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La revolución fotográfica de Tina Modotti

La italiana capturó, como nadie de sus coetáneos, el ímpetu posrevolucionario en México. Su capacidad para conjugar un sentido social con una estética rigurosa la hizo la fotógrafa más relevante de su época.

Las manos del titiritero. Crédito: Tina Modotti / INAH

Las manos del titiritero. Crédito: Tina Modotti / INAH

ANA SOFÍA MENDOZA DÍAZ

Todo en Tina Modotti era rebelión. Quizá por eso encontró en el México posrevolucionario la tierra fértil donde podría cultivar una nueva forma de mirar el mundo a través de su cámara, y donde gestaría el ferviente activismo político por el que fue exiliada del país, poniendo punto final a los siete años de trayectoria que marcaron un antes y un después en la fotografía mexicana.

Nacida en Udine, Italia, en 1896, su infancia transcurrió entre dificultades económicas. A los 12 años empezó a trabajar en una fábrica de seda, y a los 16 emigró a California, a donde su padre se había ido un par de años atrás. Ahí comenzó cosiendo ropa, pero después encontró trabajo como modelo y actriz. Esas ocupaciones, sin embargo, le terminaron resultando sumamente superficiales.

Solía frecuentar círculos bohemios con su esposo, el pintor Roubaix de l’Abrie Richey, quien en diciembre de 1922 partió a México a organizar una exposición propia, en la que también incluiría obras del fotógrafo Edward Weston. Dos meses después, Tina recibió un telegrama anunciando el fallecimiento del artista. La viuda fue a la capital a concretar la exhibición, y ya no quiso volver.

Decidida a enraizar en aquel hervidero de cambios políticos, sociales y económicos, convenció a Edward Weston de montar un estudio fotográfico en Ciudad de México. Ella lo administraría a cambio de que él le enseñara su oficio. Años después, y hasta la fecha, muchas críticas coinciden en que la alumna superó al maestro.

LA CREACIÓN DE UN LENGUAJE FOTOGRÁFICO

En el México de principios de los años veinte, la fotografía se consideraba algo muy por debajo de otras formas de arte, por tratarse de un proceso mecánico con poca intervención de la mano humana. El camino de reivindicación que habían tomado quienes se dedicaban a ella era el pictorialismo, una corriente que buscaba “elevar” las imágenes de la cámara al nivel de la pintura, aplicando las mismas reglas de composición e, incluso, superponiendo pigmentos y texturas sobre el material revelado. Se trataba, pues, de “maquillar” las fotos para hacerlas parecer obras pictóricas.

Para Tina Modotti y Edward Weston, ese enfoque negaba las valiosas posibilidades que encerraba la fotografía por sí misma. Al respecto, la italiana escribió en su manifiesto Sobre la fotografía que recurrir a esa clase de “trucos y falsificaciones” dejaba ver cierto “complejo de inferioridad”, como si a los autores de tales imágenes les avergonzara su obra y tuvieran que despojarla de todas sus cualidades fotográficas.

Vasos. Crédito: Tina Modotti / INAH
Vasos. Crédito: Tina Modotti / INAH

Por eso, el par de creativos se dedicó a explorar un lenguaje estético que fuera propio de la fotografía. El muralista David Alfaro Siqueiros aplaudió su camino opuesto al pictorialismo, destacando que las “cualidades materiales de las cosas y objetos que retratan no podrían ser más exactos; lo que es áspero es áspero […]; lo que es carne, está vivo”. Esa naturalidad era, en su opinión, la “verdadera belleza fotográfica”.

Tina Modotti experimentaba con la perspectiva de una forma en que nadie lo había hecho en el país. Si todos los motivos plasmados en un lienzo estaban vistos de frente, ya fuera un retrato o una naturaleza muerta, ¿por qué no aprovechar la cámara para captarlos desde un ángulo oblicuo? Si las pinturas solían mostrar paisajes o bodegones de cuidada composición, ¿por qué no acercar el lente para dar prioridad a las texturas y detalles de los objetos más que a la totalidad del objeto? Si el color en la pintura era preponderante, ¿por qué no sacarle provecho al blanco y negro de las fotos para darle protagonismo a los contrastes de luces y sombras? Todos esos juegos están presentes en obras como Escaleras, Rosas, Copas o Mujer sonriente con las manos en la cara.

Con ese lenguaje vanguardista fue que Tina Modotti abrazó la modernidad de su medio de expresión, la cámara, pero también la actualidad del mundo que la rodeaba. En ese sentido, fue mucho más arriesgada que Edward Weston, quien consideraba que la industrialización arruinaba los paisajes mexicanos, por lo que se decantó por motivos más naturales, o bien, que enmarcaran el lado más tradicional del país. Ella, en cambio, se dejó atrapar por el encanto del progreso, ese que parecía no existir ni para los pictorialistas ni para su colega. Apuntó con precisión al cableado eléctrico de la ciudad, a las gradas de concreto y a los trabajadores que construían los grandes edificios que anunciaban el futuro urbano de la nación.

