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Un Diálogo Franco

Entre árboles y monos

ARTURO FRANCO

Era el otoño en 2011, en un viejo edificio a orillas del Río Charles, en Boston. Yo iniciaba mi encargo cómo economista senior en el Centro para el Desarrollo Internacional en la Universidad de Harvard.

Esa mañana me reuní con mi nuevo jefe, Ricardo Hausmann, un afamado profesor, ex-ministro de planeación y el primer economista en jefe del Banco Interamericano de Desarrollo. Aunque todavía no lo sabía, el venezolano estaba a punto de hacer historia. La pregunta que lo ocupaba— y una en la que llevo casi dos décadas trabajando también—era por qué algunos países, regiones y ciudades crecen mucho más rápido que sus pares.

Hasta entonces, la idea que prevalecía era la de ventajas comparativas, basadas en la acumulación de factores productivos: cada lugar tenía una vocación productiva y debía especializarse en ella. Siguiendo esa receta, y tomando en cuenta insumos, características locales y condiciones particulares de cada geografía, a Torreón le tocaría enfocarse en mezclilla—por decir algo—, a Saltillo en accesorios para automóviles, a Monterrey en vidrio o acero, a Chihuahua en aparatos eléctricos. Hasta ahí todo bien. Salvo que, cómo aprendimos en esos meses en Massachussets, la teoría estaba mal. Gracias a Hausmann descubrimos que para que una región realmente alcance su potencial económico, no se debe especializar.

Se debe “complejizar” económicamente o, en otras palabras, diversificarse para producir un mayor número de productos, especialmente productos más sofisticados. Y es que resulta que, de todos los indicadores que podemos medir en nuestra economía, el índice de complejidad económica, que mide habilidades y capacidades técnicas presentes en localmente, es el mejor para predecir el crecimiento del futuro. De una manera muy visual, Hausmann ha demostrado que la forma en la que distintas regiones exitosas han evolucionado en el nivel de sofisticación de sus exportaciones—por ejemplo, cómo Finlandia pasó de producir madera a teléfonos Nokia—, se asemeja al crecimiento de un “bosque” en dónde cada árbol es una nueva industria potencial y las empresas son “monos” que van conquistando nuevos territorios productivos.

Esta teoría más moderna de desarrollo industrial ha tenido enorme impacto en muchos países del mundo, incluyendo algunas regiones en México. La invitación es que cada región busque desarrollar las secciones más densas del “bosque” que son más deseables que los árboles, o industrias, con pocas conexiones a otras. Hoy Coahuila se asoma a la ventana de oportunidad económica más importante que ha encontrado en más de medio siglo. Junto con los otros cinco Estados con frontera al norte, estamos en una posición ideal para aprovechar el nearshoring, y recibir una derrama de inversión dada la reorganización geográfica de corredores industriales globales. ¿De qué tamaño es la oportunidad? De acuerdo con una encuesta de la consultora Newmark, 8 de cada 10 empresas norteamericanas que operan en China han decidido trasladar sus plantas a Norteamérica.

Tomando en cuenta que las importaciones anuales estadounidenses en manufactura provenientes del país asiático rondan los 300 mil millones de dólares, México podría robarse quizá hasta una tercera parte del pastel. Cómo escribí la semana pasada en Reforma, el anuncio de la instalación de una “giga planta” de Tesla en Nuevo León es una excelente oportunidad para debatir ciertas decisiones estratégicas que, cómo gobierno y sociedad, debemos tomar para sacarle el mayor provecho a esta tendencia.

Pero debemos hacerlo utilizando el pensamiento económico más avanzado y buscando que cada sector—público, privado y sociedad civil—, juegue su papel de manera adecuada. La buena noticia es que, de acuerdo con la más reciente medición de complejidad económica en el país, Coahuila ocupa el quinto lugar nacional, después de México, Nuevo León, Querétaro y Baja California. En gran parte, porque el clúster automotriz involucra a muchas de las 800 industrias presentes en nuestro país. Pero, la pregunta estratégica sobre la llegada de Tesla no es si tenemos “monos” listos para saltar a ese árbol. Claramente el Estado tiene ya muchas capacidades productivas en ese sector. Más bien debemos preguntarnos, ¿A cuántas otras partes del “bosque” nos puede acercar esta ola de inversiones? ¿Cuáles son los siguientes árboles que podemos conquistar? Ahí está la verdadera clave del crecimiento económico sostenido.

Arturo Franco es un economista, escritor y emprendedor social lagunero. Actualmente es vicepresidente senior del Centro para el Crecimiento Incluyente y coordino el libro “Un México Posible: una visión disruptiva para transformar al país” con Salvador Alva y José Antonio Fernández Carbaja

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