Algunos lectores de edad seguramente recordarán el libro "El Principio de Peter", escrito por los canadienses Laurence J. Peter y Raymond Hull, que se convirtió en unos de los más vendidos de los años 70 en los medios académicos y empresariales.
Basado en un estudio de las jerarquías en las organizaciones modernas, los autores llegaban a dos conclusiones contundentes:
La primera que "en una jerarquía todo empleado tiende ascender hasta su nivel de incompetencia".
La segunda que "con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones".
Con cierta ironía, el libro describe infinidad de casos por demás comunes en donde las organizaciones tienden a ascender a puestos elevados a sus mejores empleados y ejecutivos sin saber a ciencia cierta si podrán desempeñar con eficiencia sus nuevas tareas.
Tal fue el caso de un profesor de escuela que era extraordinario a la hora de enseñar, luego de varios años fue promovido a subdirector del colegio donde logró por su experiencia dirigir eficientemente al profesorado.
Tiempo después lo ascendieron a director del plantel en donde su fracaso fue rotundo, había tareas claves que no pudo desarrollar con éxito por su falta de tacto político como el manejo con el consejo escolar y las relaciones con las autoridades del distrito educativo.
Peter fue quien creó esta sugestiva teoría sobre la ineficacia, pero fue Hull quien le dio forma y vida al libro que se publicó en 1969 y que alcanzó en poco tiempo ventas extraordinarias.
Además de definir el principio de Peter, los autores concluían que con el tiempo "todos los puestos en una jerarquía estarán ocupados por un empleado incapaz de realizar sus tareas".
Esto suele ocurrir en todos los sectores, sin embargo en el sector oficial es más evidente el nivel de incompetencia de muchos funcionarios, quizás porque sus decisiones son públicas o bien porque en los gobiernos no existen sistemas efectivos y consistentes para seleccionar a los burócratas ni tampoco para evaluarlos de manera sistemática.
En México tenemos decenas por no decir que cientos o miles de servidores públicos que asumen cargos relevantes por su buena relación con los altos funcionarios o porque han sido hábiles para "vender su imagen" a través de los medios de comunicación y las redes sociales.
Hoy en día los políticos se han dedicado a desarrollar estrategias efectivas para ganar elecciones y encuestas de popularidad, pero son escasos los que se preocupan por estudiar a fondo los pormenores de la administración pública.
Así vemos en este sexenio a un político de la vieja guardia en la dirección de una paraestatal tecnológica como es la Comisión Federal de Electricidad. Ni que decir del director de Petróleos Mexicanos, un ingeniero agrónomo tabasqueño con carrera como dirigente de partido y diputado federal, pero sin experiencia previa en el sector energético.
Podríamos mencionar muchos casos más, quizás el más notable hoy en día es el mismo Andrés Manuel López Obrador, quien en sus cuatro años y medio como presidente ha demostrado ser incompetente en la mayor parte de las áreas de su administración.
Se salva de alguna manera en el manejo de la economía y las finanzas, pero no ha podido con la seguridad, la educación, la salud, la migración y con la conducción de sus proyectos insignia que han resultado onerosos y hasta el momento improductivos como el aeropuerto Felipe Ángeles.
López Obrador ha sido arrogante e inepto para corregir errores y para colmo suele culpar a todo mundo del fracaso de sus políticas como en el caso de la alta tasa de homicidios dolosos.
AMLO es un dirigente político y activista muy hábil, su elocuencia lo llevó primero a gobernar la ciudad de México y años después a la presidencia de la República.
Pero es evidente que en la Presidencia llegó a su nivel de incompetencia porque no contaba con la preparación ni la experiencia necesarias para asumir un cargo de tal envergadura.
En este sentido los electores deberemos analizar cuidadosamente en el 2024 quienes son los candidatos presidenciables con las cualidades y competencias necesarias para ocupar y desempeñar eficientemente el cargo.
No basta el carisma ni la popularidad, se requieren muchas más habilidades y talentos. Lástima que los votantes somos fáciles de engañar y manipular, tendremos que aprender esta lección para evitar más gobiernos desastrosos e ineficaces.
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