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Thiago Soares

Thiago Soares, coreografía de una vida

(CORTESÍA/BALLET DE MONTERREY)

(CORTESÍA/BALLET DE MONTERREY)

SAÚL RODRÍGUEZ

La lluvia cae sobre el Cerro del Obispado como si un río se desbordara desde el cielo. El edificio de ladrillo que alberga a las oficinas del Ballet de Monterrey ha enrojecido con el agua. Adentro, el maestro Thiago Soares, director artístico de la compañía, ensaya en un salón con el grupo de varones. Las piruetas animan los espejos que cubren las paredes, mientras la música se confunde con la precipitación que arrecia contra el tejado.

El brasileño está atento, concentrado, no pierde de vista ni un movimiento de sus bailarines. En una libreta hace correcciones, apunta ideas, adapta la coreografía como si la pluma también danzara. Se dirige con el pianista y sobre el folio traza marcas musicales, compases, pasos; modifica sobre la marcha. Si es necesario alza la voz, alienta a los jóvenes para que den lo mejor de sí. Después, junto a la maestra Susan Bello, emplea la misma metodología con el grupo de mujeres: indica sus fallas, aplaude sus aciertos y reconoce su entrega. Sabe de sobra el valor de cada segundo, pues “una compañía de danza es una maquinaria que nunca acaba”.

Nació el 18 de mayo de 1981 en Vila Isabel, un barrio de perfil cultural ubicado en pleno corazón de Río de Janeiro. Su mirada se ilumina al describir el bulevar 28 de Setembro tapizado con las partituras del compositor Noel Rosa y coloreado por el carnaval. Habla de su abuelo, de su madre, de su hermano Hugo, quien lo influenció para que iniciara en la danza junto al grupo de hip hop Jazz de Rua Río de Janeiro.

El baile fue refugio durante la separación de sus padres. Tenía 13 años de edad cuando se descubrió artista. Entrar al Centro de Danza de Río moldeó el talento detonado en la calle y lo disciplinó. Por eso las recompensas no demoraron. En 1998 viajó a Francia y obtuvo la medalla de plata en la Competencia Internacional de Danza de París. Volvió laureado a Brasil para trabajar en el Teatro Municipal de Río. En 2001 concursó en el Moscow International Ballet Competition y su medalla de oro conquistó al Teatro Bolshói. Entonces decidió quedarse en Rusia e ingresó al Teatro Mariinsky de San Petersburgo. The Royal Ballet de Londres lo contrató al año siguiente para luego consagrarse a nivel mundial como primer bailarín.

Es una de las últimas tardes de marzo y el cielo continúa cayéndose. Thiago bromea, dice que la lluvia de Londres no era tan dramática. En una sala atiende la primera parte de la entrevista junto a Yolanda Garza Santos, presidenta del patronato del Ballet de Monterrey, y Gretchen Backoff, actual tesorera. En los muros cuelgan carteles de las principales producciones de la compañía, incluyendo El Corsario, con la que se presentarán en Torreón el 28 y 29 de abril.

Tras cesar el agua, Soares toma descanso, camina calle abajo y entra a un restaurante. Sobre la mesa trata de resumir su trayectoria. Rememora los 17 años que vivió en Inglaterra, los grandes maestros, maestras, compañeros y compañeras que tuvo, los triunfos, los sinsabores, el motivo de retirarse y abrirse paso como coreógrafo en el reto que, desde 2021, afronta como director artístico de una compañía tan importante.

¿Dónde estaría si no fuera por la danza? La pregunta intenta desnudarle. “El baile es un arte muy expuesto”. Agradece haber vivido la magia de los escenarios, pero ahora su papel está tras bambalinas. Recién ha adaptado El Corsario, una obra clásica que dialogará con la actualidad, acentuando el papel de la mujer. Sasha De Sola, primera bailarina del Ballet de San Francisco, es la elegida para el papel principal. “Tu próximo acto puede ser el mejor”. Más que diseñar coreografías, Thiago Soares apuesta por crear experiencias.

(CORTESÍA)
(CORTESÍA)

-Eres originario de Vila Isabel, barrio que también vio nacer a Noel Rosa y cuyo relieve se colorea por la cultura. ¿Cuánto influenció este lugar en tu inicio como bailarín?

