Maestro de vocación. Bohemio de corazón. Bajo la responsabilidad de la educación, el profe Luis Azpe Pico (1938-2023), marcó a muchas generaciones desde los años sesenta del siglo pasado. Con inteligencia, empeño y carácter, fue el profesor que a muchos nos inspiró, en una edad donde se necesitan guías de valor. Ejerció la enseñanza como un apostolado, a tal punto de transformar alumnos. Desde el aula, marcó a miles de jóvenes, pero sobre todo, enseñó a pensar a través del idioma. Con claridad, excelente dicción y buen humor, hacía notar que las palabras y sus significados cuentan.
Fumador irredento, apasionado de las motocicletas, admirador de Agustín Lara y María Grever, pero también de Cervantes, León Felipe, Quevedo y muchos más. Siempre tuvo curiosidad y deseo por aprender. Él, que era un diccionario andante, alentaba a usarlo como quien descubre algo nuevo.
De manera habitual vestía de negro y portaba gruesas gafas. En sus clases procuró el aprendizaje del español de manera práctica, didáctica, y también apelando a la vergüenza. Muchos aprendimos a escribir y hablar español después de escucharlo. Más todavía, sembró en miles de alumnos el amor por la lectura, la pasión por la literatura, y sobre todo, incentivó a que sus alumnos pensaran por sí mismos. Enseñó a través de las anécdotas, la letra de una canción o la exclamación de un poema con su característica voz grave. Quizá para muchos, sus clases fueron el primer contacto con la literatura y de ahí para adelante. En sus referencias al español, había el estilo de María Moliner, la corrección de Hilda Basulto y la apreciación filológica de Helena Beristáin. En más de una ocasión, uno salía de sus clases con ganas de saber más, de buscar por aquí y por allá, de escuchar y no sólo oír; de saber ver, y no sólo percibir. De manera paralela, nos descubrió otra cara del español, más rica y profunda, a través de las etimologías. Entonces, ya no sólo era la lengua propia, sino el griego y el latín. ¡Preciosa belleza del idioma!
Al principio nos parecía duro, un profe difícil, pero después, esa primera imagen se transformaba por con el humor. Recuerdo vívidamente sus carcajadas, mientras echaba plácidamente humo en el salón de clases. Sus chistes e historias, nos mostraron que la pedagogía es mejor con la risa. Ya lo decía Tito Monterroso, la primera función de la ironía, es hacer pensar, luego reír. Luis Azpe fue el maestro entrañable que nos despertó en los años mozos de la preparatoria Carlos Pereyra.
Por supuesto me quedo corto al hablar de Luis y su generosidad didáctica. Había en él algo de poeta y se dio el tiempo publicar sus poemas. Tantas cosas más se podrían decir sobre el profe. Los dejo con un par de anécdotas. En alguna ocasión, cayó enfermo varios días. En vez de lamentarse y perder el tiempo, escribió una plaqueta llena de epigramas, pensamientos y frases, al más puro estilo Azpe. Bien lo decía: solo los tontos se aburren.
En las secundarias y preparatorias, las emociones están a flor de piel entre los alumnos. Como es natural a los grupos, siempre surgen disputas que terminan en bronca. En su momento, en la Pereyra, el padre Treviño y el profe Azpe, intervenían en las disputas. Para dirimir las diferencias, daban a los muchachos guantes de box. Tras intercambiar intensos puñetazos, los airados jóvenes, salían amigos. Hoy, ese método sería condenado por la moral vigente, tan susceptible a lo políticamente correcto. Sin más. Gracias Luis.
PALACIO CHINO
Bien dicen que la historia se repite. En 1981 las máquinas, por no decir la ignorancia, destruyeron la famosa casa conocida como la "Alhambra", que fue domicilio de Fernando Rodríguez, empresario que dejó grata huella en la región. Hubo protestas, indignación, pero también se dijo que la casa no era histórica y carecía de valor. Todo por "el progreso de Torreón", pues ese inmueble era "un monumento a la nada, una copia".
Algo similar acaba de suceder con el Palacio Chino, el mejor y más elegante restaurante de comida cantonesa. Fue destruido hace unos días, en esa terrible batalla de la máquina contra la historia. La autoridad que otorgó el permiso, sencillamente se excusó diciendo que no estaba catalogado. Sin embargo, el valor de cierta arquitectura no radica en sus años de antigüedad, y mucho menos, de una institución esclerótica como el Inah. El valor radica en la identidad que representa para la gente. Sin duda, la demolición de emblemático edificio, pinta de cuerpo entero a quienes se empeñan en destruir el patrimonio arquitectónico.
Nos vemos @uncuadros