Las escenas hablan. Gritos, arrebatos, golpes, frenesí, y la policía, rebasada. Se trata de una oleada de grupos que irrumpen intempestivamente en conocidos comercios, de talla internacional. Llegan en caravanas de vehículos para el asalto. La práctica se replica en varias ciudades, y parece una tendencia, por la constancia del saqueo. Al calor de las emociones, arrebatan mercancías de lujosas marcas. Así nada más. ¡Toma y corre! Otros, más organizados, acuerdan a través de las redes. Fijan hora y lugar del asalto. Todo en grupo. Tal vez la descripción acomoda a muchos países, llamados eufemísticamente, en "vías de desarrollo". De esa forma, el discurso dominante se refiere a esas naciones despectivamente, y señala que tienen un escaso estado de derecho, además de democracias débiles o nulas. ¿Pero qué sucede si es al revés? ¿Dónde dejamos el modelo? Para el caso, Estados Unidos da el ejemplo, porque los saqueos son en su propia casa. Sin embargo, la problemática de seguridad, ya prendió los focos rojos de la policía y las empresas. Lo mismo las cadenas comerciales, que las exclusivas tiendas de lujo, son objetos de los asaltos grupales. Los videos de los robos, transmitidos en las redes, más que denuncia, aparecen como un reto digno de lograr. En respuesta, la cadena Target anunció el pasado 26 de septiembre, el cierre de varias de sus tiendas, dado que no pueden combatir el "crimen organizado" (así el comunicado de la empresa). Cierran sucursales, una de Harlem, en Nueva York; dos más en Seattle; tres en Portland; tres en San Francisco y Oakland. Quizá resulta menor, pero el tono del aviso, bien podría referirse a esos países que los mismos norteamericanos ven con desprecio. Ya lo dijo el clásico, Donald Trump: "¿Por qué recibimos a gente de países de mierda?" (2018).
En Filadelfia, ciudad que representa el corazón de la democracia estadounidense, un centenar de jóvenes se reunieron para saquear varias tiendas, entre ellas, el comercio más popular de teléfonos y computadoras. Indignación, euforia, provocación y juego, se mezclan en una especie de protesta en forma de robo y disturbios. Licorerías y tiendas de tenis fueron saqueadas. Esa noche, del 24 de septiembre, la policía no se dio abasto.
Fiel a su estilo, Trump regresa más fuerte tras las imputaciones judiciales en su contra, y llama a disparar a los saqueadores. Del lado contrario, el presidente Joe Biden, busca apoyos para su reelección, uniéndose a una huelga de trabajadores del poderoso sector automotriz. Megáfono en mano, llamó al sindicato a resistir y luchar por mejores salarios, contra la voracidad de los directivos. Su crítica sorprendió, porque no proviene de un "socialista", sino del presidente que lucha por mantenerse en pie. Literalmente.
En la protesta, expresó: "Wall Street no construyó este país, la clase media construyó este país, y los sindicatos construyeron la clase media".
Rumbo a las elecciones de 2024, para renovar al inquilino de la Casa Blanca, es común escuchar discursos fáciles, que ven en México, la explicación de sus males. Fentanilo, narcotráfico, carteles y migrantes. Todo cabe ahí. Por lo mismo, es más sencillo echarles la culpa a los otros, que reconocer la decadencia interna. Desde esa posición, la respuesta ante los electores, insiste en invadir México, aunque desde hace tiempo, México ya los conquistó.
Sin temor al ridículo, el aspirante presidencial del partido republicano, Vivek Ramaswamy, propone invadir el país y acabar con los cárteles de la droga. Su propuesta será risible, pero según las encuestas, buena parte del electorado norteamericano cree que el problema son las drogas y los carteles mexicanos, no los millones de consumidores estadounidenses. Mucho menos los bancos que facilitan las operaciones de esa industria. Mientras tanto, las autoridades no saben cómo contener el próximo saqueo organizado, no importa que sea, en el centro mismo de la democracia.
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