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La Morelos, centenario de una avenida emblemática

CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

La idea se hizo realidad. Mejor todavía. Con el tiempo, esa obra, se volvió emblema de la ciudad. De esa manera, el joven político Nazario Ortiz Garza, buscó desde el principio dejar huella. No para él; sino a la comunidad. Visionario, ambicioso y brillante, empleó su don de gentes, para dirigir la alcaldía de Torreón. Su actuar no fue burocrático, sino en la calle. No obstante, planeó desde el principio de su gobierno, construir el primer bulevar. Manos a la obra, el segundo mes de su breve gobierno, anunció el bulevar Morelos. Así, arrancó la pavimentación. Por entonces, la mayoría de las calles eran de tierra. Al centro, se construyó un camellón para delimitar la circulación. Por fortuna, conservamos la fotografía donde el alcalde, de traje y sombrero, supervisó las obras en el terreno. Pero el proyecto, no sólo fue construir un bulevar para automóviles, sino hacer todo un paseo peatonal con amplias banquetas y así conectar viviendas, comercios y plazas públicas: la Alameda Zaragoza, la Plazuela Juárez y la Plaza de Armas. Desde esa visión, se iniciaron los trabajos en febrero de 1923.

Vale anotar: la construcción de la Morelos fue esfuerzo comunitario, donde el gobierno local impulsó la obra. Al mismo tiempo, sumó esfuerzos particulares, para concretar el paseo público. El ayuntamiento tenía poco dinero, pero eso no limitó las ganas ni la visión del joven alcalde. Por el contrario, los escasos recursos lo llevaron a gestionar aportaciones ciudadanas. Don Nazario se ganó la confianza de la gente. Logró aportaciones de particulares, empresas y apoyos de los gobiernos federal y estatal. Para él, la política fue el arte de lo posible. Con poco, hizo mucho, y así juntó las partes para lograr una gran obra que perdura hasta nuestros días. Convocó a vecinos, invitó a empresas, pidió ayuda a otros políticos, entre ellos, el filósofo José Vasconcelos, por entonces ministro de la Secretaría de Educación. Tocó puertas en la Secretaría de Hacienda, con Adolfo de la Huerta. Ambos funcionarios federales, aportaron esculturas artísticas para embellecer el paseo. Vasconcelos mandó una escultura de mármol con la representación Aquiles. De la Huerta hizo lo propio. Varias obras las hizo el escultor Ignacio Asúnsolo y otras Fernando Toriello. Había esculturas de desnudo, jarrones ornamentales, amantes en pleno beso, y por supuesto, los bustos de héroes como José María Morelos e Ignacio Allende. Mármoles y bronces engalanaron las calles.

El lenguaje de aquellos días, refirió las obras para embellecer y hermosear la ciudad, dos palabras que se han perdido actualmente, no sólo por su empleo verbal, sobre todo, por su contenido material. Sin duda, hay obras, pero muy alejadas de cierta estética urbana. Y ni qué decir, cuando "olvidan" a peatones y ciclistas, porque asumen que los ciudadanos son exclusivamente automovilistas. ¡Qué pobre visión pública!

Sin embargo, el primer gobierno de Nazario no concluyó por conflictos políticos. Fue depuesto en noviembre y la prensa registró que la ciudad tuvo dos ayuntamientos al mismo tiempo. Para 1925, de manera fastuosa, la reina del Algodón, Elvira primera, inauguró la iluminación. El paseo comenzó a tomar forma, con jardines en los camellones, elegantes arbotantes, pequeñas rotondas y esculturas en cada cuadra. Pese a su salida, Nazario sembró la obra y tuvo la oportunidad de regresar a finales de ese año, pues el alcalde en turno, Ángel Gutiérrez, fue depuesto, por lo que hoy diríamos, un escándalo sexual.

Sin duda, obras son amores y no buenas razones. Nazario continuó entre 1926 y 1928. Para coronar la Morelos, se construyó el hemiciclo, donde sobreviven a los costados, dos sugerentes relieves. ¿Ya los vieron? La gente bautizó el monumento, "el pensador", por la postura meditativa de la escultura. Es una réplica del Lorenzo de Urbino que hizo el divino Miguel Ángel.

Al paso de los años, la Morelos, se consolidó en espacio de encuentro e identidad. Durante décadas, fue el escaparate de los jóvenes. Ahí nacieron noviazgos y después matrimonios. En torno a las "moreleadas", se reunieron a caminar, ir al cine, tomar café o comer en algún restaurante. También estaban los bancos, hoteles y grandes edificios comerciales. Durante años, el paseo convivió entre peatones y larguísimas filas de vehículos, donde la muchachada no se cansó de dar la vuelta. Entre las palmeras que sembró el agricultor Plácido Vargas, todavía paseamos y nos reconocemos en la Morelos. A cien años de esta avenida emblemática, hay mucho que contar, como la vez que se estrelló un helicóptero… pero será en otra ocasión.

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Escrito en: Editorial Carlos Castañón Cuadros editoriales

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