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Caín y Saramago

Para Saramago, como ateo, Dios es un personaje igual que Caín. Así que lo trae a la novela no porque lo piense como una realidad.

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SAÚL ROSALES

Entre las últimas líneas de la novela Caín, del escritor portugués José Saramago, el protagonista le dice a Dios, ¡a Dios!: “El día en que alguien te colocara ante tu verdadero rostro tenía que llegar.” Se me ocurre parafrasear ligeramente el –según algunos, insolente– enunciado para fundir en palabras casi iguales al personaje y a su creador, me refiero a Caín y a Saramago: El libro en el que alguien te colocara ante tu verdadero rostro tenía que llegar.

La paráfrasis, en la que el único cambio es libro por día, me parece pertinente porque de la novela Caín puede decirse lo que el narrador sugiere para valorar mejor al protagonista: “véase la valiente confrontación que viene manteniendo con dios”. Durante la novela, pues, el valiente Caín se la pasa enfrentándose con Dios.

Para seguir este comentario primero conviene aclarar, en pro de la tranquilidad de quienes ya se santiguaron ante la irreverencia y exclamaron “ave María purísima”, que Saramago escribe así, dios, sin mayúscula. Para Saramago, como ateo, Dios es un personaje igual que Caín. Así que lo trae a la novela no porque lo piense como una realidad. Para el escritor portugués es sólo un personaje ficticio de su novela y de las mitologías religiosas, al cual se enfrenta otro personaje de la misma mitología.

De esa manera, en tanto sucede la confrontación entre los dos personajes de la literatura –Caín, de la narrativa de Saramago; Dios, de la narrativa de la Biblia– el escritor, Premio Nobel en 1998, se confronta con la Biblia, con sus mitos y con las consecuencias desastrosas e inhumanas que ofrecen. En la novela aparecen y reaparecen los ejemplos del inminente sacrificio de Isaac por su propio padre y el de los niños y mujeres quemados en Sodoma junto a los hombres pecadores.

Caín es una novela que justifica, por su calidad literaria, que le hayan concedido el Premio Nobel a Saramago. Se lee con facilidad porque su prosa es la de un platicador que encanta a los oyentes con su vocabulario y con su estilo, más el aderezo de incontables momentos para reír y sonreír.

El narrador, que platica con no poco humorismo, a lo largo de la novela va repasando historias bíblicas en tanto va siguiendo a Caín, judío errante que transita del primero al último de los capítulos. Con plural mayestático, de su papel en la novela el narrador dice ser simple repetidor de historias antiguas. Uno podría confirmar: ni tan simples, ya que merecieron el Premio Nobel de Literatura.

Por todo eso no se puede decir que Saramago traiga pleito con Dios, no, porque para él Dios no existe. Ciertamente, no se puede pelear con un adversario inexistente. De diversas maneras, en otro libro cuyo título no deja lugar a dudas (Soy un comunista hormonal, donde conversa con Jorge Halperín) afirma con claridad y firmeza: “Yo no creo en la existencia de Dios”. El interlocutor lo había interrogado sobre que los hombres hacen la guerra en nombre de la fe, la religión, Dios.

La inquietud de Halperín por la posición del escritor portugués acerca de Dios y la religión es recurrente. En algún momento observa que en sus novelas “flota siempre una atmósfera mística o sobrenatural”. Esos adjetivos son suficientes para que Saramago diga: “Yo soy ateo, no soy creyente y cada día que pasa me da más motivos para no serlo.” En seguida expone el ejemplo de Palestina, donde judíos y palestinos se enfrentan.

Por otro lado, cuando Halperín argumenta que “la religión postula una elevación ética y moral”, el escritor premiado dice entre su respuesta: “[…] yo, ciudadano ateo, no necesito a Dios para nada”.

Concluyo este comentario acerca de Caín, indispensable novela de Saramago, con palabras de la obra referidas a sí misma, es: “[…] instructiva y definitiva historia de caín a la que, con nunca visto atrevimiento, arrimamos el hombro”. 

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Escrito en: Saúl Rosales Saramago Caín Halperín ateo ateísmo

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