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Poder y naturaleza

RENÉ DELGADO

Cuando el poder de la naturaleza choca o se conjuga con la naturaleza del poder el tamaño del desastre puede ser inconmensurable, en temporada electoral ni se diga. Acarrea efectos muy difíciles de calibrar.

Por ello, pero sobre todo por la urgencia de atender a los damnificados y rescatar al puerto de Acapulco, no sobra subrayar la necesidad de atemperar el tono del discurso oficial y opositor. De enorme irresponsabilidad resultaría provocar un incendio, tras sufrir un huracán.

La pretensión de proteger u obtener dividendos político-electorales de una tragedia es propio de zopilotes o de buitres. La gente de Acapulco y los municipios aledaños reclama solidaridad, no ser presa de la mezquindad.

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Las noticias provenientes de la Costa Grande de Guerrero de estos últimos días son tristes y terribles.

Las imágenes anteriores a las del huracán fueron las del acribillamiento y fusilamiento de trece elementos de la policía municipal de Coyuca de Benítez, incluidos entre ellos el secretario de Seguridad y el director de la policía de esa localidad. Los criminales liquidaron a siete en el paraje de El Papayo, donde los emboscaron a un costado de la carretera Acapulco-Zihuatanejo. Y, luego, a seis más que se habían rendido, se los llevaron sólo para fusilarlos. Las fotos de cinco de estos últimos uniformados, maniatados por la espalda y tendidos bocabajo contra un montículo de arena son espeluznantes.

Esas estampas son, es una pena, producto de la naturaleza del poder en Guerrero, donde la frontera entre política y delito en más de un lugar se ha borrado. Ni hablar del caso de la presidenta municipal de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández, sujeta a proceso por sus presuntos vínculos con el crimen, pero quien despacha como si departir con reconocidos delincuentes fuera un acto de cortesía política.

El gobierno de Guerrero está rebasado y complicado.

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Las imágenes de aquellos policías fueron del lunes, las de antier, ayer y, seguramente, hoy son las de Acapulco destrozado por el poder de la naturaleza. Duele en el alma verlas.

Al momento de escribir estas líneas, la dimensión de los daños provocados por el huracán Otis a la infraestructura carretera, portuaria aérea y marítima, hospitalaria, hotelera y urbana, además de la relacionada con las telecomunicaciones aun es incierto. Sin embargo, no hay asomo de duda: su efecto será de larga duración, siendo que el puerto es uno de los pilares económicos de Guerrero.

Al auxilio inmediato de los damnificados, se suma la urgencia de rehabilitar ese destino turístico. El tiempo y los recursos que tome rescatarlo a partir de un plan serio con perspectiva marcan un periodo de sufrimiento para los pobladores del lugar y los municipios contiguos, cuya expresión de malestar, a saber, cual sea. La pronta ayuda económica será, en el mejor de los casos, un sedante para sobrellevar el dolor, pero no la medicina para sanar.

En tan solo doce horas, el poder de la naturaleza descargó su furia en el puerto de una entidad donde, desde hace años, la naturaleza del poder ha hecho del crimen un socio y convertido a buena parte de la población en su base o su rehén.

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A todo gobernante aterra el poder de la naturaleza, no sólo por estar fuera de su dominio sino por verse sometido a él. Tiembla tanto como los temblores o se sacude como las palmeras en un huracán.

No es para menos. Sabe que si el poder de la naturaleza choca o se conjuga con la naturaleza del poder y el descontento social puede socavar su autoridad, popularidad y legitimidad, colocarlo ante un gran apuro o, bien, desmoronar la posibilidad de retener para sí el gobierno o para quien pueda eventualmente sucederlo. Delicada esa circunstancia, lo es más cuando por animar la polarización como herramienta política las tenazas de esa pinza comienzan a apretarlo a él mismo y todavía más cuando por haber precipitado la lucha electoral se está en medio de ella.

Si en condiciones normales y relativamente estables, los fanáticos de quienes respaldan o resisten al gobernante hacen del menor pretexto motivo para descargar su ira contra el adversario, una tragedia se vuelve asunto ideal para echar o lavar culpas, haciendo de los damnificados simple escudo o lanza de su pleito por el poder que sí supuestamente son capaces de ejercer y controlar.

Por un mínimo de decoro, la devastación de Acapulco no debe convertirse en una pieza más del armario, donde los contrincantes guardan todo aquello con lo cual pueden agredirse. Los damnificados no se merecen eso, muchos menos formar parte del escenario de la vanidad o el decorado del proselitismo.

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Cierto, las elecciones subrayan diferencias, no coincidencias. Pero usar la tragedia como ariete para golpear al contrario o querer minusvalorarla para no distraer recursos de las obras con que se quiere coronar el gobierno pondría en evidencia no la generosidad, sino la mezquindad de la clase política en su conjunto.

Es hora de moderar el tono del discurso oficial y opositor, de prescindir del pasado como pretexto para no asumir el presente o de exhibirlo como el paraíso perdido, de salir de la competencia por ver quién está más cerca de la gente, midiendo en las encuestas su efecto en la aprobación de la conducta.

Es momento de prestar auxilio a la gente y de rehabilitar el puerto. El poder de la naturaleza ha puesto a prueba la naturaleza del poder.

EN BREVE

Con gallardía digna de reconocimiento, la senadora y ministra en retiro, Olga Sánchez Cordero, dijo: "Hay momentos en la vida de las personas que son definitorios, para mí, uno de esos momentos es hoy." Luego y pese al costo, argumentó su voto contra la extinción de los fideicomisos del Poder Judicial. ¿No habrá llegado ese momento a la presunta ministra?

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El poder de la naturaleza ha puesto a prueba la naturaleza del poder. Es hora de moderar el discurso oficial y opositor, de auxiliar a la gente de Acapulco y rehabilitar el puerto.

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