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Urbe y orbe

El pasado vive en los conflictos del presente

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Un factor que motivó a analistas y observadores internacionales a asegurar que Rusia nunca invadiría a Ucrania fue la imposibilidad de romper con el marco mental del globalismo neoliberal. Bajo los parámetros de éste el sistema global se reduce a una cuestión de crecimiento económico y de dar a las fuerzas del capital la mayor libertad posible dentro de un estricto respeto al Estado de derecho y las reglas internacionales de orden liberal. Por ende, era absurdo que Rusia se atreviera a poner los dos pies calzados con botas militares en el vecino país. Frases como "sería un suicidio" y "las sanciones que le caerán encima colapsarán su economía" se escuchaban en distintas latitudes.

Estas aseveraciones, ancladas en los paradigmas de un orden que comenzó a hacer agua en la primera década del siglo XXI, pasaban por alto varias realidades objetivas. Que Rusia llevaba meses desplegando cientos de miles de soldados en la frontera con Ucrania. Que el gobierno de Putin se ha enfocado en modernizar su arsenal nuclear para disuadir a enemigos potenciales. Que el Kremlin había lanzado una campaña de propaganda para justificar una intervención militar y socavar el orden liberal. Que Rusia ya había puesto un pie en Ucrania en 2014 con la anexión de Crimea y el apoyo a las milicias prorrusas en el Donbás. Y que la economía rusa ha experimentado desde 2014 una transformación que la ha vuelto resiliente a las sanciones y el hecho virar a Asia, particularmente China, como soporte para el abastecimiento de insumos y capitales.

En resumen, Rusia tenía años preparándose para desafiar el orden hegemónico noratlántico por la vía armada. El resultado salta a la vista. La economía rusa no se ha desplomado. Con todo y el apoyo occidental, Ucrania no ha logrado recuperar las provincias invadidas por Rusia. La popularidad de Putin dentro de su país no ha mermado con todo y el endurecimiento de su régimen. Y cada vez más países se muestran indiferentes o favorables hacia las agresiones de Moscú. La guerra entra en su segundo invierno con menos optimismo del lado ucraniano.

Pero además de las realidades objetivas, los análisis previos a la invasión desatendieron las realidades históricas, un error cada vez más común en un mundo occidental que tiende a la superficialidad de los juicios sobre las fuerzas que mueven el mundo. La geopolítica rusa es en esencia la misma desde la época de los zares. Al este se proyecta hacia el Pacífico. Hacia el oeste, sobre Europa Oriental para hacerse de muros de contención terrestres. Hacia el norte, sobre el dominio del Ártico. Y hacia el sur, en busca de una presencia fuerte en Oriente Medio y de accesos al Mediterráeno vía el mar Negro.

Putin es heredero de esa geopolítica y la ha llevado a la práctica. Pero toda geopolítica va acompañada de armazones ideológicos. En la época de los zares fueron el absolutismo, la ortodoxia cristiana, el nacionalismo y la idea de Moscú como la Tercera Roma tras la caída de Constantinopla. En la era soviética fue el eslavismo hacia dentro y el internacionalismo comunista hacia fuera. Hoy son el conservadurismo social, el neo-eslavismo y el eurasianismo para hacer de Rusia un dique cultural y contrapeso político a Occidente.

El pasado profundo sigue vigente en el presente y las viejas tendencias se mezclan con las nuevas, transformándolas y transformándose en ese contacto. El "fin de la historia" decretado tras la caída del bloque comunista, y el arribo de una nueva era de democracia liberal y prosperidad capitalista sin límites, eran una ilusión. Pero precisamente esa ilusión aceleró la debacle del sistema mundial liberal al ignorar las fuerzas objetivas e históricas.

De la guerra se dijo que ya no sería "necesaria" o que, en caso de requerirse, serviría sólo para recuperar el orden internacional mediante operaciones militares "quirúrgicas" con el mínimo de "daños colaterales". La realidad siempre es más compleja de lo que nuestra mente concibe. El ejemplo de Ucrania derriba la cortina del engaño. Sí, en la guerra ruso-ucraniana vemos drones, satélites privados y armas y equipos bélicos sofisticados. Pero también observamos guerras de trincheras, reclutamientos forzados, ataques a objetivos civiles, desplazamientos, refugiados, ultranacionalismos, persecuciones, en fin, todo aquello que considerábamos como parte del pasado.

La guerra de Israel contra Palestina ha alcanzado cotas más altas en su sofisticada primitivización. A la par del "domo de hierro", uno de los sistemas de defensa más eficientes del mundo, y la utilización de equipos militares de última generación, atestiguamos prácticas brutales, principalmente del lado de Israel, vistas ya en siglos anteriores: asesinato indiscriminado de civiles, niños incluidos; desplazamientos forzados, y bombardeos a hospitales y zonas residenciales.

La misma postura ideológica de Hamás e Israel hunde sus raíces en el pasado. El fundamentalismo islámico nació a principios del siglo XX en el seno del decadente Imperio otomano y cobró fuerza como reacción a la creciente presencia de los imperios europeos en Oriente Medio, y como alternativa radical a las posturas liberales dentro del Islam y al nacionalismo árabe. Ese fundamentalismo se afianzó y expandió por causas internas y externas. Entre estas últimas hay que mencionar dos: la utilidad que EUA y otras potencias occidentales encontraron en él para socavar el avance del comunismo en el mundo musulmán durante la Guerra Fría, y la radicalizaicón del sionismo revisionista de Israel que es la ideología del partido Likud que hoy encabeza Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí.

El sionismo revisionista surgió en el período de entreguerras con el objetivo de impulsar la idea de construir un estado nacional exclusivamente judío en Palestina, poblada entonces mayormente por árabes. Ese sionismo es de alguna forma heredero del nacionalismo europeo que, junto con el imperialismo, desencadenó las peores guerras de la historia. Pero también recoge la estrategia del colonialismo de poblamiento que los británicos y otros europeos aplicaron, por ejemplo, a su llegada a lo que hoy es EUA y Australia. El colonialismo de poblamiento consiste en hacerse de un territorio, de ser necesario por la fuerza, y desplazar o exterminar a la población originaria. Así se dio en ambas naciones la expansión territorial y el dominio blanco sobre el resto de los habitantes. Esta estrategia es la que aplica hoy el estado de Israel en Gaza: desplazamiento o exterminio.

La historia muestra que el colonialismo de poblamiento siempre está acompañado de la limpieza étnica, la desaparición de un grupo poblacional específico de un territorio, y que es prima hermana del genocidio, la más ominosa de todas las herencias del pasado que se mantiene viva en los conflictos del presente.

@Artgonzaga

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