FOTOS DOCUMENTALES PARA LAS MASAS

Para Modotti, el tiempo presente era el núcleo del ejercicio fotográfico; de ahí que no la amedrentara la modernidad que generaba aversión a sus contemporáneos, cuyas imágenes se aferraban a una visión romántica del pasado.

“La fotografía, por el hecho mismo de que sólo puede ser producida en el presente y basándose en lo que existe objetivamente frente a la cámara, se impone como el medio más satisfactorio de registrar la vida objetiva en todas sus manifestaciones; de ahí su valor documental, y si a todo esto se añade sensibilidad y comprensión del asunto, […] creo que el resultado es algo digno de ocupar un puesto en la producción social, a la cual todos debemos contribuir”, concluye la fotógrafa en su manifiesto. No es de extrañarse, entonces, que haya sido pionera del género fotodocumental en México. 

Hombre con madero. Crédito: Tina Modotti / INAH
Hombre con madero. Crédito: Tina Modotti / INAH

Ávida partícipe de la vida política en el país, llevó su fotografía más allá de la exploración estética: la utilizó como herramienta social. Como militante del Partido Comunista, su lente siguió de cerca a la clase obrera. Inmortalizó a los trabajadores cargando vigas, reunidos en mítines, marchando el primero de mayo o leyendo noticias sobre la lucha agraria. Todas esas imágenes iban a parar a diversos medios impresos porque lo que le interesaba era que llegaran a las masas, no a los coleccionistas que visitaban las galerías de arte.

SÍMBOLOS POLÍTICOS

Solo tuvo una exposición individual, montada en la Biblioteca Nacional en 1929. La Universidad Nacional de México (ahora UNAM) acababa de lograr su autonomía, y las fotografías críticas de Tina Modotti sirvieron para enfatizar ese desprendimiento del gobierno. En ese entonces, la activista estaba bajo el ojo público porque había sido detenida (a modo de chivo expiatorio) como sospechosa del asesinato del militante comunista Julio Antonio Mella, con quien sostenía una relación sentimental. La pareja estaba dando un paseo cuando el periodista recibió un disparo.

Un año antes, la acusada había fotografiado la máquina de escribir de Mello, el instrumento que usaba para plasmar sus ideales, como homenaje al trabajo del escritor cubano. Los objetos aparentemente sin vida se convertían en símbolos tan pronto Modotti los enmarcaba a través del lente. Así, una mazorca, el mástil de una guitarra y una canana guardaban el recuerdo de la Revolución Mexicana, y las obras públicas que retrató eran una celebración del progreso posrevolucionario. 

El escándalo y el férreo activismo político de la fotógrafa se conjugaron de tal modo que resultó fácil acusarla, poco tiempo después, de haber participado en el intento de homicidio del presidente Pascual Ortiz Rubio, desencadenando su deportación a la Italia fascista. Modotti logró evadir su tierra natal y escapar a Rusia, donde se unió al Socorro Rojo Internacional, una organización de ayuda humanitaria que, entre otras actividades, apoyaba a los prisioneros comunistas. 

Al salir de México, la italiana dejó la fotografía. Se dedicó por completo al activismo político hasta 1942, cuando murió de un paro cardíaco en Ciudad de México, a los 45 años, poco después de haber vuelto al único país que inmortalizó con su cámara.

En las alrededor de 400 fotos que produjo, Tina Modotti equilibró magistralmente su compromiso social con el rigor estético que imprimió en cada una de sus obras. Si bien le disgustaba el término “artista” por considerarse, ante todo, fotógrafa, las palabras del crítico Martí Casanovas resumen su relevancia: “Ha hecho de la fotografía un arte puro, y ha puesto este instrumento maravilloso en sus manos, al servicio de la revolución. Y este es, posiblemente, su mejor y más preciado timbre de gloria.”

La rebelión fotográfica de Tina Modotti

Máquina de escribir de Mello.

La rebelión fotográfica de Tina Modotti

Escaleras.

La rebelión fotográfica de Tina Modotti

Cables telegráficos.

La rebelión fotográfica de Tina Modotti

Ilustración para una canción mexicana.

La rebelión fotográfica de Tina Modotti

Mujer con bandera negra anarcosindicalista.

La rebelión fotográfica de Tina Modotti

Mítin.

La rebelión fotográfica de Tina Modotti

Secretaría de Salud.

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