
La propagación de la leyenda negra y del indigenismo fue parte sustancial de la política exterior de Gran Bretaña, de Estados Unidos y, curiosamente, de la Unión Soviética.
Una de las grandes mentiras de la Historia es aquella que de manera sistematizada suele usarse para condenar a priori, con una etiqueta de maldad intrínseca, a naciones enteras de individuos, pueblos, razas y estamentos sociales como si carecieran de virtud alguna; haciéndoles culpables de una serie de supuestos crímenes o errores a lo largo del tiempo.
Ejemplos de lo anterior tuvimos de sobra durante el siglo XX y hasta vigentes; donde ideologías políticas criminales apelando a la etnolatría, quienes se venden como “razas superiores” o “pueblos elegidos”, y al odio de clases, nos han llevado a confrontarnos con atrocidades inimaginables a costo de millones de vidas en pérdidas humanas y contando.
Uno de estos casos, si no es que el primero, viene a ser el de la Leyenda Negra antiespañola. Se entiende como Leyenda Negra toda aquella propaganda creada desde el siglo XVI por Inglaterra y Holanda para desacreditar, disminuir o combatir la influencia de quien como rival comercial será el mayor beneficiario, casi absoluto, tras la Conquista del Nuevo Mundo. A falta de poder enfrentarse directamente al Imperio Español, los países señalados urdieron el ataque más artero e inescrupuloso posible; por la espalda y con la imprenta como arma.
Sin embargo, como todo constructo propagandístico es preciso elucidar cómo y en qué momento inició este mito que, pese a ser ampliamente refutado por académicos desde el pasado siglo, sigue transmitiéndose como verdad hasta la fecha.
Del inverosímil Bartolomé de las Casas
Para el historiador Pío Moa, autor de obras especializadas como El quiebre de la Historia Progresista, Nueva Historia de España, Los orígenes de la Guerra Civil Española y Galería de charlatanes, cuando se le pregunta sobre el nacimiento de la Leyenda Negra, refiere con desenfado que: “En su origen procede de la chifladura y falta de escrúpulos de Bartolomé de las Casas. Después tomó un carácter religioso-político en cuanto que lo aprovechó masivamente la propaganda protestante, y sólo político porque Francia también la utilizó a fondo”.
Los defensores de la Leyenda Negra antihispana se remiten a Fray Bartolomé de las Casas y su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, libelo publicado en 1552, en su intento por denunciar un supuesto genocidio, invasión y despojo en América contra los naturales pese a que las pruebas del exterminio imaginario, en nuestra actualidad mestiza, son inexistentes.
Aunque la idea de un español denunciando supuestos actos de barbarie de sus compatriotas es atrayente para los defensores del mito, ignoran que el fraile escribió su obra con intenciones de promoción personal ante Carlos V, excusándose en presionar para que endurecieran las penas contra los que violaran Las Leyes de Burgos u Ordenanzas para el tratamiento de los Indios. De lo anterior que la finalidad de la obra quede de origen desvirtuada porque buscaba un beneficio individual para el autor, como la mitra del Obispado de Chiapas, a costa de distorsionar la realidad.
En cuanto al desarrollo de esta obra que refiere asesinatos, violaciones masivas de mujeres, saqueos, esclavitud y destrucción, cabe señalar que las mentiras propagadas por el religioso rayan en el absurdo y la locura desde que narra que los nativos vivían en completa paz y armonía antes de la llegada de Cristóbal Colón, en un estado tan paradisíaco como libre de pecado.
Lo anterior queda desmentido no sólo por los contemporáneos de Las Casas y otros religiosos como Fray Toribio de Benavente “Motolinía” que le refutan como falsario desde entonces, sino también por la antropología forense y la labor de los historiadores puesto que, si hubo un genocidio, este ocurrió precisamente antes de la llegada de los españoles y fue perpetrado por los mismos indígenas, como demuestra Christian Duverger en La flor letal. Economía del sacrificio azteca, obra publicada en los setentas pero deliberadamente poco traducida en México.
