Elio Toffana, corazón de Aluche
Al igual que el teórico escénico Peter Brook, el rapero Elio Toffana (Madrid, 1985) es capaz de tomar cualquier espacio vacío y usarlo como un escenario desnudo. Sobre la tarima sólo se acompaña de DJ Swet, rodeado de luces, parlantes, entre versos y ritmos. No necesita más para compartir su arte al público mexicano que se ha dado cita en Monterrey. Su performance es conciso y versátil, imaginación disparada con pocos elementos, como esa economía de lo que no se pierde, propuesta por la poeta canadiense Anne Carson.
Elio es actor y músico, un “canalla” oriundo del barrio de Aluche, al sur de Madrid. Se crió en esas calles nombradas como pueblos toledanos y gestó sus primeras rimas en un intersticio entre la presión social y el genio creador. Los noventa fueron años complicados. El área se pobló de droga y una desilusión, plasmada en los muros de las manzanas como si fuese grafiti, acompañó a decenas de jóvenes españoles e inmigrantes que sólo encontraron desahogo por medio del arte.
Nuestro protagonista fue uno de ellos. Perdió a su padre cuando tenía siete años y a su madre cuando había cumplido catorce. Ambos partieron víctimas de la heroína —contrajeron VIH a causa de los pinchazos—. Elio tuvo que arreglárselas solo en un mundo hostil. Lo menciona en una composición de su primer EP, Jóvenes bajo presión (2006): “El típico chico que cobra aunque no la líe / y si nota que sobra, aun así sonríe. / No tuvo un modelo de conducta a seguir / y a veces se disgusta porque le asusta su porvenir”. Esa también es la atmósfera de El Veneno (2009), el álbum trascendental que lanzó con el grupo Acqua Toffana: “Nací a mediados de los ochenta, / mis padres cabalgaban el caballo, ¿te das cuenta? […] Para mí el amor era un privilegio / porque nadie venía a buscarme al colegio”.
Elio está en el camerino, antes de salir al escenario de un bar del centro regiomontano. Porta una gorra Lacoste y viste una playera Versace de color negro. “Somos de clase baja vistiendo de diseñador”, indica una de sus letras. Con los brazos tapizados de tatuajes, describe su barrio a la grabadora, el sonido de los grupos de rap madrileño, su acercamiento a la estética del hip hop francés. Habla de triunfar sin perder la esencia, de evolucionar, de salir de la zona de confort sin extraviar la capacidad de retornar a casa. Integrante de Acqua Toffana, del colectivo Ziontifik y ahora artista del sello Mécèn Entertaiment, Elio es una historia escrita en sangre, una vida en cicatrices.
—El hecho de crecer sin una familia... mirando desde lejos, siento que siempre he buscado una. Tengo una manera muy familiar de trabajar. A mi alrededor genero familias y creo que ha sido por el hecho de no tenerla.
Eso que me platicas me recuerda de inmediato a la portada del álbum El veneno (2009), de Acqua Toffana, donde apareces con toda tu pandilla en medio de un terreno baldío. El marco es un paisaje rodeado por los edificios de Aluche, prácticamente lo que el hip hop te dio.
Es prácticamente lo que el hip hop me dio, totalmente. A partir de una vía de expresión pude comunicarme y sacar toda esa rabia que teníamos. Y también fue encontrar un lugar en el mundo, el hecho de atrevernos a decir: “¡Estamos aquí! Los que somos de la clase baja, los que venimos del barrio, ¡estamos aquí!”.
Hay una anécdota de tu juventud cuando conoces a unos jóvenes franceses y te muestran el rap de su país: Supreme NTM, IAM, etcétera. ¿Qué descubriste en ese sonido?
Es curioso, brother, con el tiempo uno va descubriendo las letras de los artistas en Internet. El inglés siempre lo entendí, pero no tenía ni idea del francés. No sé, pero yo escuchaba esa música y me transmitía mucho más que los propios españoles. Yo sentía que ahí estaba mi propio universo, ahí veía negros, veía árabes, veía lo que veía en mi barrio. Y además era un sonido muy duro, fuerte, muy musical, ¿sabes? Muy melódico. No era algo tan primigenio como lo era el rap en español en ese momento, que no era muy elaborado ni progresivo a nivel musical. Entonces descubrí, por un lado, una vaina social y, por otro, una vaina estética que ya venía descubriendo con los americanos. Los franceses siempre han sentido el hip hop así, de esa manera, como “hacer un disco es crearte un mundo”. Era la época en que escuchaba Cypress Hill y escuchaba IAM: “¡Esta movida es lo mismo! Suenan totalmente distintos, son de partes distintas del mundo, cada uno de estos personajes tiene un background distinto, pero hay muchas cosas en común”. Fue todo lo que a nosotros nos influyó a la hora de hacer un disco: que tenga un diseño, una fotografía interesante, que tenga una gráfica que guste. Todo estaba muy cuidado en detalles y se nos enseñó a hacer eso.
Si cada que se hace un álbum se hace un mundo, ¿qué mundo se realizó cuando se publicó El Veneno?
