Hace varios años moderé un taller sobre los retos de la obra pública en México. La conclusión central del evento fue que empezar una obra sin un riguroso proceso de planeación genera una falsa ilusión de avance. Al final toma más tiempo y requiere más recursos por todos los cambios no previstos, los cuales abren el espacio a los contratos apresurados sin licitación, muchas veces para los amigos.
Al haber cancelado el aeropuerto de Texcoco, que contó con un largo proceso de planeación, AMLO parece condenarnos a la máxima: obra que no se termina en el sexenio, mejor no hacerla. Al no haber basado su decisión en estudios serios, puso su capital político en un aeropuerto alternativo con poco valor para el país. Ni AMLO lo usa para sus viajes.
Es una pena, pues es admirable la voluntad presidencial para construir con rapidez. Terminar un aeropuerto como el de Santa Lucía en 29 meses, sin tener planeado prácticamente nada, da cuenta de una enorme capacidad de ejecución.
La falta de planeación, sin embargo, termina costando mucho. Sin tomar en cuenta los costos hundidos en Texcoco, en lugar de los 75 mil millones de pesos que originalmente se iban a gastar en Santa Lucía, pareciera que el costo final ronda por lo menos 115 mil millones de pesos, más todas las obras de infraestructura necesarias para llegar a un lugar tan lejano.
Lo peor es que no se resuelve el problema de origen, la saturación aeroportuaria del Valle de México, razón original para construir un aeropuerto nuevo. Santa Lucía había sido descartada como alternativa desde el gobierno de Zedillo por no tener el tamaño adecuado para sustituir el Benito Juárez y por tampoco permitir operaciones simultáneas. Lo único que se logró con el AIFA fue dividir la capacidad de aeronavegación del Valle de México.
También es admirable la rapidez para construir la refinería de Dos Bocas, aunque por falta de planeación se pasó de un costo original de 8 mil millones de dólares a uno de por lo menos 16 mil millones. Lo más grave es que dada la irrupción de los autos eléctricos, nadie está construyendo refinerías nuevas de ese tamaño en América. No habrá tiempo para recuperar la inversión, ni siquiera si Pemex supiera ganar dinero refinando, que no es el caso. Desde el 2007 hasta septiembre del 2022 las pérdidas en refinación suman 1,481,765 millones de pesos, lo que equivale al 70 por ciento de la deuda financiera total de Pemex a la misma fecha.
El mayor costo de todas estas improvisaciones es no haber usado todo ese poder en beneficio de los más pobres. ¿Se imaginan ese dinero y esa energía empleados, por ejemplo, en una transformación de fondo del sistema de salud? Uno bien planeado, no como el improvisado esfuerzo de emular al de Dinamarca, destruyendo en el camino lo que funcionaba regular del sistema previo. Una reforma al sector avalada por los expertos y con toda la energía presidencial detrás hubiera tenido una enorme rentabilidad social. Su impacto político hubiera sido mayor respecto a inaugurar grandes obras.
Las obras insignia de AMLO marcarán el recuerdo de su gobierno. El Tren Maya con su estela de destrucción e improvisación será el más visible signo de un estilo absurdo de decidir dónde y cómo gastar los recursos públicos. El destino de todas sus obras, si se usan o no, si ganan dinero o son un hoyo negro, serán el símbolo de un sexenio de un Presidente con mucho poder, pero uno desperdiciado en proyectos con poco sentido, no utilizado en mejorar la capacidad del gobierno de generar bienes y servicios públicos para amplias mayorías de la población. Ojalá este modo de gobernar sea un ejemplo de cómo no se debe actuar en materia de obra pública y que el siguiente sexenio arranque con un meticuloso e incluyente proceso de planeación de las obras más importantes que el país requiere, como un proyecto de largo plazo para beneficio del país.
@carloselizondoms
ÁTICO
Las obras insignia de AMLO serán símbolo de un gobierno con mucho poder pero desperdiciado en proyectos con poco sentido.