Llegan las primeras imágenes. Lucecillas mortales cruzando el firmamento. Humaredas que se llevan vidas. Parecía que cierta distensión internacional estaba en curso. Hamás ataca por aire, envía hombres, hay secuestros. Netanyahu, de cuya dureza proverbial nadie duda, anuncia guerra. ¿Qué ocurre?
Está calculado para herir cuerpos y almas. Es Simjat Torá, termina la lectura anual de los libros sagrados. Exactamente a medio siglo de la guerra del Yom Kipur. Hay muertes de inocentes en ambos lados, en horas rebasan los 1000. Los heridos se cuentan en varios miles. Se necesita sangre para atenderlos.
¿Qué es esto? No es una invasión, difícil imaginarla contra el poderío israelí. Hamás (fervor) es un grupo religioso considerado por alrededor de 30 países como subversivo. Pero una veintena, sobre todo en África, guardan silencio. A diferencia de la OLP, no buscan la reivindicación política de ese pueblo. Su consigna ha sido la creación de un estado islámico, algo muy diferente. De ahí la defensa de una "guerra justa", que justifica todo: masacrar.
La furia recuerda dos textos, el famoso campanazo de Barbara W. Tuchman, La marcha de la locura: La sinrazón desde Troya hasta Vietnam de 1984, y The Wrath of Nations, de William Pfaff. Es la ira, la irracionalidad, la que guía estos actos. No vencerán al ejército israelí el cual, extrañamente, fue sorprendido teniendo Israel uno de los aparatos de inteligencia más poderosos del orbe. No se creará el estado islámico, pero sacudirán al mundo.
El punto de inflexión conceptual es la condena. La distensión que se mostraban en las incipientes relaciones de Marruecos o Arabia Saudí con Israel, se desmorona. Pero en esas naciones la religión es muy poderosa. Arabia Saudí y EEUU estaban ya en franco flirteo comercial. Además los nuevos BRIC's, con China como nueva brújula, también se verán afectados.
Al interior de los EEUU, en plena precampaña, la posición dura de Trump a favor de Israel, quien moviera la embajada de la capital Tel Aviv a Jerusalén, cobra nuevo brío. Biden no se puede quedar atrás, ya navega un portaaviones a la región, acción simbólica y no tanto, advertencia real a otros países. ¿Y Rusia? De nuevo el petróleo, los ojos del mundo caen sobre el Golfo Pérsico. Ya sabemos lo que su cierre significa, se vienen a la memoria precios del barril por arriba de los 100 dólares. Irán ya se definió. La simple especulación sacudió los mercados, las importaciones de gasolina de EEUU supondrían un aumento en las presiones inflacionarias que la Reserva Federal trata de modular con aumentos en la tasa de referencia. Y esa tasa impacta en el orbe y de manera directa México.
Y, por si fuera poco, las guerras provocan flujos migratorios inesperados, justo en un momento en el cual, por otras dinámicas, la migración está desquiciada y las violaciones a los Derechos Humanos, las humillaciones y maltratos, son cosa de todos los días. La ira, esa furia que domina al cerebro, que ciega las emociones, que cancela principios, que busca un desfogue sin importar las consecuencias, está viva en muchas zonas del mundo. La importancia del "proceso civilizarorio" de la cual nos hizo conscientes, Norbert Elías, se tambalea.
Rob Riemen, al autor de Nobleza de espíritu y Para combatir esta era, vino a México a presentar su nueva entrega, El arte de ser humanos. El libro comienza con un desgarrador relato de la historia familiar, de origen neerlandés, que llevó a su abuela y a su madre, a sus tías, a un campo de "detención" en Indonesia controlada, en ese momento, por Japón. Allí habitaba un diablo encarnado de nombre Sonei Kenichi. Rob logra rescatar el doloroso testimonio familiar. Esa es la piedra de toque de su excelente texto.
Escucho la nota radiofónica el sábado por la noche. Leo a Riemen en paralelo. Amanezco con las imágenes desgarradoras de niños atrapados por los bombardeos. Ser humanos es un arte, no lo estamos practicando.
En el 2023, la ira no tiene brida.