La vecindad hace inevitable el intercambio. Para bien y para mal, México y Estados Unidos comparten una larga y porosa frontera. ¡Más de 3 mil kilómetros! Pese a los muros y las agresiones del país vecino, estamos unidos por una dinámica mayor que supera la política y la ideología. Puede haber prejuicios, discriminación y racismo, pero eso no cambia la presencia de México en Estados Unidos, y viceversa. Por el contrario, reafirma una identidad vital. De esa manera, economía y migración superan la geografía y las jurisdicciones de los estados.
Desde el siglo XIX, las relaciones entre ambos países han pasado de la guerra y las invasiones, incluida la pérdida de la mitad del territorio nacional, a los tratados comerciales y la cooperación.
De un tiempo para acá, un sector de la política estadounidense pide con vehemencia que se declaren "terroristas", a los cárteles mexicanos. La fijación de un "enemigo público", le da contenido a la propaganda gringa y de paso reafirma los prejuicios. Es más fácil culpar al vecino, que reconocer los propios problemas. El tráfico de drogas se puede leer como un problema moral, pero también como una economía bien integrada entre gobiernos, empresas y consumidores. La red es inmensa, tanto como el gusto por las drogas en los Estados Unidos. El discurso contra las drogas, sólo muestra una cara de la misma moneda. Por supuesto, del otro lado nos les gusta reconocer que son un inmenso mercado de drogas, pletórico de hambrientos consumidores.
El historiador inglés, Benjamin Smith, nos advierte en su más reciente libro, Las Drogas (Debate: 2022), que "hoy en día, los mitos en torno a la guerra contra las drogas sientan las bases para el fortalecimiento del nacionalismo estadounidense". Hace dos décadas los "enemigos" fueron los árabes, hoy los sustituyen los cárteles. No obstante, aunque el panorama se presenta entre buenos y malos, como la película Traffic (2000), donde Steven Soderbergh, mostró a Estados Unidos a color, y a México en sepia, la realidad es tan compleja que se entiende mejor una como arraigada economía.
El juicio lapidario al ex secretario de Seguridad Pública en México, Genaro García Luna, llama a reescribir la historia reciente de la llamada guerra contra el narco, que enarboló el presidente Felipe Calderón, en medio de una crisis de legitimidad. Sin duda, Calderón sabía, o era un idiota (Diego Fernández dixit). Sabemos cuándo inició la guerra, pero es fecha que no sabemos cuándo va a terminar. En la actualidad, todavía padecemos en el país, los estragos de la guerra, que abrió un gobierno abiertamente ligado al narco. Pero lejos de ser excepción, hay una continuidad que impone esa economía. En su momento, el poderoso presidente, Plutarco Elías Calles (1924-1928), sobreviviente de la revolución, fundador del Partido Nacional Revolucionario, sabía de los pasos del gobernador Abelardo L. Rodríguez en Baja California. Lejos de condenarlo, lo toleró por ser un hombre leal al régimen. Llegado el momento, Calles lo impulsó como presidente. Abelardo fue promotor del elegante casino Agua Caliente, cuando la absurda prohibición del alcohol en Estados Unidos, incentivó la oferta en la frontera. Esa política alentó el mercado negro y de paso, consolidó a Tijuana, como una ciudad próspera y festiva. El casino pronto se volvió el lugar favorito de estrellas de Hollywood, mafiosos y aventureros. Más todavía, Abelardo se asoció con la mafia estadounidense, esa, que le hacen películas y series de televisión. En vano leí la autobiografía del expresidente, para buscar algún testimonio sobre sus relaciones con la mafia gringa. En cambio, sí enlista más de 84 empresas en las que participó jugosamente.
En su momento, el presidente Miguel Alemán (1946-1952), creó instituciones de inteligencia política y represión, a fin de mantener el régimen autoritario disfrazado de democracia. A principios de 1947 creó la Dirección Federal de Seguridad, un FBI a la mexicana. La Dirección quedó al mando del senador y coronel Carlos I. Serrano. Hombre de todas sus confianzas, repartió su tiempo entre liderar al Senado, espiar y traficar drogas a los Estados Unidos. Alemán sabía.
Lejos de erradicar las drogas, el prohibicionismo y la guerra, han fortalecido el mercado, y hasta lo han hecho más rentable. De allá para acá nos condenan con visión maniquea. De aquí para allá, el mercado se integra como otras industrias altamente rentables.
En su estudio reciente, 2022, sobre las drogas y los espías gringos en nuestro país, el investigador Carlos A. Pérez Ricart resume la otra cara de la misma moneda: "Las métricas del éxito de la DEA son las cuentas del fracaso de México. Lo que la DEA asume como logros ineludibles de la estrategia antinarcóticos -la fragmentación de las grandes organizaciones de la droga en entes más pequeños y aparentemente más controlables- no ha sido sino el detonador de las mayores oleadas de violencia criminal en todo el continente. En esa medida, la DEA es responsable directa de violaciones a los derechos humanos".
Quizá nos disguste aceptarlo, pero la economía de las drogas es una realidad vigente de un lado y de otro.
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