Refiere el antropólogo que las culturas de la antigüedad veían la antropofagia como un tabú vergonzoso, salvo por los aztecas quienes una vez asentados como imperio hicieron del canibalismo la base de su economía (a diferencia de otras etnias) al grado de consumir anualmente entre 20 y 30 mil personas entre hombres, mujeres y niños capturados a otras tribus a las que explotaban y sometían bárbaramente, teniendo mercado de carne humana exclusivo para la casta sacerdotal y la nobleza a pocas cuadras del Zócalo, donde hoy es el Palacio de Hierro. Y lo anterior sin contar los 70-80 mil sacrificados para la inauguración del Templo Mayor dedicado a Huitzilopochtli, hecho que se repitió durante los 120 años que duró su hegemonía.
Otro de los disparates de Las Casas fue que desde 1492 hasta 1540, los peninsulares habían asesinado a más de 20 millones de indígenas. ¿Cuáles eran sus pruebas para sostener esta exageración? Ninguna, salvo “Me han contado…He oído” o “Sé de buena fe” que como excusa se repiten sin reparo a lo largo de su obra. Para corroborar esta falsedad basta referir que de los 19,000 peninsulares que llegaron hasta 1540 al Nuevo Mundo se habría requerido que cada uno hubiera asesinado a más de mil indígenas diarios para poder sostener esta cifra, por lo que hay que ser muy ingenuo para creer algo que se refuta con un simple ejercicio numérico, y más si proviene de alguien al que sus contemporáneos desestimaron como si de un enfermo mental se tratase.
Sin embargo, si algo quedó de manifiesto fue que sus calumnias calaron tanto en el ánimo del Emperador Carlos V que ordenó que se suspendiera por seis años cualquier intento de conquista mientras se investigaba la verdad, por horror a pensar que se estuviera asesinando a quienes como seres humanos y vasallos ya se había dispuesto se les protegiera de maltrato o despojos y se les tratara como iguales desde las Reales Ordenanzas impuestas por la Reina Isabel la Católica en 1501.
El sólo hecho de que esto sucediera vino a romper un paradigma según el historiador norteamericano Phillip Powell (autor de Las guerras chichimecas y Árbol de Odio, entre otros) pues ningún Imperio o hegemonía en la Historia moderna ni antigua dio pie a la autocrítica y más aún: contuvo su natural expansión por una cuestión de ética o conciencia humanitaria ante la posibilidad de que se estuviera abusando de otros seres humanos. Nunca había ocurrido antes ni volvería a repetirse, como demuestra la colonización de Nueva Inglaterra o el continente africano que contrasta Powell en su afán por desterrar en su país la xenofobia antihispana:
“La extensa crítica permitida y hasta estimulada por la civilización española debe constar para el eterno reconocimiento de España, por su autorización e insistencia en que la Justicia presidiera todos los actos de sus hombres en América”.
La Justicia marcaba cada paso, como veremos cuando la Corona sometió a juicio a Colón y Hernán Cortés ante la posibilidad que hubieran cometido abusos; en la dureza de las Leyes de Indias impuestas por el propio Cortés contra españoles que robaran, abusaran o impusieran trabajos a los nativos y en los pocos casos de abusos de Conquistadores inescrupulosos como Nuño de Guzmán, Francisco Pizarro y Luís de Carvajal que no escaparon al juicio, castigo y hasta pena de muerte por orden del Rey y por mano de sus paisanos; algo que no se verá con la Corona Inglesa y sus súbditos a quienes premió por sus masacres de nativos con puestos públicos.
Se ha tratado de justificar a Las Casas suponiéndole “buenas intenciones” hacia los indígenas (menos a los españoles a los que calumniaba y a los negros, cuya esclavitud promovía abiertamente). Sin embargo, esto se esfuma por el interés personal que buscaba este fraile al hacer de la calumnia su método para conseguir el Obispado que ambicionaba. No en vano el propio Moa puntualiza lo injustificable del fin y los medios usados por el dominico y sus consecuencias:
“¿Qué habría pasado si se hubieran impuesto las chifladuras del fraile? Que seguirían en América los sacrificios humanos, el canibalismo, la poligamia, la venta de hijas y mujeres, la economía de trueque, las guerras brutales entre los propios indios y las culturas más primitivas. Es decir, seguirían durante un siglo más porque tan pronto otras potencias europeas estuvieran en condiciones de conquistar aquellos territorios lo harían como lo hicieron en América del Norte y en África en el avanzado siglo XIX: exterminio de la población aborigen o su esclavización o mera explotación económica manteniéndola segregada de la civilización. A cambio del famoso oro, España llevó allí una cultura mucho más avanzada en todos los sentidos, eliminó la mayor parte de las costumbres bárbaras, evangelizó a los indios, les permitió una gran autonomía, leyes (estas sí, extraordinariamente humanitarias y avanzadas para la época), nuevas ciudades y vías de comunicación, universidades, imprentas y escuelas, una economía cien veces más productiva, nuevos cultivos, animales domésticos y una paz apenas alterada durante tres siglos.
