, la écfrasis del canto, / el relieve del escudo en la embarcación / cuya vela del color de la mora muerte trae". Aquí, "cuya vela del color de la mora muerte trae", si leíste Economía de lo que no se pierde, de Anne Carson, te vas a dar cuenta que a Teseo se le olvida izar la vela, pero la vela era falsa porque se les olvidó cambiarla. Y entonces, cree que la amada ha muerto y la amada cree que el amado ha muerto. Toda esta traducción del color, la traducción de lo que es izar o no la vela, si era blanca, si era negra, si era roja, nos lleva a replantearnos la incomunicabilidad entre los seres humanos y por qué, en esa incomunicabilidad, el poeta opta por el silencio y el aislamiento. 

-Hay una anécdota que cuentas al inicio de Cuaderno de Chihuahua:  a tu abuela la sacan a tomar la tarde y ella se queda contemplando el cielo, como si quisiera borrar sus tonos rojizos…

Eso es lo que la niña ve, a los seis años. La Mina 1004 estaba en la calle Mina (en Chihuahua). Subías cinco escalones y a ella la tenían en una mecedora, en una bata blanca. Ella se quedaba viendo, pero después supe que lo que tenía eran cataratas y yo veía transparencia. Fíjate el mundo de los niños qué hermoso. Yo amé su pelo blanco, su bata blanca, su mirada perdida y la verdad es que mi abuela ya estaba mal. Ya le habían dado electrochoques, la habían internado en el psiquiátrico y su hijo mayor también estaba ya internado en el psiquiátrico. Y yo no vi eso, yo vi toda su blancura. Por eso soy tan insistente en cuidar a los niños, porque a fuerza queremos que vean las cosas como nosotros, con los ojos de los adultos y no, no puede ser. 

-Recuerdas desde tu infancia, pero ¿cómo recordar a través de los recuerdos de los otros?

Charles Wrigth me gusta mucho, porque siempre está recordando a través de los recuerdos de los otros. El cine es un herramienta que permite recordar a través de los recuerdos de los otros, pero Charles  Wright, en un libro que se llama Caribú, dice: "Dicen que Du Fu tenía una cabaña en el campo y que le gustaba ver las colinas. Yo, como Du Fu, voy a la casa del campo y miro los montes, los ríos, el desleir de la nieve". Él está pensando en Du Fu, porque ha leído mucho a todos los poetas de la dinastía Tang, sabe cuáles son los poetas que le nutren, sabe cuáles son los artistas pintores que le nutren; por ejemplo, Giorgo Morandi y Paul Cézanne. ¿Por qué? Porque se ve reflejado en la soledad de Morandi y en la soledad de Cézanne. Entonces, hay coincidencias. El cine de Jean-Luc Godard me gusta muchísimo. Vivre sa vie (1962) es una película que me gusta mucho y me gusta el diálogo de la prostituta sobre el silencio. Hay una película de Guillermo del Toro, El callejón de las almas perdidas (2022): el diálogo que tiene la psicoanalista, Cate Blanchett, con Bradley Cooper sobre el vacío me parece genial. Entonces son los recuerdos de los otros, el modo en que han transitado sus vacíos, los que obligadamente te llevan a preguntarte sobre tus propios vacíos. Esos son, para mí, mis grandes espejos: el arte, hablando del cine y del teatro. 

-En la película de Godard, la actriz Anna Karina le dice al filósofo que hay que callarse, vivir en silencio, luego pregunta: "¿Por qué hay que hablar siempre?". 

A veces pensamos que el silencio es no hablar. Y el silencio es una expresión muy potente. No lo hemos entendido. Tal vez lo entendemos en música, pero por ejemplo, cuando abres la página de un libro y dejas el margen superior en blanco, son silencios para que desciendas tus ojos hacia el margen inferior y veas una línea que diga: "De todos los silencios, prefiero el mar". Lo que intento transmitir es que he escuchado muchos silencios y, de todos los silencios que he escuchado, está el mar en Sidón.  Me recliné sobre el barandal de madera, bajé la mirada, estaba una hoja de papel periódico y un poste verde. La hoja iba y venía, iba y venía, no se desleía la tinta. Entonces, mis temas van a ser qué puede registrar la memoria, qué de lo que está en la memoria eliges para dejarlo en tinta y qué de las piedras que se han fracturado, fragmentado en tu vida, tienes que volver a recomponer para encontrar tu yo profundo. En todas partes hay ruinas, pero las más importantes son las que llevamos dentro. Entonces, el silencio es la única manera de recuperar tus ruinas.

-Cuando traduces a un autor, estos siempre cargan sus propias imágenes, ¿qué tanto te abordan al momento de traducir?

