Leí la noticia: posible ruptura. Me invadió una profunda tristeza. México necesita al PRD. Si se separa del Frente Amplio, todos perderemos.
No soy de militancias o de partido. Mi oficio exige total libertad. Sólo así la razón puede ir de un lugar a otro, atenida a principios, a hechos y no a moldes. Escuchar a todos es una obligación, también esforzarse por entender sus motivos y razones. No siempre es fácil, por ejemplo, me he reunido en varias ocasiones con Dante Delgado, y sigo sin comprender la jerarquía de los valores de MC: ¿por qué anteponer los intereses naranjas, al terrible y claro dilema del 2024: democracia o autoritarismo descarado? La cultura democrática flaquea.
Cuando en 1988 Cárdenas y Muñoz Ledo crearon el Frente Democrático, me tocó observar de cerca la incapacidad del régimen para entender la profundidad de la ruptura. Las cuentas alegres del PRI, el bloqueo a las encuestas públicas y, por supuesto, un clarísimo síndrome de negación, anunciaban el enfrentamiento. Cárdenas me invitó a que lo acompañara a Estados Unidos para dar su versión de lo ocurrido, lo hice con gran interés mandando notas de sus giras. El presidente Salinas se molestó, le argumenté que la política se estaba internacionalizando. Nació el PRD como una necesaria fusión de las diferentes izquierdas, fue una esperanza. En 1991, después de una muy frustrada experiencia en el 1988 con las encuestas preelectorales, creamos una publicación especializada en demoscopia, prospectiva, un espacio post-ideológico. En 1993, se organizó un plebiscito para la Reforma Política del DF. En 1994, y por iniciativa de Carlos Fuentes y Jorge Castañeda, se creó el Grupo San Ángel, allí conocí a Vicente Fox. En ese mismo año cubrí el cierre de campaña de Diego Fernández de Cevallos, con quien mantengo una relación cercana. Una democracia demanda esfuerzos diversos y continuos.
Al haber estado expuesto por razones profesionales y personales a los distintos frentes, con el tiempo fui ratificando mis coincidencias y discrepancias. Los nombres de Jean Jaurés, de Léon Blum, Antonio Gramsci y muchos otros, circulaban en las sobremesas de mi casa paterna. Durante mi paso por la UNAM aparecieron autores fantásticos como Bobbio, Habermas, Sartori, a quien tuve oportunidad de conocer por Luis Carlos Ugalde. Por los pasillos de mi facultad, y debido a los múltiples golpes de estado en América Latina, para tragedia suya y fortuna nuestra, desfilaban Clodomiro Almeyda, Fernando Henrique Cardoso, Celso Furtado, Ricardo Lagos, Gerard Pierre-Charles y muchos más. Don Carlos Quijano -gran uruguayo de izquierda- fundador de los "Cuadernos de Marcha"- presidió el sínodo de mi examen. Ellos nos hacían recapacitar sobre las desviaciones del estalinismo, y también sobre la necesidad de revalorar a la izquierda democrática. En Jurídicas, tuve el privilegio de coincidir con Álvaro Bunster, gran penalista chileno, en desventura por el golpe. Carlos Fuentes con frecuencia platicaba de su relación con Mitterrand. Roger Bartra, a través de El Machete, introdujo a una serie de brillantes autores de esa línea. Paz haría lo propio con el pensamiento liberal en Vuelta y Krauze en Letras Libres. Nexos definiría su propio rumbo de izquierda liberal. Cayó el Muro, el mundo se sacudió y México con él. Era claro: una izquierda democrática es un anclaje central de las democracias.
Cuando nació el PRD muchos tuvimos la esperanza de que una izquierda fresca, liberal, moderna, echaría raíces, una socialdemocracia. Quién hubiera imaginado el ominoso autoritarismo que hoy vivimos y que nada tiene que ver con una izquierda auténtica. Lo que hoy está en juego no es ideológico, sino la defensa de nuestras libertades. En un país con desigualdades crecientes, ávido de una reforma fiscal profunda y seria, débil en la defensa de las minorías, un partido de izquierda real, es vital para nuestra democracia.
El PRD no puede equivocarse. México lo necesita.