Te agradezco que menciones eso porque mi memoria me lleva automáticamente ahí, al bulevar 28 de Setembro, la calle donde vivía, donde están las partituras de Noel Rosa. La verdad es que es un lugar muy especial a nivel cultural. Ahí también hay una escuela de samba muy famosa. Es verdad que el lugar donde crecí tenía esta infección cultural; queriendo o no, tú ibas a estar bañado por cultura. Primeramente, mi abuelo es músico de la Orquesta Sinfónica del Teatro Municipal de Río de Janeiro y a mi mamá siempre le gustó cantar, tocar viola, es muy bohemia, de beber y ver artistas. Yo creo que esos fueron mis primeros 'roots', mis raíces. A mi hermano también le gustaba bailar danza urbana. Él era conocido en mi barrio, alguien a quien toda la gente admiraba. Yo lo quería imitar. Empecé a copiar sus pasos y todo eso, sólo por seguirlo. Rápidamente me di cuenta de que yo no era muy bueno para expresarme con palabras, que moverme me daba una libertad y una rara potencia. Me agarré de eso. Pienso que mi comienzo en la danza fue mucho por descubrir mi voz. ¿Sí me explico? Y cuando realmente empiezo a estudiar baile, mis padres se separan. Mi familia estaba colapsándose y me refugié en la danza, porque en ella no necesitaba hablar y conectaba con movimientos. De alguna forma era una combinación de endorfina, descubrirse como artista y hacer algo diferente. De verdad sentí que descubrí algo que era mío.

-Me imagino que empezaste a leer algo en los cuerpos para transmitir el mensaje que deseabas.

El arte de comunicar con el cuerpo bailando es el más honesto. Yo te puedo engañar con palabras y crear personajes, actuando y haciendo cosas, pero cuando bailo estoy muy expuesto: si soy duro, si soy sensual, si soy honesto, lo que quiero pasar, lo que quiero mostrar de mis cualidades. El baile es un arte muy expuesto. Hoy, en la posición que estoy, lo puedo leer en una persona muy rápidamente. Si la veo bailando ya puedo entender un poco de su perspectiva, porque ahí no puede engañar a nadie; su inseguridad, su magia, cuánto ama bailar, eso uno lo puede leer muy rápido.

-El crítico mexicano Alberto Dallal apunta en uno de sus textos que los movimientos del cuerpo son más antiguos que la palabra. ¿Qué es lo que más te impresiona del arte dancístico?

Lo que más me impresiona son dos aspectos. Una es la sensación que tienes cuando te va bien y cuando te hace sentido. Por ejemplo, yo puedo trabajar en una obra seis meses y, de repente, hago los movimientos y siento algo que no consigo describir. Es por eso que sigo. El baile, específicamente el clásico, tiene algo como complicado, duro, difícil, pero de repente te toca una sensación de “no te sé decir, pero para eso lo hago”. Lo otro es la memoria del cuerpo. La memoria del cerebro es increíble, pero la memoria del cuerpo lo es mucho más. Por ejemplo, una persona que sufre de pérdida de memoria no se olvida de bailar, no se olvida de los pasos. Y eso es algo muy fuerte. Cómo el manierismo y el lenguaje de ese mover es casi lo más importante del concepto básico de la humanidad. Para llegar hasta ahí, de alguna forma, tienes que crear un baile, una coreografía. Esta memoria me fascina. A veces me puedo olvidar de cosas importantísimas en mi vida, como nombres de familiares, pero nunca más me olvidaré de una coreografía.

-Ya habías bailado en la calle con talento nato, pero es sabido que sin dirección muchos talentos como el tuyo terminan perdiéndose. ¿Qué papel jugó la academia en tu formación?

