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Urbe y orbe

¿Por qué el fracaso de la ONU?

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Las guerras en Ucrania y Palestina evidencian el fracaso de la ONU, pero no revelan del todo el porqué de dicho fracaso ni su germen. En Europa Oriental observamos a un estado soberano, Rusia, perpetrando una invasión territorial contra otro estado soberano, Ucrania, en franca violación a la Carta de las Naciones Unidas. Un conflicto regional de dimensión mundial por la participación directa o indirecta de otras potencias, como los miembros de la OTAN, del lado ucraniano, y Bielorrusia, Corea del Norte, Irán y China, de lado ruso. El Consejo de Seguridad de la ONU está imposibilitado para dictar una resolución que implique un mandato contra la invasión debido al derecho de veto que ejercen Rusia y China. La Asamblea General de la ONU, por su parte, sólo ha emitido condenas a la agresión rusa, mismas que no pasan de tener un efecto simbólico.

En Oriente Medio atestiguamos cómo un estado de reconocimiento limitado, Israel, se lleva entre los pies a una población civil de otro estado de reconocimiento limitado, Palestina, en reacción extrema e indiscriminada a un atentado terrorista perpetrado por la organización extremista Hamás. Con todo lo censurable que es la agresión perpetrada por esta milicia contra ciudadanos israelíes, la respuesta del gobierno sionista ha sido brutal y violatoria de la Carta de las Naciones Unidas, tal y como el propio secretario general, Antonio Guterres, lo ha declarado. Para supuestamente acabar con un grupo terrorista, Israel está arrasando Gaza con todo y su población civil. Y lo mismo que en el caso de Ucrania, la ONU no ha podido hacer nada más que condenas. El Consejo de Seguridad está bloqueado para dictar un alto al fuego por el veto que ejerce Estados Unidos.

Pero ni Rusia ni Israel son los únicos en saltarse a la ONU. El desdén hacia el máximo organismo de gobernanza mundial viene de tiempo atrás. La actitud de EUA hacia la ONU se transformó radicalmente en la década de los 90. Cuando Irak invadió Kuwait en 1990, el gobierno de George Bush padre impulsó una resolución en el Consejo de Seguridad para crear una coalición militar de 34 estados y poner fin a la invasión. Así, la guerra del Golfo de 1990 a 1991 contó con la legitimidad de Naciones Unidas, ya que incluso China y la agonizante URSS aprobaron la iniciativa estadounidense. Se asomaba la era unipolar de hegemonía global estadounidense bajo un orden internacional basado en reglas custodiado por la ONU. Pero el orden duró poco.

En 1995, durante la fase bosnia de las guerras yugoslavas que iniciaron en 1991 tras la caída del comunismo, la OTAN, entonces bajo el liderazgo del presidente estadounidense Bill Clinton, montó la Operación Fuerza Deliberada para atacar desde el aire posiciones serbias. Aunque la campaña aérea no contó con un mandato del Consejo de Seguridad de la ONU, se llevó a cabo en coordinación con las Fuerzas de Protección de Naciones Unidas creadas ex profeso para mantener la paz en Croacia y Bosnia. En 1999, ya en la fase kosovar del conflicto, la OTAN, también bajo el liderazgo de Clinton, llevó a cabo la Operación Fuerza Aliada contra el régimen de Slobodan Milosevic sin el aval del Consejo de Seguridad, lo cual levantó críticas y denuncias de crímenes de guerra y violación a la Carta de las Naciones Unidas.

Con este precedente, en 2003, el presidente George Bush hijo inició de forma unilateral la invasión a Irak, con el apoyo de únicamente cuatro países. En esta ocasión, la intervención militar se dio no sólo en ausencia de mandato alguno del Consejo de Seguridad y contra las advertencias del entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan, sino sobre justificaciones basadas en mentiras deliberadas, como lo fue la afirmación de que el régimen de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva. Con esta invasión, EUA, otrora arquitecto central de la ONU, condenó al organismo a la irrelevancia.

¿Cómo respetar un orden internacional basado en reglas cuando el principal impulsor patea al organismo encargado de velar por dicho orden? Los acontecimientos de la última década son consecuencia del desdén estadounidense por la ONU. La guerra civil en Siria de 2011 a la fecha se convirtió muy pronto en el símbolo de la descomposición del orden mundial con la participación de potencias extranjeras en distintos bandos y pasando por alto las advertencias de la ONU. Luego vino la anexión rusa de Crimea en 2014 que en 2022 se transformó en la invasión a Ucrania. El régimen sionista de Israel hoy parece empeñado en brincarse todas las reglas y condenas de la ONU.

Pero que el sionismo desoiga a la ONU no es cosa nueva. Desde el surgimiento de Israel como estado en 1948, los líderes sionistas han hecho lo que se han propuesto sin atender a las Naciones Unidas. En los últimos meses del mandato británico en Palestina, que duró de 1920 a 1948, la ONU asumió la responsabilidad de resolver el creciente conflicto entre judíos y árabes palestinos. La solución fue la partición del territorio en dos Estados, uno israelí y otro palestino. Pero los sionistas, que para entonces contaban ya con medios económicos y militares, iniciaron una guerra para hacerse con más territorio del que ya poseían sin tomar en consideración el mandato de la ONU. Desde entonces, Israel, principalmente bajo los gobiernos sionistas, ha ido incrementando su territorio a costa de los palestinos. La actitud del sionismo exhibió muy pronto las limitaciones de la gobernanza de Naciones Unidas. Pero vamos a la raíz.

La ONU nació como un organismo de corte liberal y democrático bajo el impulso de EUA, uno de los ganadores de la Segunda Guerra Mundial. Pero como la derrota del nazismo alemán no se pudo dar sin el apoyo definitorio de la URSS, una potencia no liberal, los aliados liberales se vieron obligados a compartir el espacio privilegiado con ella. La ONU nació como una estructura de alcance internacional pero controlada por las grandes potencias: Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética, a las que luego se unieron Francia y China. Es decir, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, órgano rector de la ONU, que cuentan con derecho a veto.

La Asamblea General, en principio más democrática que el Consejo, está limitada en su actuar ya que sus resoluciones no suelen ser vinculantes. De tal forma que en la ONU nada se hace si las cinco potencias rectoras no lo aprueban de forma unánime. Esta realidad en un mundo que camina hacia la multipolaridad y el choque abierto de intereses de los superpoderes del orbe, vuelve inoperante al órgano rector de Naciones Unidas. Podemos decir que en el germen mismo del organismo anidó su fracaso hoy expuesto. La pregunta es: ¿qué sigue? ¿Dejar que el mundo se hunda en el caos de la ley del más fuerte? O ¿construir un nuevo esquema de gobernanza internacional que responda a las necesidades y desafíos de nuestra época?

@Artgonzaga

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