Obsérvese además que los virtuosos protestantes y franceses que tanto explotaron a Las Casas contra España sí realizaron muchas de las atrocidades que achacaban a los españoles y no solo en aquellos tiempos “bárbaros” sino en otros históricamente muy recientes. Piénsese en el auténtico genocidio que supuso la Gran Hambruna irlandesa o más recientemente la de Bengala, o los crímenes cometidos durante la II Guerra Mundial por unos y por otros. Y obsérvese también que el fraile patológicamente embustero no sólo está en la base de la tradicional propaganda antiespañola sino de movimientos totalitarios inspirados en el “buen salvaje” o en movimientos antiespañoles de fondo como los que, después del 98, desembocaron en la desastrosa II República. Con Las Casas simpatizaban desde Azaña a los comunistas, y conforme a él enjuiciaban la obra de España en el siglo XVI. Las Casas inicia, o más bien es un jalón fundamental en una sucesión de doctrinarios baratos y exaltados, supuestamente llenos de buenas intenciones, que han traído incontables calamidades.”
Quizá lo más impactante sea el hecho de que tanto en su tiempo como ahora casi nadie llegara a leer la Brevísima de manera completa, de modo de darse cuenta desde el más elemental raciocinio de su propia inconsistencia, y ello obedece en mucho a la razón que subraya la autora de Imperiofobia y Leyenda Negra, la historiadora Elvira Roca Barea:
“Tengo para mí que muy pocas personas han leído la Brevísima. Su mera lectura es suficiente para desacreditarla como documento fidedigno y no hace falta desarrollar ningún tipo de razonamiento. Produce estupor y lástima a partes iguales. Nadie con un poco de serenidad intelectual o sentido común defiende una causa, por noble que sea, como lo hizo el dominico. Solo el haber caído en manos de la propaganda ha podido hacer de fray Bartolomé un apóstol de los derechos humanos. Sus barbaridades no tienen límite: desde la justificación de los sacrificios humanos con el argumento de que es lo mismo que la misa, solo que los indios no son capaces de comulgar metafóricamente con su dios, hasta la apología del tráfico negrero: para que los mansos indios no tengan que trabajar lo mejor es traer negros que, como no tienen alma, pueden servir para cualquier cosa.
La Brevísima relación de fray Bartolomé de Las Casas vio la luz en 1551. Pronto fue editada en varios idiomas. Evidentemente estas ediciones y traducciones no son producto de la casualidad. Se trata de una ofensiva propagandística en toda regla que corresponde a un momento histórico muy concreto: un lamentable desfallecimiento en la rebelión en los Países Bajos....La traducción inglesa aparece ya ilustrada con los grabados de Théodor de Bry. Los grabados son un conjunto de diecisiete imágenes atroces: indios descuartizados ante la mirada indiferente de los españoles, niños asados, torturas espantosas, perros devorando humanos... García Cárcel considera, sin embargo, que no tienen mala intención. Los grabados de De Bry son la razón del éxito sin parangón de la Brevísima, entre otras razones porque nunca la leyó mucha gente y son los grabados los que, como en las portadas de las iglesias medievales, informan de aquello que el parroquiano debe conocer”.
De acuerdo con la académica los factores que contribuyeron a la creación de la Leyenda Negra se pueden dividir en externos e internos. En los primeros se enmarcarían los reinos que mantuvieron un conflicto de intereses con la hegemonía española, algo que se alargó durante siglos y se agravó con las guerras de religión en Europa. En los internos por su parte, tomaron gran protagonismo los seguidores de Fray Bartolomé, al que transformaron en una celebridad del mundo católico y protestante; y el cambio de dinastía reinante en la Madre Patria en 1700, pues con la llegada de los Borbones al trono del Imperio se inventó un constructo en el que todo lo ocurrido durante la anterior dinastía de los Habsburgo habría que demeritarse porque tenían que justificar su presencia en España y afianzarse en el país.