Buenísima pregunta. La verdad debo muchísimo a un señor llamado Dino Carrera, que era un académico de danza cubano. Él huyó de Cuba y fue a Brasil para ser maestro universitario. Era mi maestro de historia de la danza, hizo que no me perdiera. Fue quien me dijo: “Mira, tú tienes posibilidades. Tú eres pobre, pero Dios te dio habilidades y esta academia te está dando la oportunidad. ¿Tú quieres? Te apoyo”. Y él de alguna manera completó mi educación intelectual. En un momento específico yo ya estaba bailando bien, yendo a festivales, y gané la oportunidad de representar a Brasil en París. Pero las maestras de la escuela no conseguían controlarme y me pasaron con él. Fue la persona que me sentó y me dijo: “Mira, tú puedes, pero ¿tú quieres o no? Porque esto puede ser tu vida, puedes vivir de esto”. Hoy me doy cuenta que eso fue la clave, que fue fundamental. Creo que siempre tenemos que dar importancia y escuchar a nuestros mentores, a la gente que tiene más experiencia, porque quizá ese escuchar cambie tu vida. Hoy me doy cuenta y agradezco a Dios haber tenido la sensibilidad de escuchar a esa persona… en ocasiones contra mi voluntad, porque pensaba: “¿Quién es esta persona que me está diciendo qué hacer?”. Pero de alguna forma creía que él tenía razón y de verdad que la tuvo.

-Vas a París, cuna del ballet, y ganas la medalla de plata en la competencia de danza. ¿Cargabas las palabras de tu maestro en esa prueba?

A veces es raro cuando tengo que hablar de mí porque trato de no ser cliché, pero realmente soy muy agradecido porque viví la magia. Por ejemplo, ahora que estás mencionando a París, recuerdo que todavía estaba aprendiendo cosas ¡y ya estaba en París representando a Brasil! Entonces, todas esas cosas me estaban pasando y al mismo tiempo era la magia de que nunca había pensado estar ahí. Tres meses antes estaba sin dinero para tomar un autobús, sin tener a veces qué comer. Esta magia, de estas cosas pasando en mi vida, fue el combustible para seguir. Creo que mi trayectoria fue muy diferente a la de muchos bailarines, pero fue un sueño. No te puedo decir lo que fue estar en París representando a Brasil, con bailarines que empezaron a bailar desde los ocho años de edad. Me acuerdo muy bien de Jacques Chirac (entonces presidente de Francia) entregándome el premio. Su mujer, madame Chirac, también estaba allí. Y mi maestro Dino me dijo: “Dale flores a ella, sé un ‘gentleman’. Si no quieres darle flores por lo menos bésale la mano”. Y yo no quería besarle la mano, ¡qué vergüenza! Pero en el momento decidí hacerlo. Le dije: “Muchas gracias”. Y ella dijo: “¡Ah, un ‘gentleman’ de Brasil!”. A lo que voy es que tu mentor tiene la humildad y la suerte de poder escuchar —porque te tocan momentos donde no estás para escuchar—, fue fundamental para todo ese proceso de conquistas.

-Regresas a Brasil tras competir en Francia. Te preparas con más ímpetu. Viajas a Rusia y triunfas en el Teatro Bolshói. Decides quedarte allá y The Royal Ballet fija sus ojos en ti. ¿Cómo te hizo madurar ese proceso?

El ballet tiene eso que te lleva a otros países, que te hace conocer personas de otros lugares, personas que también estudiaron mucho. El ballet es un lugar de disciplina. Por ejemplo, todas las chicas que estaban en ese ensayo que viste, todas, mínimo estudiaron quince años. Es decir, en ese salón debe haber unos cuatrocientos años de mucho estudio. El ballet es un lugar que te nutre y afortunadamente al tener esa oportunidad de viajar, de estar en otros lugares, me nutrí culturalmente de conocer. Tú sabes que conocer, tener acceso, es el mayor dinero. Yo tuve eso con la danza. El final de mi educación como adulto fue de mucho privilegio por conocer países, grandes maestros, lugares, hablar idiomas diferentes y tener esta formalidad del baile, que no es un arte que puede ser como quieras. Es un arte que debe tener un concepto muy importante y de muchos años. Esta profesión terminó por educarme y creo que fue mi mejor maestra.

-En tu carrera has convivido con artistas de todo el mundo. Sabes que las voces de los seres humanos poseen el acento del lugar de donde provienen. ¿Lo notas también en los movimientos de un bailarín?

Creo que cada uno trae su historia y sus particulares. Por ejemplo, cuando trabajas con bailarines que vienen de países con más dificultades, que lucharon más, que no vienen de países ricos, con dinero, puedes ver en su baile que son como gladiadores, luchadores y se defienden. A veces te pueden tocar artistas que vienen de otros lados con más privilegios, donde es un baile de limpieza, de nobleza, de otras cualidades. Es un baile, pero eso también son las personas, el cómo ellas son que se traduce a través de su baile. Otra vez, creo que sí, estos matices de personas y sus estilos me ayudaron a conocer la industria de la danza y a conocer a mucha gente por el mundo.