Se produjo un mundo que… creo que mi arte ha tenido una influencia que tiene que ver con lo familiar, que es como un poco militar. Cuando voy con mis colegas, de alguna manera, siento que somos como un squad, como unos militares. Cuando salgo con mis siete colegas del barrio, de pronto todos van de negro. Entonces creo que fue un golpe muy fuerte, porque éramos como una unidad militar en el barrio: “Aquí estamos nosotros y eso es lo que nosotros representamos”. Pero también se creó todo ese mundo de “no fuimos los únicos”, empezó a haber una generación que cuidaba mucho más los detalles de todo, eso fue lo que nos representó. Ese disco lo sacamos con Zona Bruta & Warner, entonces fue el inicio de los chavales del barrio que empezaron a crecer con las disqueras multinacionales. Empezamos a reunirnos en esa época y a tener contacto con sellos grandes.
ACTUACIÓN Y VERSOS
En 2007, Elio Toffana realizó un casting para la película El truco del manco (2008), del cineasta Santiago A. Zannou. El de Aluche resultó uno de los actores elegidos junto a otros raperos de la escena española como La Mala Rodríguez o El Langui de La Excepción. La cinta aborda la problemática social de dos jóvenes que buscan financiar su arte musical a través de actos de lictivos. Eso la llevó a los Premios Goya, donde obtuvo galardones en las categorías de Mejor Director, Mejor Actor Revelación y Mejor Canción Original.
Elio decidió no malgastar el dinero ganado en ese proyecto y se inscribió en la Escuela de Juan Carlos Corazza, en Madrid, donde estudió arte dramático. En su camino se encontró con el método de Konstantin Stanislavski, el efecto distanciamiento de Bertolt Brecht y el espacio vacío de Peter Brook, entre otros conceptos escénicos. Por eso apuesta por tomar lo mejor de los teóricos y diseñar su propia ley no escrita; a fin de cuentas, decía Stanislavski, un actor sin imaginación debe abandonar la escena.
Pero más que hablar de su faceta actoral, Elio Toffana está en México para presentar Shock Wave (2022), su reciente material discográfico. El concierto forma parte de la gira latinoamericana que realiza junto al rapero argentino Dano. Se trata de un álbum donde quiso despegarse de lo conceptual, sin darle tantas vueltas a las cosas. Para el creador de otras obras musicales como Espíritu de nuestro tiempo (2016) o Serie 5 (2021), la idea es trabajar con ambición y sin pretensión, aprender a desaprender, “levantar el texto de la hoja”, como explica el cineasta norteamericano David Mamet.
En las familias de los dos principales personajes de la película El truco del manco, hay abundante tensión y creo que esa misma tensión es la que existe en muchos barrios. ¿Qué te dice que el arte pueda emerger de ese caos?
Es súper positivo. El propio director, que es Santiago Zannou, también era de un barrio y también sentía esa presión. Digamos que él quiso escapar de todo ese dolor que sentía, a través del cine. En nuestro caso, lo hicimos a través de la música y luego lo fuimos desarrollando también con el cine y con todo lo demás que hicimos. Es una visión positiva, lo que pasa es que tienes que ser valiente, valiente de expresar la mierda que uno tiene, que por lo general la quieres esconder debajo de la mesa. Pero cuando lo sacas de esa manera, es bonito, porque es ficción y la ficción no hace daño a nadie: le metes un puñetazo a una puerta y no le estás haciendo daño a nadie, es una mentira, es una película, matas a alguien y es una mentira. Entonces creo que sí hay que aprender a sacar el odio y la rabia. Yo siempre digo que el odio es un sentimiento lícito. Hay mucha gente que critica el odio, yo no lo critico. Yo lo que critico es el discurso de odio, hacer apología de odio y odiar a quien no es como tú, eso es horroroso. Pero el odio surge natural en el ser humano, para mí el arte es la mejor manera de canalizarlo.
¿Qué transforma el cine en ti respecto a tus objetivos artísticos?
Me abre un camino totalmente distinto al que estaba llevando. Me puse a estudiar arte dramático y de repente encuentro una cosa que nunca había conocido antes. La música siempre la había vivido de cerca, en mi casa, y lo que nosotros hacíamos con mis amigos, pero cuando empezamos a hacer cine es un mundo totalmente distinto al que yo estaba viviendo, muy enriquecedor, muy enriquecedor. También tiene sus momentos grandes y sus decepciones, como todo en la vida, pero me descubrió una faceta que también ha formado parte de mi ser totalmente. Descubrí otra cosa en mi alma.
¿Con cuál autor dramático te sientes más identificado: Stanislavski, Brecht, Grotowski, Barba?
¡Uff! ¡Brecht me flipa, brother! ¡Brecht me encanta! Stanislavski muchísimo también, lo estudié mucho. En la escuela trabajábamos a través del método, luego ese método se fue desarrollando porque es de principios del siglo XX y muchos maestros de teatro lo desarrollaron, incluido el mío. Tomaba muchas de estas cosas y luego las fueron cambiando. Hay otro gran teórico de teatro que es Peter Brook, que sus obras son como La Biblia. Él creó el “espacio vacío”, como la filosofía de que menos es más: en vez de crear un espacio escénico repleto de elementos, este tío ponía a dos actores quizá con un pañuelo y toda la obra de teatro era así. Me pareció muy inteligente, porque la imaginación se dispara cuando uno tiene pocos elementos. Cuando te dan todo, igual y no piensas tanto... pero te diría que sí, que Peter Brook, que Stanislavski, que Juan Carlos Corazza —que fue mi maestro—, han sido de quienes he aprendido más.
