La de Ucrania no es una guerra mundial, hasta ahora, pero sí un conflicto de alcance global con las principales potencias del orbe involucradas de forma directa o indirecta. Tras cumplirse el año de una guerra que ha roto todos los pronósticos, a la vez que se ha erigido en síntoma de los tiempos que vivimos, cada vez son más claras las visiones globales que están en colisión.
La invasión a Ucrania dejó atónitos a quienes creyeron impensable que Rusia iniciara una incursión a gran escala porque eso le significaría aislarse del mundo, volverse un paria y enfrentarse a Occidente. Pero también ha sorprendido a aquellos que pensaron que Moscú acabaría en semanas su operación militar y derrocaría al gobierno prooccidental de Kiev para imponer sus condiciones en el territorio ucraniano. El presidente ruso Vladímir Putin, de acuerdo con su retórica, pretendía con la invasión del 24 de febrero de 2022 desnazificar Ucrania y conjurar el riesgo de que este país formara parte de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, es decir, que se saliera por completo de su zona de influencia. La realidad hoy es que Ucrania está más cerca de la UE y la OTAN, y éstas más dentro de Ucrania, mientras que los batallones nacionalistas neonazis se han institucionalizado y forman parte de las fuerzas armadas ucranianas.
Bruselas y Washington, por su parte, buscaban infligir con las sanciones a Rusia un golpe tan duro que la llevara a frenar su invasión. Pero la economía rusa no se ha desplomado y Moscú se ha anexionado ya, además de Crimea, cuatro regiones del este y sur de Ucrania que no pretende ceder. Para el presidente ucraniano Volodímir Zelensky, y para sus patrocinadores occidentales, la victoria de Kiev es posible, y ésta sólo podrá cantarse con la liberación total del territorio ocupado. Pero, si bien no está claro qué sería un triunfo para Putin, lo que es evidente es que una derrota para él es impensable. Se ha llegado al momento en que las posiciones de Ucrania y Rusia son tan irreconciliables que es imposible encontrar un punto de encuentro. Pero no sólo por las decisiones en Kiev o Moscú. El apoyo o patrocinio que reciben ambos países está siendo determinante para alargar el horizonte de la guerra. Se habla más de la ayuda que recibe Kiev que de la que recibe Moscú, aunque es igual de importante.
El respaldo internacional a los bandos enfrentados es de tres tipos: político, económico y militar. Del lado de Ucrania están tres actores centrales: la UE-Reino Unido que, no sin fricciones internas, brindan apoyo político y económico, ya sea con condenas y sanciones hacia Rusia o con asesoría y financiamiento a Kiev; la OTAN, cuyo principal aporte es militar, ya sea en especie o como soporte logístico y de inteligencia; y, sobre todo, Estados Unidos, que no sólo brinda los tres tipos de ayuda, sino que mueve a los otros actores para sostener a Ucrania. Un hecho importante es que la ayuda bélica de Occidente no sólo ha ido en aumento, sino que se ha diversificado con el envío de equipos -tanques, por ejemplo- que al principio de la guerra parecía impensable mandar por considerarse una línea roja del Kremlin. Además de este respaldo, hay una pléyade de estados que, si bien han condenado la guerra iniciada por Rusia, no han hecho más para respaldar a Zelensky.
Del lado de Rusia, los respaldos han ido revelándose poco a poco. Desde el principio, Bielorrusia ha brindado apoyo político y logístico-militar a Putin, permitiéndole usar su territorio e instalaciones para atacar a Ucrania. Irán, Norcorea y Siria aportan soporte bélico, los dos primeros con material letal como misiles y drones suicidas, y el tercero con combatientes. China e India han sido para Putin socios vitales para evitar el aislamiento que Occidente busca imponerle. No sólo ambos estados se han negado a condenar la invasión, sino que han aumentado su comercio con Rusia para, primero, comprarle más hidrocarburos y permitirle así financiar la guerra y, segundo, abastecerla de los insumos que Occidente le ha dejado de vender. Pekín, además, ha suministrado al gobierno de Putin equipo no letal para uso de las fuerzas armadas y, según fuentes de inteligencia de EUA, el gobierno de Xi Jinping se alista ya para proporcionar material bélico a Moscú. Unos cuantos países en la ONU se han decantado por el lado ruso votando contra las resoluciones de condena a la invasión o absteniéndose. Sin embargo, en Naciones Unidas está claro que las posturas políticas favorecen a Kiev.
Con lo dicho hasta ahora, es evidente que ni Ucrania ni Rusia están solas en esta guerra. Si la motivación del gobierno de Zelensky es la supervivencia y viabilidad de un estado ucraniano de corte liberal y prooccidental, y la del gobierno de Putin es, al menos en la retórica, plantar cara al avance de la OTAN hacia sus fronteras y desafiar la declinante hegemonía estadounidense en su "espacio vital", ¿cuáles son las motivaciones de los principales patrocinadores de cada bando para seguir alimentando la expectativa de la guerra? En algunos aspectos, la guerra de Ucrania se parece a la de Siria: una insurgencia impulsada desde el extranjero desata un conflicto en el que terminan interviniendo varios actores internacionales con los intereses encontrados de apoyar o atacar al régimen establecido. En el caso sirio, la rivalidad extraterritorial más evidente era la de Rusia, soporte del presidente Al Asad, y EUA, patrocinador de la insurgencia. En Ucrania, con sus matices y distancias, se da un efecto espejo: desde 2014 Moscú impulsó una insurgencia en el Dombás tras un golpe de estado que quitó al gobierno prorruso, y escaló a una invasión en 2022 que provocó la intervención de Occidente en apoyo al nuevo régimen prooccidental de Kiev.
Pero en el contexto global de esta guerra la rivalidad de primer orden es la de China y EUA. A Washington le interesa poner límites a las potencias antiliberales que desafían cada vez con mayor asertividad su hegemonía. Por su parte, Pekín impulsa, de la mano de Moscú y con la mira bien puesta en Taiwán, la construcción de un mundo multipolar en donde ya no sea EUA quien ponga las reglas del juego. Bajo esta lógica habría que entender el doble papel que el gobierno de Xi Jinping asume frente al conflicto en Ucrania: por arriba de la mesa se pronuncia a favor de la paz, mientras por debajo brinda su apoyo a Rusia, quien, además, le vende energía barata. Además, la guerra atrae recursos militares a Europa del Este, lo que implica alejarlos de la gran región Indo-Pacífico, en donde China quiere ser hegemónica. Y mientras la guerra se alarga, el conglomerado industrial armamentista se robustece. Por eso, no es de extrañar que, a un año de la guerra en Ucrania, estemos más cerca de una nueva escalada que de una paz negociada.
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