-Durante 17 años fuiste el primer bailarín de The Royal Ballet, ¿qué te llevó a retirarte y empezar un nuevo proceso en tu carrera?

Esa decisión vino en conjunto con mi exjefe (Kevin O’Hare). Tuve una carrera dentro del ballet muy bonita, muy especial. Debo mucho al ballet, estoy muy agradecido de los años en los cuales pude aprender todo lo que viví. Esa carrera tiene una validez, viví lo mejor que un bailarín puede vivir, que es bailar en las mejores compañías del mundo, con las mayores bailarinas del mundo como Sylvie Guillem, Marianela Núñez, Tamara Rojo. Trabajé con las mayores, hice los mayores papeles. Me he dado cuenta que tenía opción de bailar algunos años más, pero también me di cuenta de que comenzaban a costarme algunas cosas físicamente. Tenía la opción de seguir hasta que no hubiera más cuerpo o salir con un proyecto de dejar mi mejer versión. Mi exjefe fue muy inteligente con eso, me dijo: “Mira, tú puedes quedarte y, eventualmente, entrar en tus cuarenta siendo menos o, con la trayectoria que tuviste, hacer una gran celebración de tu mejor momento y tu mejor papel”. Fue un poco de coraje, creo que es como uno quiere proyectar su trayectoria y también, a nivel personal, amo el ballet, soy un gran fan de ello, pero sentí que ya había pasado mi etapa. Sentí la necesidad de hacer algo por mis propias piernas, a ver qué puedo hacer con la experiencia que aprendí, qué proyectos puedo hacer. ¿Puedo hacer películas? ¿Puedo hacer coreografías? ¿Qué puedo hacer? Porque que ahí tiene una gran escuela donde aprendes muchísimo. Y, a nivel personal, es una pena que no aprendas eso y vayas a descubrir otros caminos. Creo que es muy personal. Hay bailarines que quieren quedarse el máximo de tiempo en sus compañías, pero fue una decisión muy en conjunto con mi director. La verdad es que mis últimos años fueron los más bellos porque entendí eso, acepté mi transición. Mi director me apoyó a transformar eso en un momento muy especial: “¿Y ahora qué vamos a hacer? ¿Cómo le vamos a hacer? ¿A dónde podemos ir?”. Y no fue como “¡Ah! Es un final, es muy triste”. Tuve tiempo de cambiar eso en mi mente. Pasé como tres meses pensando en que iba a parar, en que iba a salir de ahí, en qué iba a ser de mi vida, pero después me di cuenta de que tu próximo acto puede ser el mejor.

-Cuando comienzas a estudiar coreografía, ¿cuál es tu principal eje de investigación? ¿Hacia dónde querías llega?

Originalmente no quería. Había un festival en The Royal Ballet sobre bailarines que quieren coreografiar. Yo no tenía ni idea, a veces iba a ver, pero mi director un día me dijo: “¿Por qué no creas algo?”. De alguna forma me estaba abriendo una puerta diciendo: “Mira, hay otra posibilidad. Esta mañana vas a iniciar”. Y yo no lo hice. Pero dormí, desperté y dije: “Voy a hacerlo”. Estaba en el último minuto y me dijo: “¡Dale, métete!”. Hice una pieza que ganó buenísimas críticas. Había algo ahí y no lo sabía. Entonces empecé a tratar, a hacer cosas pequeñas y me he dado cuenta de que, como creador, trabajo con generosidad. A mí me gusta crear para ti. Yo no soy un coreógrafo que crea pensando en sí mismo. Yo creo con el artista que tengo. Hay un lugar para eso en el mundo, donde el creador piensa desde el punto de vista del artista. Ahí empecé. Me invitaron a hacer cosas, entre ellas unas muy grandes para el Teatro Municipal de Río de Janeiro. Algunas otras en Londres, otras para un proyecto que tenía con jóvenes bailarines de mi estudio. Luego hice proyectos para videoclips y películas, empecé a tener una amplitud de creación. La verdad me gusta mucho, porque me pone en un lugar de generosidad, de dar; coreografiar es dar.

