Como muchos de mi generación, participé en varias marchas de protesta por la "caída del sistema" en la elección de 1988. No pude asistir a las concentraciones de la campaña electoral a favor de Cuauhtémoc Cárdenas, por estar viviendo fuera del país.
La función central de las marchas y concentraciones es alzar la voz y presionar al gobierno. Hay también concentraciones para celebrar, como la del triunfo de AMLO en las elecciones de julio de 2018. Lo notable de aquella ocasión, comparada con la de ayer, fue que los recursos del gobierno no se utilizaron para movilizar a los jubilosos electores. Llegaron por su cuenta al Zócalo en la CDMX y a otras plazas en muchas ciudades del país.
Los llamados gobiernos populistas se alimentan de la polarización y de la movilización. El PRI, mucho menos polarizador que este gobierno, era hábil en llevar a cabo estas celebraciones y marchas. Morena ha sido menos efectivo en este sentido. No es como el gobierno de Chávez que permanentemente movilizaba a sus bases en apoyo al gran líder. El gobierno de AMLO solo ha convocado a la base como respuesta a movilizaciones de la oposición. Marchas con marchas se pagan.
El contraste entre las concentraciones ciudadanas y las del gobierno es revelador. En primer lugar está el acarreo. La función central de éste no es transportar a los asistentes, finalmente a quien le interesa ir a una marcha podría llegar en Metro o en transporte público, sino presionar a las clientelas políticas para que asistan. Beneficiarios de programas sociales, trabajadores del gobierno, vendedores en la vía pública, se les sube al transporte, se les pasa lista, a veces reciben una torta, pero el chiste es asegurar su asistencia.
Los electores de Tabasco necesitarían apoyo para llegar al Zócalo de la CDMX, pero una alternativa fácil, y congruente con la austeridad republicana, es que se concentraran en su propio estado, como en las dos marchas ciudadanas recientes, replicadas en decenas de ciudades.
Sin embargo, eso no sirve para los fines de AMLO. El objetivo es concentrar más gente que la oposición en el Zócalo capitalino, donde está la mirada de todos. Cueste lo que cueste, aquí los recursos no importan.
En segundo lugar, en una marcha del gobierno, como en las organizadas por partidos políticos, están claros los objetivos, los oradores, las consignas y el formato. En las ciudadanas, es mucho más difícil todo, desde decidir quién habla y con qué discurso, hasta los eslogans a usar. Para complicar las cosas, en las dos marchas ciudadanas recientes se buscaba que no pasara algo: cambios en las reglas electorales. No era el apoyo a un político en específico, como sucedió en la "marcha del silencio", la del 24 de abril de 2005 en contra del desafuero, la cual marcó el despegue de las candidaturas de AMLO.
En tercer lugar, el origen social de los manifestantes es diferente. En las marchas organizadas por el gobierno, el grueso de los participantes son de clase popular; en las ciudadanas, predominan las clases medias. AMLO habla en nombre de los pobres y denigra a las clases medias, criticadas por aspiracionistas.
En el caso de la marcha de ayer, el elemento aglutinador era celebrar la expropiación petrolera. Un evento histórico crucial, aprovechado por AMLO para tratar de emular al general Lázaro Cárdenas, con su instinto de priista forjado en el nacionalismo revolucionario, pero cuyo significado hoy es sólo eso, histórico.
Nuestro petróleo no está en peligro, salvo de las absurdas decisiones de este gobierno empeñado en refinar más crudo, cuando entre más lo hace Pemex, más dinero pierde, o en hacer una refinería en lugar de inyectar esos recursos para darle viabilidad financiera a la empresa.
Tendríamos que estar marchando a favor de las energías limpias, por el planeta, por nuestros hijos. Pero este es un gobierno cuyo enfoque está en el pasado. Se nota en los resultados.
@carloselizondom
ÁTICO
Alzar la voz es lo esencial en las marchas. El contraste entre las concentraciones ciudadanas y las del gobierno es revelador.