¿Llevas al escenario todo este aprendizaje?
Sí lo llevo, lo que pasa es que lo estoy viendo también en distintas escuelas y te das cuenta de que algunas herramientas sin teorías —porque no es una ley escrita— dependen de la mente del autor. Hay muchas técnicas que a un autor le sirven, pero a otro no, por sus vivencias quizá o por lo complejo de su mente. Entonces uno tiene que ver diferentes métodos para darse cuenta cuáles le gustan y cuáles no le gustan. David Mamet, quien es un guionista muy famoso de Hollywood, también es un ideólogo del teatro y dramaturgo, él creó una técnica que era “levantar el texto de la hoja”. Él no trabaja con ninguna técnica psicológica, sino con lo que te da el compañero y a través del propio texto, leyéndolo. En fin, en España estamos haciendo una obra de teatro con un coreógrafo llamado Chevi Muraday. Lo que estamos viendo es una obra que también tiene mucho de danza. Entonces, este director crea a través de la danza, crea las escenas a través del cuerpo. Eso es una cosa nueva para mí, porque yo siempre había creado al personaje a través del texto. Este te lo crea a través del cuerpo, como es bailarín, parte de ahí. Entonces vemos todas esas técnicas y sí que las uso. Cuando hice la presentación de Serie 5, creé un parque: usé una cabina de teléfono, un banco, un columpio, reales, mobiliario urbano sobre el escenario. Cuando presentamos Shock Wave, creamos una zona de radioactividad, como si hubiese caído una bomba, con unos maniquíes y máscaras. Entonces, es llevar todos estos conceptos arriba del escenario y en eso me ha ayudado mucho el teatro, sin duda.
Shock Wave, tu reciente álbum, ¿es también una especie de largometraje?
No tanto como Serie 5. Es un disco menos conceptual; tiene concepto porque no puedo quitármelo de la cabeza, pero no es tan complejo como otros que he hecho. Necesitaba hacer algo distinto a lo que venía haciendo, bro. Es un disco que ha funcionado mucho, yo estoy súper contento, a la gente le ha encantado. Creo que quitar un poco de concepto y volver a ser un canalla de barrio, más cabrón, más bromista, ha hecho que a la gente le guste más. El concepto está muy bien porque a la gente intelectual nos encanta, pero también hay un punto donde, si eres muy intelectual, te olvidas de la gente. Y yo me estaba olvidando de la gente.
¿Por qué crees que sucede eso, que la intelectualidad te puede desconectar del mundo al que perteneces?
Porque parece que está mal visto ser inteligente. Uno en el colegio siempre ataca al empollón, al que está estudiando. Los malos como que siempre ven que ser inteligente está mal. Eso es una lacra, obviamente, es una mentira. Con el paso del tiempo te das cuenta de que, precisamente, cuando menos tienes, lo que te da la cultura es una riqueza inmensa que te puede hacer alcanzar cosas que de otras maneras no podrías conseguir. Entonces, sí, creo que pasa en todos los barrios. Está mal visto ser inteligente, no sé por qué.
Si la belleza es la esencia de la verdad y la calle es la esencia del hip hop, ¿qué te dice esta dialéctica?
Creo que es una alegoría que al final viene a decir lo mismo: que uno tiene que conectar realmente de dónde viene. Uno tiene que evolucionar y salir de esa zona de confort que se ha formado, pero para mí es importante no olvidarte nunca, como para tener los pies en el suelo, como para no convertirte en un renegado, brother. Hay gente a la que le va bien y que reniega de toda la gente que conoció antes y que tenía detrás, y eso tampoco es bonito, ¿sabes? Yo estoy orgulloso de dónde vengo y también salgo de ahí, y estoy aquí, intento viajar y hacer otras cosas con gente distinta, pero es importante esta alegoría, hermano.
¿Quién es el Elio Toffana habitante de esta onda expansiva llamada Shock Wave?
Un poco lo que te venía comentando: un Elio más canalla, más honesto, más juguetón, porque con este disco he disfrutado mucho, brother. Nosotros éramos unos locos y a veces cuando uno busca la perfección en su arte, es imposible; acabas perdiendo muchas cosas, hermano. Está bien que te tires un mes para escribir una canción de rap y que le des mil millones de vueltas, está bien, pero también hay algo de que, si de repente haces en un día la canción, igual también está bien. Quise cambiar esa metodología mía de trabajo, me estaba agobiando. Justo después de Serie 5, como me estaba agobiando, intenté cambiar ciertas cosas, y era como intentar empezar de cero con el disco. Sí con la ambición, pero sin pretensión, como “no voy a esperar nada loco”, para quitarme también de presiones y exigencias hacia uno mismo, y es como un nuevo yo.