-Además de esta generosidad, ¿qué buscas en las coreografías a nivel técnico?

A mí me gusta emocionar a través de los movimientos. Para mí, aunque sea una obra abstracta, tiene que tener un motivo sentimental. Yo creo que los cuerpos hablan sentimientos. Entonces, siempre busco algo por detrás que pueda expresar un sentimiento.

-Cuando te contratan para dirigir al Ballet de Monterrey, la directiva buscaba algo distinto a lo que había tenido. Es sabido que la compañía ostenta un repertorio clásico muy importante, ¿cómo conjugar esa tradición con el presente que propones?

Es como tú lo estás traduciendo. En una institución cultural como el Ballet de Monterrey hay que pensar en su repertorio como una galería de arte que respeta mucho la tradición y la preserva, la cuida, pero que trata de cimentar relevancia a este momento con innovación, tecnología y todo lo que hay. Hay que crear, hay que buscar, hay que hacer workshop para entender lo que queremos decir y cómo queremos decirlo. Tú ves que el mundo ha cambiado de una manera loca en los últimos dos años. Después de pandemia, la forma de hablar, la manera en cómo hablamos sobre género y la postura propia, cosas muy básicas de los conceptos han cambiado. A la expresión de las artes también hay que acompañarla. Pienso en el Ballet de Monterrey como una compañía clásica que respeta y le gusta el repertorio tradicional, pero que también tiene deseo de descubrir nuevas maneras, nuevas formas. Soy un director que piensa en trabajar un lenguaje y no tener quinientas personas haciendo quinientas cosas al mismo tiempo. Sí, hacemos varias obras, pero manteniendo nuestra manera de trabajar creando nuestro lenguaje. Ya hay muchas compañías grandes haciendo de todo. A veces me quedo pensando... si vas a ver El Corsario con el Ballet de Monterrey debe haber un motivo especial, porque puedes ver El Corsario en Canadá, en Rusia. Nuestro El Corsario es una obra distinta por cómo proyectamos, bailamos y expresamos. Hay elementos sorpresas, hay cosas que no vas a ver en ningún lugar del mundo. Sobre algunas cosas que quería hacer cuando creé El Corsario, la gente me dijo: “Oye, de verdad, ¿quién quiere hacer esto?”. Por ejemplo, la figura del Pachá, qué es icónica del ballet, siempre es una persona vista más desde la mirada de la comedia y yo quería darle una mirada más realista, más de miedo, de villano, de un lugar donde se traduciría realmente hoy. Entonces hice cambios que son orgánicos y que tienen que ver con la cultura de hoy.

-Creo que otro elemento importante en la coreografía es el espacio, ¿cómo lo trabajas en tus obras?

Soy un artista de danza al que le gusta la música, las artes plásticas, la arquitectura y mis referencias siempre tienen que ver con otras artes. Cuando sacas una obra de arte de una pared, de una pintura, y la traduces en movimiento, lo más lindo es poder expandir y abrir eso, entrar dentro de esa obra. Respecto a mi relación con el espacio, te puedo decir que me encanta usarlo. Tengo formas específicas que me encantan como círculos, cuadrados, pero también soy flexible. ¿Cómo me explico? Por ejemplo, a veces tenemos funciones en museos, como el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey con el que tenemos amistad, y es otra manera de hacer baile en corredores, por mesas. Me gusta este reto de poder contribuir a ese espacio. Si vamos a un teatro abierto, con más público, como el Festival de Santa Lucía, hago algo más gigante qué poder traducir. Me gusta jugar con esa relación del espacio, tener retos para que pueda crear soluciones.

-¿En qué se asienta la versión de El Corsario que se presentará en Torreón?

Nuestro El Corsario es sobre la humanidad, sobre las relaciones humanas y sobre el virtuosismo de una obra clásica, pero la cosa más diferenciada es que no es un ballet, es una experiencia. Seguramente, cuando estés ahí con nosotros vas a escuchar sonidos, perspectivas, sensaciones diferentes. No hice una obra para que tomes asiento y mires. Hice una obra para que puedas sentir, escuchar, moverte, que tengas perspectivas diferentes. Por eso, más que un ballet, nuestro El Corsario es una experiencia

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Escrito en: Danza Thiago Soares Ballet de Monterrey

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