Mucho. Yo estoy marcada por las imágenes de los poetas a quienes he traducido. Me lo he preguntado porque ¿traducir es una pérdida de tiempo?, ¿es entregar tu tiempo de creación a los demás? No, no es pérdida de tiempo. Es aprender a leer a profundidad a los autores que estás traduciendo y, además, nutrirte de los autores que ellos leen. Te pongo un ejemplo: la primera parte de Cristal, Ironía, Dios (de Anne Carson) está totalmente fundamentada en Cumbres borrascosas, de Emily Brontë. Tuve que buscar la mejor edición posible para entender… hay una expresión en inglés que es to hang the puppies. Ya ves que el protagonista cuelga a los cachorros, pero ¿realmente los cuelga?, ¿los cuelga o los ahorca?, ¿están ahorcados o están colgados?, porque dice que hay un cordón que va de la manivela de la puerta y atado a la silla. ¿Están ahorcados o están colgados? Toda esa investigación, Anne Carson la va llevando a lo largo del libro. No lleva la imagen, lleva la idea, lo que te quiere decir. Y como está dividido en tres partes, en la parte de "Dios" vuelve a retomar la idea de ahorcar. Entonces, dices: "¡Ah! ¡Entonces sí es ahorcar!". Esa es la unidad que crea Anne Carson, son tres libros distintos, porque la segunda parte, en "Ironía", va a tomar a uno de los poetas de la Cábala, a Isaac Luria, del siglo III en España. ¿Por qué Anne Carson está leyendo a Isaac Luria?, ¿hacia dónde va?, ¿adónde quiere llevar al lector? Pues ella toma elementos de la Cábala lurianica para hacernos entender la ceguera, porque a Isaac Luria le decían Isaac "El Ciego". Entonces, ¿qué es lo que no vemos en el amor y en el dolor?, ¿por qué el profeta es ciego y hacia dónde va cuando no ve?

-Sobre tu obra ganadora del Concurso Enriqueta Ochoa, ¿las cosas lloran lágrimas o las lágrimas lloran esas cosas?

Las lágrimas lloran esas cosas. En cada lágrima hay sal, y fíjate lo que pasa con la sal en la herida: hay un dolor. En las lágrimas está todo lo que ha pasado por tu vida. Las lágrimas tienen mucho de la historia del amor. Las lágrimas son la suma de instantes de dolor o de alegría. Yo no lloro mucho de alegría. Lloro quizá más de emoción; por ejemplo, ahorita se me llenaron lo ojos de emoción cuando hablé de los niños y me percaté de que estaba hablando de mí misma, de por qué no te dejan ser lo que eres. Hay un verso de Píndaro que me gusta mucho: "Ama la superficie casta y triste [...] sé el que eres". ¿Cuándo te dejan ser? Te dicen cómo decir gracias, cómo decir buenos días, cómo levantarte, cómo pararte, hasta dónde ponerte el vestido, de qué color pintarte las uñas. ¿Por qué las cosas están en las lágrimas? Una cosa es que no siempre broten, pero están y se pueden manifestar de diferentes maneras la emoción y el dolor, pero ¿qué es una cosa? ¿Nosotros somos cosas? Los seres humanos, la silla, la bolsa, los objetos, ¿estamos hechos de cosas o estamos hechos de palabras? Pues estamos hechos de palabras y somos lenguaje. Estamos hechos de viaje, de navegación, de dolor, de memoria, de olvido. Entonces, lo que la poesía rescata en esas lágrimas son las cosas que quieres preservar. 

-Durante la presentación de Sobre la fronda y la medida narraste cómo te encontraste con el libro de Charles Wright y decidiste ser traductora. ¿Pero por qué razón te llamó tanto el verso de Virgilio que da título a Las lágrimas de las cosas?

Por la compasión, porque a Eneas le dicen que… ay, se me hace un nudo en la garganta. Le dicen que se regrese a recoger y el rey pensó que iba a recoger oro y plata, pero recoge el cuerpo del padre. Eso me pareció un acto bellísimo, porque es como recoger toda su historia, todo lo que él es y llevarlo a su seno. Es como un acto de piedad, ¿te fijas? Como la Piedad carga al hijo, pues Eneas carga al padre y entonces es un acto de piedad sumo, porque lo saca y lo salva de la muerte, que es lo que siempre quise hacer con mi madre cuando me di cuenta de que mi madre no estaba bien. 

RECONOCIMIENTOS

Jeannette L. Clariond ha recibido el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (1996), Premio Nacional de Poesía Gonzalo Rojas (2001), Beca de la Rockefeller Foundation-Conaculta (2000), Beca Banff Centre for the Arts (2004), Beca Vermont Studio Center (2011), Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa (2020), Premio Internacional de Poesía Juan Ramón Jiménez (2021),  Premio UANL a las Artes (2021) y el Premio BIBLIOS al Mérito (2022).

En el año 2003 fundó la editorial Vaso Roto y como traductora ha trabajado las letras de Anne Carson, Alda Merini, Charles Wright, Primo Levi, W. S. Merwin, además de colaborar con críticos como Harold Bloom. 

El Concurso Nacional Enriqueta Ochoa es un certamen anual convocado por la Secretaría de Cultura de Coahuila y el Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón (IMCE). 

Escrito en: Jeannette L. Clariond escritora Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa lágrimas, poesía, madre, cosas

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