El estudio de la violencia contra la mujer ha tomado mayor relevancia en los últimos años, razón por la que surgen teorías, modelos y conceptos que aproximan a la comprensión de este fenómeno tan complejo.
La interseccionalidad es un término que ayuda a comprender los factores por los que una persona puede ostentar privilegios o sufrir opresión. Es útil al analizar la violencia no sólo por cuestiones de género, sino por clase social, raza, color, identidad o preferencia sexual. La violencia contra una mujer de bajos recursos, indígena o negra, y además, lesbiana, puede llegar a ser muy cruel, pues todos estos factores confluyen para ser discriminada, y si bien el 25 de noviembre (25N) ha sido declarado por la ONU como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer para promover la defensa de los derechos humanos de niñas y mujeres, hay mucho trabajo aún por hacer; aquí algunas cifras sobre la situación actual en nuestro país.
El INEGI reportó que en 2021 vivíamos en México 128 millones de personas de los cuales el 51.2% somos mujeres. El 77% de esta población tenemos más de 15 años; el 70% dijo haber sufrido algún tipo de violencia en su vida. La más común es la violencia psicológica, a la que le siguen la sexual y la económica. En el desglose por entidad federativa, los estados con mayor mayores cifras son el Estado de México, Sonora, Coahuila, Jalisco, Colima, Querétaro, Ciudad de México y Yucatán.
Las personas podemos ejercer la violencia psicológica, por ejemplo, al opinar sobre la forma de vestir, de comportarse, del cuerpo, de lo publicado en redes o de las decisiones que toma una mujer cercana. Tales juicios pueden atentar contra la estabilidad emocional o la autoestima. Comúnmente es más difícil de percibir, pero se presenta con mucha facilidad en el hogar, el trabajo, la calle o desde las instituciones. Casi todas las mujeres estamos expuestas a sufrir este tipo de violencia en algún momento de nuestras vidas.
Las mujeres de clase media también son susceptibles de sufrir violencia, aunque se presente con otros matices. Como ejemplo, se nos ha impuesto la creencia (y a veces es una carga social o familiar) que debemos casarnos y tener hijos, pues el marido proveerá lo indispensable para el bienestar familiar. Esto atenta contra nuestra libertad de elección, pues no todas tenemos el sueño de casarnos, de compartir la vida con un hombre (por la elección de vivir con una mujer), de dejar de realizarnos profesionalmente o de ejercer la maternidad.
Por lo tanto, para reducir los índices de violencia contra las mujeres es necesaria una mayor tolerancia de parte de la sociedad ante los derechos de elección por ser personas, ni más ni menos que los hombres.Es urgente por ello impulsar la libertad de decisión como un derecho fundamental, pues somos capaces de tomar decisiones, de afrontar las consecuencias que deriven de éstas y de corregir lo necesario.
Ya basta de enarbolar la imagen de la mujer como ama de casa, esposa o madre, que sólo con un tutor puede hacer su vida. Si es su elección, bien por ella, pero nadie debe imponérsela ni ella debe sentir miedo por no seguir la tradición.