Se le recuerda regalando juguetes a la Asociación de Cronistas Deportivos en su tradicional posada de cada año.
La historia de la tauromaquia en Durango no puede desprenderse de un personaje que le vino a dar un nuevo aire a la Fiesta en la capital, se trata del ingeniero Armando Guadiana Tijerina, quien en el año 2011 no solo llegó como empresario taurino a esta tierra, sino que hasta compró la Plaza de Toros Alejandra para revivir los festejos y continuar con la tradición.
Este día el empresario y senador falleció a causa de un cáncer que le aquejó por varios años, así que para la tauromaquia en Durango es obligado recordarlo, pues se trata de quien fuera propietario de la Plaza de Toros Alejandra, así como la Ganadería D’ Guadiana, con la que ofreció decenas de festejos en la capital duranguense, así como memorables tarde como la despedida de Eloy Cavazos.
Creando sinergia con El Siglo de Durango en pro de la Fiesta, Guadiana inició con la remodelación de la Plaza, a la que le realizó mejoras y volvió a la vida con más corridas, siendo el primero de enero del 2012 el primer festejo con la rejoneadora portuguesa, Ana Batista, Uriel Moreno "El Zapata" y Antonio García "El Chihuahua", así como los Forcados de Mazatlán, con seis toros D'Guadiana.
Casa Guadiana, Promezap, Casa Toreros y Arturo Gilio fueron algunos de los socios del Ingeniero Guadiana en esta aventura, la cual terminó con su crecimiento en la política, pues conforme fueron aumentando sus cargos, fue bajando su atención a la Plaza Alejandra.
Siempre amable y muy bromista con los medios de comunicación locales, se le recuerda a Armando Guadiana regalando juguetes a la Asociación de Cronistas Deportivos en su tradicional posada de cada año.
Así como el acercamiento que tenía con la figura del toreo Eloy Cavazos y las simpatías por Arturo Macias “El Cejas”, su consentido para torear en el “Coso de la San Martín”.
Armando Guadiana hizo empresa en Durango y aportó en beneficio de las familias que trabajaron para él, sin embargo, no encontró el eco que él esperaba para seguir dando alegrías a la afición y trabajo a los duranguenses.
Sin su llegada, tal vez la Plaza hubiera desaparecido, pues el inmueble venía en picada libre.
A la edad de 77 años, el senador se fue dejando en el Valle del Guadiana un olé interminable.