El combate al narcotráfico nunca constituyó el eje rector ni de la política interna ni externa del actual gobierno. El objetivo en aquellos días de campaña desencadenó la lista de promesas acerca de la desaparición de la violencia tan pronto comenzara la transformación. La estrategia basada en los abrazos versus los balazos es evidente que fracasó y la atención a las causas estructurales y sociales que originan la propagación y posterior agudización tampoco ha dado resultados tangibles.
Hoy México es más violento y la impunidad reina en vastas regiones del país.
El empoderamiento de las organizaciones criminales ha puesto contra la pared al Estado mexicano y no hay manera de ocultar el desastre y la peligrosidad de la corrupción que corroe los cuerpos de seguridad en los tres niveles de gobierno.
La violencia criminal sigue prosperando debido a la impunidad y corrupción generalizadas y la disputa por el control territorial y mercantil de las plazas dibuja todos los días un escenario de sangre y de sed de justicia. La cuatroté no tiene una ruta de salida en esta espiral que preocupa y ocupa de manera prioritaria al gobierno de los Estados Unidos.
Los desencuentros en la visión bilateral para combatir la amenaza regional en que se ha convertido el narcotráfico llegan nuevamente a su punto de inflexión ahora sobre la producción del fentanilo.
López Obrador se enfrasca en un debate sobre este opiáceo sintético causante de la crisis de salud por las muertes de sobredosis en los Estados Unidos. De acuerdo con información de la Administración Antidrogas (DEA por sus siglas en inglés) el fentanilo es la principal sustancia química para elaborar heroína, metanfetaminas, anfetaminas, pastillas psicotrópicas y otros narcóticos que entran en la categoría de opioide.
De tal suerte, el incremento en el consumo de estas drogas y las secuelas entre la población estadunidense -mercado principal- está trayendo consecuencias diplomáticas para México al que le llueve sobre mojado. La tensión latente en medio de los tiempos electorales recrudece el discurso entre ambos gobiernos. López Obrador desde la mañanera haciendo maromas de propaganda para distraer la atención del desorden institucional, la inseguridad, la inflación y el descontento que ya hace catarsis en las calles y que el próximo acarreo del 18 de marzo no podrá silenciar.
Los señalamientos lanzados desde el Departamento de Estado acerca de que México es productor de fentanilo lograron que el presidente mexicano respondiera dando consejos a las familias estadounidenses y se enfrascara en un estéril debate sobre la prohibición del opiáceo sintético.
Entrar en el callejón bilateral de las comparaciones coloca al Ejecutivo mexicano en una posición incómoda; hace meses se viene construyendo la narrativa de que la cuatroté es tolerante con los criminales y omisa en el combate contra el fentanilo. No es una sorpresa que a cada acción venga una reacción y traten de hacer un control de daños que pasa por los canales diplomáticos con una campaña para favorecer la imagen de un México, que en el contexto actual de las últimas semanas es de un país peligroso y con alertas de riesgo para viajar.
Lo innegable es que el lenguaje utilizado alrededor del fentanilo revive aquél de los tiempos neoliberales de la guerra contra las drogas.
El epicentro de la narrativa estará centrado en el opiáceo sintético que cruza además esferas de actores internacionales y de la geopolítica. Y es ahí donde se enfocará el torbellino electoral y la retórica agresiva de algunos republicanos. Y con el paso del tiempo la tensión inevitablemente irá en aumento…
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