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Música en un suspiro

Música en un suspiro

La muerte de Beethoven

MIGUEL ÁNGEL GARCÍA

29 de marzo de 1827, 1 de cada 10 vieneses, es decir cerca de 20,000 dolientes acompañaron el féretro que llevaba los restos de quizá el más humano de todos los compositores de la historia: Ludwig van Beethoven. Después de una larga procesión y de una solemne misa en la Dreifaltigkritskirche, es decir en la iglesia de la Santísima Trinidad, sus restos fueron depositados en el Cementerio Währing.

Pero retrocedamos en la historia 5 días antes, es decir el 24 de marzo de 1827. Beethoven abría una caja de vinos provenientes de su cuna en torno al Rin. Tal era su condición que apenas pudo dar unos pequeños sorbos. Ese día firmaba su testamento cediendo todo lo que poseía a su sobrino Karl. Para la mañana del 26 de marzo, la condición del maestro era ya muy delicada.

Su fraternal amigo Stephan von Breuning, cuya familia apoyara incondicionalmente desde la juventud a Beethoven y su secretario Schindler, salieron a buscar un espacio donde sepultar al maestro. Al cuidado del moribundo Ludwig se quedó el pianista y gran amigo Anselm Hüttenbrenner.

Fue un día trágico. Había densas nubes en el cielo al grado de oscurecerlo casi en su totalidad. Eran las 4 de la tarde y fuertes vientos azotaban la ciudad en medio de una inesperada tormenta de nieve. Los truenos hacían estremecer los pisos de madera de la habitación, aparejados con los reflejos amenazadores generados por los destellos de los rayos reflejados en la nieve.

En ese momento, se dice, Beethoven abrió los ojos con una mirada amenazadora viendo al cielo, y después de alzar su puño angustiosamente apretado, cae su mano para dar su último suspiro. Beethoven se había ido. El funeral tuvo lugar el 29 de marzo de 1827. En el patio del edificio, conocido como “la casa del español negro” donde vivía Beethoven, una multitud empezó a congregarse. Todas las escuelas y centros de estudio cerraron en señal de duelo.

Paradójicamente era un día soleado de primavera. Ya en el cementerio, el actor Heinrich Anschütz leyó la oración fúnebre, escrita por el poeta Franz Grillparzer: Un instrumento ahora silenciado. ¡Dejadme llamarlo de ese modo! Porque él fue un artista, y lo que tuvo, lo tuvo solamente a través del Arte.

Las espinas de la vida lo habían herido profundamente, y como el naufrago que se aferra a la orilla que lo salva, él se aferró a tus brazos, Oh, maravillosa hermana del Bien y la Verdad, Tú, consuelo del corazón lastimado, Tú, Arte, ¡nacida en los Cielos…! A Ti se aferró fuertemente, y hasta cuando se cerró el portal por el cual te le habías acercado y le habías hablado, y cuando su sordo oído cegó su visión de tus facciones, aun entonces conservó Tu imagen dentro de su corazón, y cuando murió ella aun reposaba sobre su pecho.

El fue un artista, y ¿quién será capaz de pararse a su lado? Porque del mismo modo que un gigante avanza rechazando con desprecio las olas que se le oponen, el avanzó hasta los limites mas extremos de su arte. Desde el arrullo de las palomas, hasta ronco trepidar del trueno; desde las mas sutiles armonías, entretejidas con los mas hábiles recursos del arte, hasta ese terrible punto en que ese mismo tejido se deshace en el estallido sin control de las fuerzas de la naturaleza… el atravesó todo, abarcó todo.

Aquel que lo siga no puede simplemente continuar su camino, tendrá que comenzar de nuevo. Porque él llegó hasta el mismo lugar donde el arte termina. Para 1888, sus restos serían trasladados al Zentralfriedhof o Cementerio principal de Viena. Su cuerpo se fue, pero su espíritu vive en su música y en el corazón de todos nosotros. En un Suspiro…

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