"El panorama espiritual de Occidente es desolador: chabacanería, frivolidad, renacimiento de las supersticiones, degradación del erotismo, el placer al servicio del comercio y la libertad convertida en la alcahueta de los medios de comunicación". El autor ve días nublados. Es 1983, habla Octavio Paz.
"El terrorismo no es una crítica de esta situación: es uno de sus síntomas". Eran otros tiempos, Alemania, Italia, España eran víctimas de esa enfermedad compulsiva. Atentados, bombas, la violencia, la convivencia humana. "A la actividad sonámbula de la sociedad, girando maquinalmente en torno a la producción incesante de objetos y cosas, el terrorismo opone un frenesí no menos sonámbulo, aunque más destructivo". Paz muere en abril de 1998.
Tres años y medio después caían las Torres Gemelas, símbolo de la vulnerabilidad de los poderosos, flecha al corazón del imperio. Cuarenta años se han interpuesto entre aquel libro visionario de Paz y aquí estamos a la espera de la venganza israelí que podría llevar a la muerte a sepancuantos civiles. La foto principal de El País del domingo pasado estremece, debe estremecer: el hombre carga a la niña herida por un ataque al sur de Gaza. Debe estremecer porque quizá esa frivolidad señalada por Paz, pasa por el más preocupante de los acomodos anímicos: la indiferencia. Así en este momento me entero que Madres Buscadoras de Jalisco, hallan un horno crematorio en ¡Tlaquepaque!
Siglo XXI, de nuevo somos esclavos del terror, las escenas de Gaza se reproducen por miles de millones. La inundación mundial de celulares lo facilita. David Grossman en el diario español, "El Shabat negro", caemos en el juego, el terror es la finalidad, el objetivo, no un mecanismo de presión, menos de lucha. "Observo los rostros de la gente. Trauma. Conmoción. Un gran peso en el corazón. Nos repetimos sin cesar unos a otros: una pesadilla, una pesadilla diferente a todas. Indecible. Que las palabras no pueden expresar". Pero Fox, también de CNN, NBC, reproducimos el horror y les hacemos un gran favor. Somos sus esclavos, por costumbre, por morbo, alimentamos la hoguera.
Nada es igual y todo es igual. Hace casi dos décadas en México se logró un acuerdo de autorregulación informativa, precisamente para no caer en la espiral que el narco quería: cabezas regadas en la calle, brazos en bolsas, etc. Y claro el resultado es previsible: el reclamo de más dureza, que importan los derechos humanos. Se buscan Bukele`s, Trump`s y similares. Crueldad contra los crueles. El problema es cómo salir de la espiral. La reacción de Estados Unidos después del 2001, llevó a ese país a guerras que generaron nuevos odios. La aviación comercial se convirtió en el horrendo túnel del miedo y la desconfianza. El mundo cambió. Un nuevo portaaviones se encamina a la zona y mientras navega nos esteramos del atentado en Bruselas: un yihadista mata a dos aficionados por un partido de futbol y reclama la creación del estado islámico.
Irán y China elevan sus advertencias a Israel. El precio del petróleo empieza a escalar. El gas natural se dispara, 41% en ocho días. Europa se enfila al segundo invierno de frío en el cuerpo y en el corazón. Ya no hablamos de Ucrania. Putin goza en la sombra. Pero, y que harán Yemen, Rusia, Líbano (estado fallido usado por Irán como territorio de ataque de Hezbolá, fundada un año antes de que Paz publicará Tiempo nublado) o Arabia Saudita. Enrique Krauze habla de una tercera guerra mundial. Que no sea y ojalá el querido Enrique se equivoque. Pero la mentó. De esa dimensión es el riesgo. En lugar de dar estímulos para transitar hacia la actuación política, privilegiar la odiosa política que todos necesitamos, se va a premiar al terror.
Porque hay responsabilidades. Allí están las imágenes: Beguin, Peres, estrechando la mano de Nasser y Arafat. Carter y Clinton anfitriones.
Así como Thomas Carlyle iluminó a los héroes, Netanyahu se ahoga ante la historia.