En México, en nuestro radar sobre los asuntos mundiales, los acontecimientos en África casi no aparecen en pantalla. Ponemos generalmente atención a los sucesos en Estados Unidos, por ser externos, pero también de orden interno; en menor grado, en lo que sucede en Canadá. Afectivamente nos interesamos sobre los acontecimientos políticos y las crisis en América Latina; regularmente en los que tienen lugar en el Caribe. También solemos ocuparnos de los principales hechos en Europa occidental y nos interesamos en saber, intermitentemente, sobre lo que ocurre en China, Japón o Corea del Sur. Sólo de manera excepcional, obligada, tomamos conciencia, con alguna perspectiva, de los acontecimientos y transformaciones en Asia Pacifico. El continente africano simplemente parece situarse en la lejanía para la mayoría de nosotros. Pero no así para los carteles y grupos de narcotraficantes mexicanos que llevan décadas ampliando sus operaciones y rutas de exportación de drogas, a través de diversos países de África Occidental, para llegar con éxito a los crecientes y redituables mercados europeos, haciéndolo en colaboración con grupos y redes criminales africanas, mafias y organizaciones delictivas europeas.
Si tan sólo fuera por esto último, los mexicanos debiéramos prestar mayor atención a los acontecimientos que vienen sucediéndose en la región del Sahel, esa vasta franja conformada por cinco países con enormes extensiones territoriales: Mauritania, Mali, Níger, Chad y Sudán, que se localiza por debajo del Magreb, la región norte del África. En extremo rica y diversa, el Sahel divide el continente a partir del desierto del Sahara. En los últimos tres años, Mali y Chad, -Níger hace tres semanas- registraron sendos golpes de Estado y ahora sus gobiernos los encabezan juntas militares. Como fue el caso de Burkina Faso y Guinea; Mauritania hasta hace poco. Sudán está fuera de control desde abril, atrapado en un atroz conflicto interno, que enfrenta al ejército con una poderosa facción paramilitar rival.
El Sahel es una de las regiones del mundo más subdesarrolladas e inestables. Un cinturón que sujeta el continente de este a oeste, del Mar Rojo al Atlántico, una zona de innegable importancia estratégica por ser el espacio de tránsito histórico, constante, entre los pueblos y los habitantes nómadas y sedentarios que viven en los desiertos del norte y las sabanas del sur. Una región con una longitud de 5,900 kilómetros, una anchura promedio de 300, una extensión territorial de más de 3 millones de kilómetros cuadrados. Ahí se entremezclan, principalmente, las herencias coloniales francesa y británica, junto con algunos efímeros intentos democratizadores postmodernos, la caída de viejos dictadores y el ascenso de nuevos autócratas, y, la irrupción, desde principios del siglo, de grupos salafistas, organizaciones criminales y narcotraficantes. Así como recurrentes rebeliones étnicas, conflictos periódicos entre países y comunidades vecinas, en lucha constante por el poder y los recursos, que desencadenan un éxodo incontenible de refugiados. Una región poco conocida en la que sobreviven múltiples pueblos localizados lejos de las capitales, atrapados en una densa maraña de carencias e intereses.
La presente situación podría hacernos recordar la de los años 90, cuando algunos conflictos internos terminaron por contagiar a los países vecinos, como las guerras de Sierra Leona y Liberia, la guerra y genocidio en Ruanda que se extendió al Congo y a Burundi, la guerra civil en Somalia que terminó por saltarse e instalarse en Etiopia. Sin embargo, ahora están en juego otros factores determinantes y complejos. En Níger, por ejemplo, no sólo son los intereses irrenunciables de Francia al depender de las exportaciones de uranio para abastecer sus centrales nucleares, sino la presunta condición de país aliado de los Estados Unidos, con una base aérea para aviones y drones de primerísima importancia para el despliegue y apoyo de las operaciones antiterroristas occidentales, en y más allá del continente.
Pero de igual manera están también presentes las inversiones y arbitrariedades de China, los tentáculos de la ayuda militar rusa a través de Wagner, interesados en ampliar sus capacidades de apoyo e influencia en un tablero cambiante y fácil de romper; donde prosperan y predominan los ejércitos y las milicias en medio de choques y alianzas con los grupos yihadistas locales de Al Qaeda o el Estado Islámico. Donde ocurren también grandes y pequeñas migraciones por el hambre, la violencia sectaria, la emergencia climática o el devastador subdesarrollo. En donde las rutas de la trata de personas, sobre todo de mujeres, se entrecruzan con la impunidad y el enorme poder corruptor de las organizaciones criminales que, en alianza con los narcotraficantes sudamericanos y mexicanos, operan en las costas y puertos, moviendo cargamentos por carreteras y caminos secundarios, asegurando el próspero negocio global del tráfico de drogas.
África en general y el Sahel en particular, son un continente y una región en constante movimiento, frecuentemente en conflicto, cuyas fronteras son líneas trazadas en viejos mapas, donde en el terreno nadie entiende bien a bien de nacionalidades, aduanas y pasaportes, y si en cambio, de comunidades, pueblos, lealtades e identidades locales, que congregan y dispersan a cientos, miles y millones de individuos que atraviesan territorios antes que países, pensando en sus vínculos sanguíneos y tribales, no en banderas.
Los conflictos, las intervenciones armadas irán en aumento mientras el asalto de los palacios presidenciales reditúe buenas ganancias para las elites militares, ahora dispuestas a darle la espalda a Francia y Estados Unidos para entregarse en los muy interesados brazos de Rusia, para beneplácito de China.
@JAlvarezFuentes
