(ARCHIVO)
El funeral solemne del papa emérito Benedicto XVI, hoy en la plaza de San Pedro, reunió a esa grey heterogénea tan típicamente romana: fieles, muchos llegados de su Baviera natal; obispos, curas y monjas, y grupos de turistas a los que este evento "histórico" pilló de paso en la Ciudad Eterna.
El último adiós de Ratzinger, muerto el pasado sábado con 95 años, fue presidido por Francisco y congregó a autoridades de numerosos países y unas 50 mil personas en una plaza vaticana cubierta por la niebla, en la que el cielo parecía más cerca del suelo que nunca.
El lugar no estuvo lleno -la columnata puede acoger hasta a unas 80 mil personas- pero fue blindado con un sinfín de agentes de seguridad que se aseguraron de controlar los accesos y de someter a los asistentes a otro rito moderno: el detector de metales.
El pueblo de Ratzinger estuvo encabezado por el presidente de su Alemania natal, Frank-Walter Steinmeier, con su canciller, Olaf Scholz, y se encarnó en numerosos fieles llegados de las montañas bávaras en las que nació y creció el pontífice emérito en 1927.
EN FURGONETA AL VATICANO
El Vaticano fue meta de peregrinación para varias congregaciones bávaras que desfilaron con sus trajes típicos: "Fue un miembro de nuestra fraternidad cuando era cardenal, un hermano", presume uno de ellos, Alex, portando un estandarte por la Vía de la Conciliación.
Otros incluso han emprendido largos e incómodos viajes. Es el caso de Jordi, Santiago, Francesc y Joan, cuatro jóvenes de Barcelona que se metieron ayer en una furgoneta -teletrabajando en ella- para llegar a Roma y despedirse del pontífice emérito.
"Es el papa de nuestra adolescencia porque lo tuvimos en Valencia en 2006, en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid en 2011 y luego en Barcelona", apunta Jordi a la salida del funeral, en plena peregrinación para buscar una pizza.
Naturalmente, la Curia Romana, con unos 130 cardenales, salió a la plaza vaticana para dar el último adiós a este pontífice que vivió su última década confinado tras su histórica renuncia en 2013.
"Era una persona elegante, inteligente y humilde, un gran papa", lo recuerda Sor Daniela, una monja kosovar, que sale apresurada de la plaza para evitar eventuales aglomeraciones.
LA "SUERTE" DE LOS TURISTAS
Pero la ceremonia también atrajo a muchos turistas a los que esta muerte papal pilló de vacaciones en Roma, en pleno periodo natalicio. Algunos, algo cínicamente, comentan entre ellos la "suerte" que han tenido de coincidir con hecho tan "histórico".
Milsa, Luis y Marina nunca habían salido de Perú y, en este primer viaje, han coincido con un funeral pontificio: "Justamente queríamos venir porque nunca habíamos visto algo así, solo por televisión, y nos sentimos asombrados y emocionados", confesó la primera, cuyos amigos le escriben desde su Arequipa natal llenos de curiosidad.
La ceremonia fue presidida por el papa Francisco, que se levantó de su silla de ruedas para despedir el féretro, en medio de una niebla que cubrió la enorme cúpula de la basílica y que confería un aire surrealista, casi místico, a todo el lugar.
Se puede decir que los asistentes lograron llenar la plaza de forma compacta solo hasta la mitad, hasta su enorme obelisco, mientras que en la parte más externa y alejada del altar cientos de fieles escuchaban la misa de pie, algunos arrodillados.
También, cómo no, hay algún que otro descreído, como una familia asiática que aprovecha para hacerse un selfie con el funeral de fondo, o un grupo de chicas que se ríen a carcajadas al ver cómo un hombre pisa sin percatarse una vomitona que alguien había dejado sobre los históricos adoquines de la plaza.
UNA SONATA DE BACH
El rito fue solemne pero sobrio, por expreso deseo del difunto, y por eso los fieles lo convirtieron también en un acto de recogimiento, permaneciendo en un silencio sepulcral solo roto por las oraciones, las palabras del oficiante o los cánticos fúnebres.
El último adiós a Ratzinger contó con las voces del Coro de la Capilla Sixtina, dirigido por los maestros Marcos Paván, brasileño, y Jafet Ramón Ortega Trillo, panameño, y por el organista español Josep Solé Coll, que dedicó las sonatas más tristes de Bach a este papa intelectual y amante de la música clásica.
Su féretro reposó sobre una alfombra durante todas las exequias frente a la muchedumbre, con un Evangelio sobre su tapa, y una vez concluido el rito fue trasladado al interior de la basílica para su sepultura en la cripta, en un agujero que fue de Juan Pablo II.
En ese momento el "pueblo de Ratzinger" rompió en un tímido aplauso mientras una voz surgía desde el brazo derecho de la columnata: "¡Santo Subito!", se escuchó, aunque casi nadie secundó esta reclamación.