Una de las principales características de las guerras en la crisis del sistema mundial actual es su fuerte carga geopolítica. Aunque surgen como conflictos regionales focalizados con intereses aparentemente exclusivos de los países enfrentados, lo cierto es que alrededor de ellos existen intereses de otros países que tienen una injerencia directa o indirecta en el teatro de guerra. Además, los objetivos manifiestos por los bandos en discordia no necesariamente son los verdaderos o suelen ir acompañados de otros objetivos menos confesados que pueden estar vinculados con factores políticos, económicos, sociales y religiosos a la vez. Pero el componente central es que estos conflictos evidencian la descomposición del orden global actual.
Por ejemplo, la guerra de Rusia contra Ucrania revela una complejidad que abarca las pugnas internas entre la población ucraniana y los rusos étnicos; las intenciones del gobierno de Ucrania por integrarse de lleno a Occidente a través de dos de sus entes principales, la Unión Europea y la OTAN, con lo cual rompería por completo con los vínculos históricos y culturales que tiene con Rusia, y el temor de Moscú a verse cercado por las tropas de la OTAN, lo cual se ha acelerado tras la invasión con la incorporación de Finlandia y la próxima adhesión de Suecia.
Pero también está la importancia del gas y petróleo rusos para la economía europea, dependencia que EUA ha denunciado en numerosas ocasiones y que busca sustituir, al menos en parte, con sus propios hidrocarburos. Hasta antes de la guerra, buena parte del gas ruso era suministrado a través de gasoductos, algunos de los cuales atraviesan Ucrania y otros conectan con países de la UE a través del mar Báltico. Uno de esos gasoductos, el Nord Stream 2, estaba por entrar en operación entre Rusia y Alemania, pero fue volado en septiembre de 2022 sin que a la fecha esté claro el autor del atentado.
En la guerra entre Israel y Palestina, la historia se remonta en su etapa moderna a la Declaración de Balfour de 1917, con la cual el Reino Unido se comprometió a crear en la región histórica de Palestina -bajo mandato británico y donde alguna vez estuvieron los reinos de Israel y Judá- un hogar nacional para el pueblo judío que padecía en Europa el creciente antisemitismo. La llegada de colonos judíos a Palestina durante la primera mitad del siglo XX provocó crecientes tensiones con los árabes musulmanes que habitaban la región desde hacía siglos.
Tras la Segunda Guerra Mundial, una de las primeras resoluciones de la ONU fue la de crear dos estados con reconocimiento internacional. Pero antes de que se concretara la resolución, los líderes judíos declararon la independencia del Estado de Israel e iniciaron un proceso de expansión y colonización bajo la ideología sionista que se ha afianzado en las últimas décadas con el gobierno del partido ultranacionalista Likud. La intención de Israel de hacerse de un Estado cada vez más grande lo ha llevado a entablar guerras no sólo con los palestinos, sino también con otras naciones árabes vecinas, como Egipto, Siria y Líbano.
Es un hecho irrefutable que Israel ha ido despojando de territorio a los árabes palestinos, a quienes ha ido arrinconando en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Y también es un hecho incontrovertible que parte de la resistencia palestina se ha ido radicalizando a partir de esta política sionista de Likud, lo cual ha llevado al estallamiento el 7 de octubre de la peor guerra en la historia del conflicto. Hasta aquí, la guerra se muestra como un asunto de disputas territoriales ancestrales y pugnas étnico-religiosas.
No obstante, existen otros elementos y actores en discordia. En apoyo directo a la organización radical Hamás se ha constituido el Eje de la Resistencia contra Israel formado por la Yihad Islámica de Palestina, Hezbollah de Líbano, la rebelión hutí de Yemen, los regímenes de Siria e Irán y varias organizaciones extremistas de Irak. Pero los palestinos también cuentan con el respaldo político en países de mayoría árabe y/o musulmana y de potencias como Rusia y China. En apoyo a Israel han acudido potencias occidentales como EUA, RU, Francia y Alemania.
La guerra desigual que se libra entre Israel y Palestina no sólo ha suspendido de momento la posibilidad de la solución de los dos Estados, también ha hecho saltar por los aires los Acuerdos de Abraham impulsados por EUA para lograr que países como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos reconozcan al Estado de Israel en un esfuerzo por transformar la tendencia geopolítica de la zona de las últimas décadas. Por su parte, China hace unos meses hizo lo propio mediando entre Irán y Arabia Saudí para que restablecieran relaciones luego de años de distanciamiento.
Estos esfuerzos diplomáticos se circunscriben en sendos proyectos geoeconómicos y geopolíticos que impulsan China y EUA y que atraviesan Oriente Medio. El plan chino, que acaba de cumplir 10 años, se conoce como Iniciativa de la Franja y la Ruta (OBOR en inglés) o Nueva Ruta de la Seda y pretende conectar a través de infraestructuras y flujos comerciales a China con Europa y África. El plan estadounidense se llama Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC en inglés), y se erige como una alternativa al proyecto de Pekín. Para OBOR, la etapa principal en Oriente Medio es Irán; para IMEC, es Israel.
Un factor clave para ambos proyectos es el control de la extracción, producción y distribución de hidrocarburos. Recientemente se descubrieron yacimientos de gas y petróleo en las aguas del Mediterráneo oriental que bañan las costas de Turquía, Siria, Líbano, Israel, Gaza/Palestina y Egipto. Irán no quiere quedar aislado ni marginado para mantenerse dentro del proyecto chino. Israel necesita garantizar el control de todo el territorio palestino para dar viabilidad al proyecto estadounidense. Turquía se erige como tercero en discordia en su papel de potencia regional bisagra que pertenece a la OTAN, mantiene vínculos con el mundo musulmán y negocia con Rusia e Israel.
Rusia también pelea protagonismo en la Nueva Ruta de la Seda con el ferrocarril Yiwu-Madrid que atraviesa su territorio y el de Bielorrusia, y que entra a la UE por Polonia, sin tocar Ucrania. De fondo también se observa la disputa por el control de las rutas marítimas del Báltico, el mar Negro, el Egeo y el golfo Pérsico y la futura ruta permanente del Océano Ártico que se abre por el creciente derretimiento del casquete polar. La actual guerra en Oriente Medio, como la de Europa del Este, tiene su lógica regional, pero no puede ser vista de manera aislada ni ajena a los intereses geopolíticos de las grandes potencias en disputa. Tampoco la guerra en ciernes que se asoma en Asia Pacífico con dos focos de tensión: la península de Corea y la isla de Taiwán.
@Argonzaga
urbeyorbe.com