La realidad supera la ficción y la ficción completa la realidad. La literatura está poblada de ejemplos. A lo largo del tiempo, la imaginación mantiene esa tensión entre lo real y lo ficticio. De esa manera, las letras dan forma a otra realidad. Se alimentan mutuamente.
Durante siglos dominó el libro como vehículo para la ficción, especialmente en hojas de papel. Sin embargo, vivimos otra época, dominada hasta el cansancio, por pantallas. Tan así, que la posición cotidiana de las personas es la cabeza agachada. ¿Será un signo de los tiempos? Lo de hoy son las series y las películas en línea. El año pasado salió la película francesa, Athena (2022), del director Romain Gavras. La trama se sitúa en un barrio imaginario de Francia, "Athena". Entre los edificios que conforman los guetos populares, descendientes de migrantes de Marruecos y Argelia, llenan las calles. Como es habitual en dichas zonas, la policía asedia violentamente a los jóvenes, pero en esa ocasión, asesinan a un joven árabe de trece años, lo cual no sólo ocasiona la ira del barrio, sino prende la protesta violenta contra la policía. Desde los edificios, Karim, el hermano del adolescente asesinado, lidera la revuelta. Organiza a cientos de jóvenes que toman la estación de policía, incluyendo sus propias armas. Desde los edificios, organizan barricadas y atacan con bengalas, cohetes, piedras, bombas molotov. Por momentos, la escena parece un festejo con fuegos de artificio. Por lo mismo, nada más lejos del glamour francés, que el alzamiento de los jóvenes contra las autoridades. El film es explosivo y ofrece una mirada desde los manifestantes. Su apuesta resultó premonitoria. En otra escena, aparecen ahogados por la multitud, los policías bien pertrechados, mas resultan insignificantes ante la masa. Hasta ahí, la ficción del relato cinematográfico. No obstante, la realidad es terca y lapidaria. Recientemente en las calles de Nanterre, al oeste de París, el joven Nahel de diecisiete años, conduce su vehículo y es detenido por dos policías en motocicleta. Lo que en principio parece un incidente de tráfico cualquiera, sube de tono, cuando uno de los agentes apunta su pistola al joven conductor que intenta huir. Enseguida sucede el impune asesinato frente a la cámara del teléfono de un ciudadano. El video pronto se hace viral en las redes. Más todavía, enciende la mecha de la tercera revuelta francesa de los últimos años. En Francia, las manifestaciones están a flor de piel. Los "chalecos amarillos" en 2018, tras el aumento del combustible y en contra de las políticas económicas del presidente Emmanuel Macron. Los disturbios de 2005, cuando la policía persiguió a dos jóvenes, Bouna Traoré (de quince años) y Ziad Benna (de diecisiete años). En la persecución, los jóvenes se refugiaron cerca de un transformador y mueren electrocutados. Lo que siguió fue la ira colectiva en las calles. Los disturbios recientes tras el homicidio de Nahel, parecen la reproducción de Athena, no obstante, es la realidad. Entre los jóvenes franceses, se asume en automático la violencia de la policía, sobre todo, si se es árabe o negro. En su momento, como ministro del interior, Nicolás Sarkozy llamó a limpiar de "escoria" a la periferia de París. El presidente Macron afirmó que Francia necesita "orden, calma, unidad", sin embargo, culpó a los padres de los jóvenes manifestantes, muchos adolescentes, y a las redes sociales como TikTok y Snapchat. En medio de todo eso, queda el rechazo a la política económica y la vigencia aberrante del racismo. En pocas palabras: Francia, más allá de los Campos Elíseos.
PORFIRIO
Se fue Porfirio Muñoz Ledo (1933-2023), político de largo aliento. Brillante, crítico y cambiante como el viento. Su nombre queda en la historia política de los últimos cincuenta años. Era difícil no quedar envuelto en su retórica, sobre todo, por la inteligencia de sus palabras. Con la muerte de Porfirio, se va acaso, el último político de ese calado. No tiene herederos en la política contemporánea, en consecuencia, queda un vacío grande.
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