Las emociones forman parte de nuestra constitución como seres humanos. Son fundamentales en la génesis de la motivación para actuar y básicas para afrontar los problemas de identidad personal y colectiva. Percibirlas de manera apropiada, lo que implica interpretarlas adecuadamente, no es tarea sencilla. El miedo es una de las emociones más básicas y profundas y en el contexto actual con situaciones arriesgadas y/o conflictivas desencadenan, en amplios sectores de la población, una cascada de incertidumbre, desconcierto y miedo.
Hace varios meses desde la mañanera se está exhibiendo un comportamiento sostenido con aristas antisociales barnizado de mentiras, engaños y violencia verbal contra cualquier voz o movimiento que no comulgue con la cosmovisión presidencial.
Hay un malestar latente en el ánimo de López Obrador y en ocasiones los disparadores de su enojo apuntan a estar motivados por la falta de control ante situaciones dentro de la esfera política y fuera de la comodidad de su burbuja.
A lo largo de la historia, y ejemplos sobran, se ha utilizado el miedo como instrumento de control social ya que es una de las emociones más poderosas que articulan a la sociedad y por ello se presta a la manipulación política; desde diversificarlo y/o amplificarlo como uno de los peligros que atentan contra el orden social.
Hoy, ante el cuadro dantesco mexicano no sólo en la arena política sino en la social y en la de seguridad pública, razones sobran para que los ciudadanos tengan miedo.
Esta administración ha fracasado en su estrategia integral del combate a las organizaciones delictivas, las cifras y la realidad golpean el discurso frívolo y propagandista; el tráfico de drogas está fuera de control gracias a la interminable red de vínculos entre funcionarios y delincuentes. La corrupción que devora partes estratégicas dentro del régimen empuja a que los miedos sean utilizados como mecanismos de protección de los que hoy gobiernan para conseguir que la ciudadanía y el aparato legislativo acepte la imposición de leyes, reglas y/o medidas atropellando la Carta Magna.
El cinismo se ha apoderado de un puñado de morenos que se consideran fieles del dogma diariamente proclamado que debe ser obedecido. Las señales y acciones para ir aplastando los organismos autónomos, personas o temas incómodos están normalizadas en el ánimo de la cúpula en el poder.
Y en esa soberbia mayúscula -mala compañera en los últimos meses de un sexenio- empiezan a subestimar, estigmatizar, condenar y etiquetar las manifestaciones en defensa del INE que son signos ciudadanos inequívocos que están interpelando al poder. Las convocatorias como actos de protesta ciudadana y plural para defender la democracia en México han calado en los pasillos del palacio. Esa ola rosa de la clase media a la que ha agraviado y sectores altos representa una gran parte del voto que llevó a López Obrador al poder en 2018 y el voto de castigo en las elecciones intermedias del 2021en la Ciudad de México.
El Presidente insultó a miles que tomaron la plaza. A los que llenaron el Zócalo y las calles aledañas en una manifestación rosa, pacífica y ciudadana; su narrativa del día después se ha vuelto predecible y monotemática.
No poner atención en lo sucedido y evitar un análisis estratégico de las secuelas nacionales e internacionales es pisar un terreno lleno de riesgos en un contexto de polarización, encono y con una sucesión sin control y llena de fuego amigo.
El miedo puede provocar parálisis, pero también una gran actividad que con cierta frecuencia se vuelve violencia dura que invita a la desestabilización, ingobernabilidad y escenarios caóticos de conflicto postelectoral.
Y esa es una imagen de un México que a nadie conviene.
Twitter: @GomezZalce