Cuando dos aviones se estrellaron en las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, la canciller chilena Soledad Alvear se encontraba en Lima, Perú, reunida con el secretario de Estado de EUA, Colin Powell. El presidente de Chile Ricardo Lagos estaba reunido en Lisboa con el primer ministro de Portugal, Antonio Guterres (hoy secretario general de la ONU) como parte de una gira por Europa. Ese mismo día, y contra toda recomendación, Lagos voló a Londres para reunirse con Tony Blair, primer ministro del Reino Unido. Al bajar del avión, el mandatario chileno dijo: "hoy el mundo cambió", y expresó su apoyo incondicional a EUA. Más tarde, tras la reunión con Blair, Lagos declaró: "hoy somos todos neoyorquinos". Una semana después, el presidente estadounidense George W. Bush le llamó para agradecerle sus palabras. Pero un año y medio más tarde, Bush volvió a hablar con Lagos para pedirle que Chile, integrante del Consejo de Seguridad de la ONU, votara a favor del ataque de EUA a Irak. La respuesta del mandatario chileno fue: "no, no puedo apoyarte en ir a la guerra". Estos hechos los recrea el propio Lagos en una entrevista para La Tercera (sep/2021).
Cuando las fuerzas armadas encabezadas por Augusto Pinochet se alzaron el 11 de septiembre de 1973 para derrocar al presidente socialista Salvador Allende, Ricardo Lagos esperaba en Santiago que el Senado lo ratificara como embajador en la URSS. En otra entrevista para La Tercera (sep/2018), Lagos cuenta que en el momento del bombardeo a La Moneda, él se encontraba en la sede de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, de la que era secretario general, cerca del centro de la ciudad. Desde su ventana no veía el palacio presidencial, pero sí los aviones que bajaban y el humo después de los ataques. Dentro estaba el presidente Allende. Más tarde, Lagos pasó frente a La Moneda en ruinas. Allende ya había proclamado sus últimas palabras: "siempre estaré junto a ustedes". Semanas después, Lagos se fue al exilio para volver en 1978, en plena dictadura, y sumarse a la lucha por la democracia en Chile. Detrás del golpe militar encabezado por Pinochet estaba la mano del gobierno estadounidense de Richard Nixon, específicamente de Henry Kissinger, consejero de Seguridad Nacional. Once días después del golpe de Pinochet, Kissinger ascendió a secretario de Estado.
Dos días fatídicos, dos décadas separadas por una coma en el calendario y marcadas por la tragedia y el cambio. Dos onces de septiembre en el espejo de la historia. Medio siglo ha pasado de aquél golpe militar que truncó la construcción de un gobierno socialista electo democráticamente en América Latina. Veintidós años -dos veces 11-, de los atentados terroristas que arrastraron al mundo al siglo XXI y a una nueva realidad global. Dos eventos en apariencia dispares, separados por 28 años, pero con hilos invisibles que conectan sus historias y sus consecuencias.
En 1973, Chile se encontraba en medio de un agitado panorama político. Salvador Allende, primer presidente socialista electo de forma democrática en el mundo, había asumido el cargo en 1970. Sus reformas sociales y económicas, consideradas radicales por la oposición, avivaban la polarización de la sociedad chilena. La Guerra Fría posaba su sombra sobre América Latina, y el panorama global era dominado por la confrontación ideológica entre EUA y la URSS. Chile se convirtió en un microcosmos de la lucha política entre los bloques capitalista y comunista. Henry Kissinger, arquitecto de la política exterior de Washington, centraba su visión en la contención del comunismo en América Latina, y Chile no escapó a su mirada crítica.
Allende, con sus políticas socialistas y su aproximación a la URSS, era considerado una amenaza para los intereses estadounidenses, sobre todo por el ejemplo que podía cundir en la región al tratarse de un gobierno de corte marxista electo por voto popular. Washington canalizó fondos y apoyo a grupos opositores y tomó acciones económicas para desestabilizar al gobierno de Allende. La polarización política y la tensión social llegaron a su punto culminante el 11 de septiembre de 1973. Con Pinochet, Chile quedó bajo el control de un régimen militar autoritario que duraría casi dos décadas. Las consecuencias fueron atroces: miles de personas detenidas, torturadas o ejecutadas, y una democracia chilena en la oscuridad. En el plano económico, de sumo interés para EUA, el régimen pinochetista revirtió las políticas socialistas de Allende e impulsó una agresiva agenda de liberalismo económico y privatización de amplios sectores del Estado. De alguna manera, Chile fue el laboratorio de las políticas neoliberales que Ronald Reagan y Margaret Thatcher impulsarían en la década de los 80.
Kissinger fue el artífice de una política exterior de EUA marcada por un pragmatismo paradójico. Mientras apoyaba golpes militares en América para frenar el comunismo, fue el principal impulsor del acercamiento de su país con la China comunista con el fin de aislar a la URSS en Asia. En parte, gracias a ese acercamiento China inició el despegue económico que la ha vuelto hoy una superpotencia. La influencia de Kissinger siguió incluso después de dejar el servicio público. En 2001 fue una de las voces consultadas que se pronunció a favor de la invasión a Afganistán en respuesta a los atentados.
En 2001, EUA ya no tenía rival. Se cumplía una década de la implosión de la URSS y la amenaza del comunismo era un recuerdo. Tras años de auge, la economía estadounidense daba signos de desgaste, con una desaceleración y posterior recesión, y una crisis financiera provocada por la burbuja de las empresas "punto com". La imagen de los aviones contra las Torres Gemelas cimbró al mundo. El corazón financiero de la gran potencia había sido herido. Luego, el Pentágono, el corazón militar. El enemigo ya no era otra potencia, sino un grupo terrorista islámico liderado por Osama bin Laden, una persona que había sido aliada de EUA en los 80 contra los soviéticos en Afganistán.
Bush, que había asumido el cargo en enero en medio de acusaciones de fraude electoral, se encontraba en una escuela en Florida cuando se enteró de los ataques. Su primera reacción fue de sorpresa, pero sus palabras resonaron en todo el país: "el terrorismo contra nuestra nación no quedará impune". EUA, la nación más poderosa del mundo que alentaba golpes en otros países, era ahora golpeada en su propio territorio. El mundo atónito miraba el inicio de la "Guerra contra el Terrorismo" y la aplicación de políticas (Ley Patriot, por ejemplo) que atentaban contra las libertades civiles y los Derechos Humanos justo en el país que había enarbolado la bandera de la libertad. En 1973, EUA quería cambiar a América Latina con golpes militares para alinearla a su visión del mundo. En 2001, un golpe de terror obligó a EUA a cambiar esa visión.
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