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Legado político

GERARDO HERNÁNDEZ

Miguel Riquelme ejerció la gubernatura con decoro y termina con el reconocimiento mayoritario de los coahuilenses; lo cual, en estos tiempos de cólera y polarización, no es poca cosa. Sus predecesores acabaron cubiertos de fango debido a su proclividad al latrocinio y al escándalo. Recibir Coahuila dividido y entregarlo unido, reconciliado y con la moral en alto es un buen legado. Los problemas y necesidades -propios de un estado en crecimiento y con la extensión del nuestro-, subsisten, pero sin dinero para afrontarlos tienden a agravarse. La deuda, herencia del moreirato, lastró a la administración y le impidió realizar obras de calado por las cuales trascienden los gobiernos.

Riquelme declaró en su último informe que se retira del cargo con la conciencia tranquila. Cometió errores, pero no causó daño deliberadamente como suelen hacerlo quienes, dominados por la hybris, dan rienda suelta a sus pulsiones y demonios. La despedida formal del gobernador ocurrió este miércoles en el Congreso. Su próxima asistencia al recinto legislativo, el 1 de diciembre, será para atestiguar la toma de posesión de su sucesor, Manolo Jiménez, para quien serán los reflectores. La política está marcada por los ciclos y el de Riquelme, como gobernador, está a punto de cerrarse.

El informe cumplió con la ritualidad, pero sin el fasto del gobierno de Moreira I, cuando Coahuila era una especie de El Dorado y se rentaban aviones, helicópteros y «suites» para trasladar, alojar y colmar de regalos a los «invitados especiales». O el de Moreira II, cuando el rey desnudo, desde la tribuna del Congreso, pontificaba para insuflar su ego y sus ínfulas de estadista. Riquelme es un político de carácter fuerte, pero de otro estilo. Para gobernar debió domeñarse primero a sí mismo. Moverse por la venganza y el odio era la ruta más segura al precipicio. Reconstruir puentes con tirios y troyanos, en vez de volar los pocos que aún eran transitables, le permitió mantener en pie al Gobierno y a sí mismo.

El gobernador defendió su gestión con datos y cifras. Seguridad, empleo y obra, en general, modesta. El presupuesto se estiró, pero no daba para más. Cero pasivos a corto plazo, por ley. Sin embargo, como él y todo el mundo lo sabe, el problema no son los créditos cuyo vencimiento es a pocos años, sino el moreirazo del cual se han cumplido dos sexenios y aún faltan dos para redimirlo, si bien nos va. Riquelme hizo bien en no victimizarse ni culpar al Gobierno del presidente López Obrador de la situación financiera de Coahuila. No hay mayor castigo que dedicar el 10 por ciento del presupuesto estatal (6 mil 700 millones de pesos este año) al servicio de la deuda.

Qué le depara la política a Riquelme. El tiempo y las circunstancias, siempre cambiantes, lo dirán. Quien ostenta el poder tiene partidarios y detractores, pero en su caso el balance le es propicio; de lo contrario, el nombre del sucesor y las siglas del partido hoy serían otros. El gobernador no hizo quedar mal a sus paisanos de La Laguna, como tampoco lo hicieron en su oportunidad Braulio Fernández Aguirre y Eliseo Mendoza Berrueto, ambos de San Pedro. Conjurar los nubarrones postelectorales del 17 no era tarea sencilla. Coahuila es hoy mejor que hace seis años. Sigue el relevo. El reto de Jiménez consiste en darle a su Gobierno un rostro propio (la formación del gabinete será clave); y al estado, razones para demostrar que votar por él y por el PRI, y no por Morena, fue lo mejor y más sensato.

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Escrito en: editoriales Editorial Gerardo Hernández

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