Esta deformación de la Historia se sustenta en dos pilares: la correlación entre Conquista e Inquisición y la irrupción del afrancesamiento en el siglo XVIII que denigrará a España como “reino de la ignorancia y del atraso donde no hay cultura de nada” y que conectará con la supuesta “impureza racial” de los españoles, por parte de los sajones protestantes, debido a la riqueza del mestizaje que ellos despreciaban.
“Es increíble—exclama la historiadora—que dos siglos después de desmontar el Imperio todavía haya quien tenga el valor de hablar de descolonización que afea la demagogia colosal que supone poner estos planteamientos al servicio de la política. Una manipulación llevada al extremo por formaciones políticas que a día de hoy sostienen que dentro de la misma España existen territorios ocupados”.
Una mentira mil veces repetida
Joseph Göebbels, Ministro de Propaganda de Hitler, solía espetar como hechura propia aquella frase que dice: “Repite una mentira mil veces y terminará convirtiéndose en verdad”. Por desgracia, la continua reproducción de mitos, calumnias y prejuicios inventados contra la Hispanidad y la Cristiandad Católica durante siglos, unido a la falta de conocimiento general y determinación tanto de hispanos como de peninsulares para combatirlos terminaron convirtiéndose en “verdad” desde el imaginario popular hasta llegar la actualidad en que grupos de izquierda e indigenistas del Smithsonian usan la Leyenda Negra para discriminar lo hispano como parte de su andamiaje político-ideológico según el historiador Marcelo Gullo, autor de Madre Patria: desmontando la Leyenda Negra y Nada por lo que pedir perdón:
“Tanto para los españoles americanos como para los españoles europeos…nuestra historia ha sido deliberadamente tergiversada. La Leyenda negra de la conquista española de América constituyó el principal ingrediente del imperialismo cultural anglosajón para derrotar a España y dominar Hispanoamérica. Vargas Llosa, de quien nadie podría sospechar simpatías franquistas o abrigo de viejos sueños imperiales trasnochados, afirma que contribuyó a la extensión y duración de la Leyenda Negra la indiferencia con que el Imperio Español, primero, y luego sus intelectuales, escritores y artistas, en vez de defenderse, en muchos casos hicieron suya la Leyenda Negra, avalando sus excesos y fabricaciones como parte de una feroz autocrítica que hacía de España un país intolerante, machista, lascivo y reñido con el espíritu científico y la libertad”.
No todo el mundo guardó silencio ante esta calumnia y su propagación como podemos ver desde quienes en su tiempo refutaron al autor de la Brevísima, llegando a clásicos como las obras de Julián Juderías entre fines del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, desde la Ilustración afrancesada que como propaganda política difunfirá sus propias mentiras antihistóricas, el daño se había consumado, tomando en cuenta que tanto los prohombres de la independencia hispanoamericana y la clase política emergente en la Madre Patria y en Europa habían sido aleccionados en el claroscuro negrolegendario, como referirá Powell respecto a la hispanofobia y el racismo con que se adoctrina hasta hoy a los estadounidenses.
Respecto a este adoctrinamiento, Gullo referirá lo siguiente:
“Buscando el huevo de la serpiente, el filósofo marxista José Hernández Arregui, a quien nadie en su sano juicio podría acusar de falangista, llega a la siguiente conclusión: El menosprecio hacia España arranca de los siglos XVII y XVIII como parte de la política nacional de Inglaterra...Es un desprestigio de origen extranjero que se inicia con la traducción al inglés, muy difundida en la Europa de entonces, del libro de Bartolomé de las Casas: Lágrimas de los indios: relación verídica e histórica de las crueles matanzas y asesinatos cometidos en veinte millones de gentes inocentes por los españoles. El título lo dice todo. Un libelo.
En definitiva, la leyenda negra, a través de la cual se produjo la subordinación cultural pasiva de España, que dura hasta nuestros días y que la lleva a no reconocer a sus hijos y a preferir en su suelo a los rubios teutones o, en Cataluña, a los descendientes del antiguo invasor, fue la obra más genial del marketing político británico.
La propagación de la leyenda negra y del indigenismo fue parte sustancial de la política exterior de Gran Bretaña, de Estados Unidos y, curiosamente, de la Unión Soviética. Todos esos “buenos muchachos” que cada 12 de octubre desfilan por las calles de Lima, Santiago de Chile o Buenos Aires contra la Conquista española de América, siendo lo mejor que tenemos, porque son jóvenes idealistas, son al mismo tiempo la mano de obra más barata del imperialismo internacional del dinero, que utiliza el fomento del indigenismo para realizar una nueva balcanización de Hispanoamérica”.
