Uno de mis recuerdos más remotos de la Navidad es el tiempo que tenía para esperar. La espera consistía en no saber cómo ocupar las horas desde la mañana del 24 de diciembre hasta las 20:00 horas para celebrar la Noche Buena.
Ese día mi mamá salía temprano a ayudar a mi abuela o a mi tía para preparar el pavo o la pierna. O bien, se internaba a cocinar el platillo que le tocaba llevar a la cena. Las casas eran una mezcla de olores a ponche y mantequilla, pero también para los adultos los días previos a la Navidad eran muy estresantes: muchas compras por hacer y muchos compromisos por cumplir.
Al paso del tiempo, cuando nos volvemos adultos, el tiempo pierde esa dimensión. Las calles son un completo caos, el trabajo no se detiene en los centros laborales sólo porque se acerque la Navidad. El ruido, las luces, la mercadotecnia, los accidentes nos nublaron el tiempo de espera y de descanso que durante la infancia significaban estas fechas.
Hace algunos días, el representante de una cámara empresarial en La Laguna declaró que se va a acatar la propuesta de reducir la jornada laboral a 40 horas semanales y no a 48, que es el horario actual en muchos centros de trabajo. Es sin duda una conquista para el gremio asalariado, pero parece increíble que estemos rogando por tener 8 horas más libres a la semana. Es real: México es uno de los países con más carga laboral en sus empleados.
Recientemente Japón aprobó la reducción de la jornada laboral a cuatro días semanales para incentivar a una mayor tasa de natalidad, en el país mueren más personas de las que nacen en los últimos años y la medida está pensada en apoyar sobre todo a las madres trabajadoras.
En nuestro país aún hay poca esperanza de permitirle a la clase trabajadora más tiempo libre, que significaría más vida en familia, más vida personal y sobre todo una mejor salud emocional. Las navidades, por lo tanto, podrían ser diferentes si pudiéramos atesorar más el poco tiempo que nos queda, en medio de la vorágine de una sociedad a la que le preocupa más que seamos personas productivas que emocionalmente estables.
No olvidemos que en esta temporada no todas las personas tienen vacaciones o si quiera la posibilidad de pasar las fiestas con su familia o seres queridos. La vida no pone a todo mundo siempre en ese camino.
Para concluir esta columna, nostálgica hacia la infancia en la navidad, les obsequio esta frase del filósofo Cicerón: “Si tienes un jardín y una biblioteca, tienes todo lo que necesitas”. No desdeñemos el tiempo que quizás tengamos en los próximos días para leer un poco, si se puede ante un jardín o área verde, ya es ganancia, si no, con un poquito de silencio o quizás un café. ¡Felices fiestas! X: @Lavargasadri