La Conquista sajona-protestante y el inicio de la Guerra bacteriológica
Hace más de 500 años los Reyes Católicos autorizaron casi como mandato, con Reales Ordenanzas, el matrimonio entre españoles e indígenas en tanto en los Estados Unidos no fue sino hasta 1970 que se permitieron las uniones interraciales. Mientras en Hispanoamérica se crearon vínculos sólidos entre peninsulares y nativos, en Norteamérica no hay ningún tipo de vínculo cultural entre los anglosajones e indígenas puesto que a los que no mataron los recluyeron en reservas.
Como tradición los estadounidenses celebran el Día de Acción de Gracias por los puritanos fundadores de Plymouth que sobrevivieron gracias a la generosidad de los indígenas en 1620. En Los textos que cambiaron la Historia el historiador César Vidal, anticatólico y protestante, aborda este episodio de la siguiente manera:
"Con toda seguridad, de no haber recibido la ayuda generosa y desinteresada de los indígenas, no habrían podido sobrevivir en aquella tierra. La actitud de los indios constituyó por lo tanto una auténtica bendición para ellos. No puede, sin embargo, decirse lo mismo de las consecuencias que aquellos actos tuvieron para los aborígenes. Es más que posible que de haberlas previsto habrían dejado morir a los colonos ingleses sin mover un dedo en su ayuda".
Tras referir como se apropiaron vorazmente de las tierras de sus salvadores en tanto la viruela traída por los puritanos diezmaba a estos, llama la atención como los colonos reaccionan a esto según palabras del Gobernador de Massachusetts en 1634: “En cuanto a los nativos, han muerto casi todos de viruela, de manera que el Señor nos ha facilitado el dominio de lo que poseemos”. Confiesa Vidal que así fue como nace la doctrina del Destino Manifiesto, y algo más en consecuencia: “Pronto se realizó el primer ensayo de guerra química al entregar a los indios mantas contaminadas con viruela para que murieran con mayor rapidez”. Y es que, como menciona Pablo Victoria, autor de El terror bolivariano, para los ingleses los indios eran: “Seres sin alma, de la estirpe de las bestias, que mi merecían ser cristianizados, ni podrían entender jamás el lenguaje de la civilización, a no ser el lenguaje sordo de las armas.”
En 1680 el Pastor Cotton Mather, responsable de la infame “Cacería de Brujas” de Salem extenderá el mismo terror contra de los indígenas de Nueva Inglaterra cuyas masacres celebraba en su obra Magnalia Christi Americana, donde refiere como en compañía de otros había “arrojado al infierno a cientos de demonios” (así se refería a los nativos) entre hombres, mujeres, ancianos y niños. Mather, autor de La Fe del christiano, escrito en castellano donde instaba a los españoles a convertirse al protestantismo y abandonar el Catolicismo que consideraba “pecaminoso”, no estimaba crimen ni pecado los asesinatos de paisanos ni de indígenas perpetrados por él y que los académicos califican como equivalente al genocidio de My Lai.
Para 1703, el gobierno de Massachusetts pagaba 12 libras por cada cuero cabelludo de nativos, cantidad tan atrayente que la caza de indios no tardó en convertirse en una especie de deporte nacional, según refiere Marcelo Gullo, pues la costumbre de escalpar cabezas atribuida desde Hollywood a los apaches fue algo que aprendieron de los ingleses que los persiguieron.
Para 1763 los indios se rebelan contra los ingleses. Ante esto, Sir Jeffrey Amherst, Comandante de las tropas británicas emite una orden al Coronel Henry Bouquet: “Hará bien en tratar de infectar de viruela a los indios con mantas y probar cualquier otro método para extirpar esa repugnante raza”. El diario del militar menciona a más de 100, 000 víctimas de esta medida criminal que se repitió con los indios mandan y con otras tribus en Fort Clark, Dakota del Norte, de modo que una vez que los enfermos se mezclaron con los sanos, moría toda la tribu. En contraparte, el investigador estadounidense Noble David Cook, experto en demografía indígena y colapso poblacional por enfermedades, confirma que no hay registro de que los españoles hayan infectado de manera deliberada a los pueblos indígenas.
Otra idea criminal que tuvieron los anglosajones fue acabar con la fuente de alimento de los nativos que era el bisonte americano. Cuando los colonos comprendieron que los indios necesitaban del búfalo para subsistir acabaron con ellos por diversión y en consecuencia tribus enteras murieron de hambre.
Los comanches, apaches, kiowa, pieles rojas y sioux regían las grandes planicies de Estados Unidos con su economía y cultura sustentadas en el búfalo. Para 1868 Philip Sheridan, militar designado a pacificar el Oeste concluyó que lo mejor para someter a los nativos era: “Hacerlos pobres gracias a la destrucción de sus recursos y luego encerrarlos en sus reservas”; y esto no era novedad puesto que un año antes entre el ejército circulaba la orden de matar a tantos búfalos como fuera posible porque cada búfalo muerto era un indio menos. Para la década de 1870 ya había una industria dedicada a exterminar bisontes: se pagaban 3 dólares por piel, dejando más de una tonelada de carne para pudrirse; y con la extensión del ferrocarril hacia el Pacífico se animaba a sus pasajeros a dispararles desde los trenes en movimiento.
A finales del siglo XIX, el Coronel Irving Dodge describía un panorama desolador: “Donde hace un año había decenas de miles de búfalos, ahora solo hay cadáveres. El aire está sucio y tiene un hedor nauseabundo y la vasta llanura que hace unos pocos meses rebosaba de vida animal, ahora es un desierto solitario y muerto”. Menciona como hubo épocas en que el búfalo se contaba por millones en tanto a principios del siglo XX quedaban pocos.
Es evidente el contraste con la labor de los españoles que antes descubrieron a las naciones indígenas diseminadas desde el Mississippi hasta el Cañón del Colorado; aquellos que cruzaron las enormes llanuras de Kansas, los desiertos de Arizona y Nuevo México hasta Alaska, respetándolos con Tratados de paz y amistad; llevándoles ganado, alimentos, medicinas, enseñanzas, tecnología, protección y finalmente hasta vacunas con la expedición médica filantrópica de Balmis.
Para la gloria de lo anterior quedan en la memoria nombres como Fray Junípero Serra, Fray Juan Larios, Pedro Menéndez de Avilés, Hernando de Soto, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Francisco Vázquez de Coronado, Pero de Rivera, Francisco Javier Balmis y Bernardo de Gálvez.
La Leyenda Negra desde la modernidad al presente
Cabe señalar que los grandes pensadores hispanoamericanos del siglo XX como José Vasconcelos, Manuel Gamio, José Enrique Rodó o Alfonso Reyes denunciaron siempre la leyenda negra y que ninguno de los grandes líderes políticos fue partidario de la misma: ni Juan Domingo Perón, ni Eva Perón, Hipólito Yrigoyen o Víctor Raúl Haya de la Torre; ni siquiera Fidel Castro aunque tras sus acuerdos con la Unión Soviética, tuvo que ponerse el uniforme negrolegendario como refiere Marcelo Gullo en sus obras.
Corresponderá en pleno siglo XXI el retomar la bandera del falso indigenismo antihispano, confeccionado desde el Smithsonian en la década de 1920, nada menos que a los regímenes totalitarios (como justificación desde el populismo) en donde encontraremos a personajes siniestros como Hugo Chávez, Evo Morales, Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Pedro Castillo, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador, quienes desde la fuerza del Estado y en contubernio con propagandistas mercenarios se han dedicado a reutilizar el mito tras la careta del victimismo; ya para lucrar políticamente con la polarización de la sociedad en sus países tanto como para distraer a la opinión pública de los problemas reales (y muy actuales) que acompañan a este tipo de gobiernos una vez que llegan al poder, con toda la intención de perpetuarse.
Así pues, veremos cómo habrá quienes desde el erario público se dedicarán a difundir absurdos atroces como el que equipara la Conquista del Nuevo Mundo con el Holocausto perpetrado por los nazis, contaminando con ideología política (nunca desde la Historia, que como ciencia apela a la verdad) a estudiantes y jóvenes desde ese púlpito en que los gobiernos populistas han convertido a las Universidades e instituciones públicas: en Ministerios de Propaganda orwelliana cuya apuesta por la desmemoria amenaza a futuras generaciones.