Dicen que los recuerdos de la niñez perduran para toda la vida.
En aquellos veranos largos uno de los recuerdos más importantes de mi infancia son los juegos olímpicos.
En ese entonces no había muchas pantallas y plataformas para distraerse, por lo tanto veíamos todo lo posible las olimpiadas. Mis recuerdos más lejanos son la justa olímpica de los Ángeles ‘84 y Seúl ‘88.
No sólo veíamos a los nadadores, los velocistas, los lanzadores de jabalina y disco, o por supuesto la gloriosa gimnasia en vivo.
Mi padre aprovechaba para grabar en video casete los deportes que más le gustaban. Entonces, durante el año, en varias ocasiones veíamos de nueva cuenta las historias de grandes deportistas.
Algunas de esas historias se han quedado grabadas en mi memoria hasta la edad adulta. Una es la de un gimnasta japonés que compitió en Seúl ‘88, poniendo en alto a su país, no sólo por los logros obtenidos sino por todas las motivaciones que lo acompañaban.
Antes de competir, decía esta frase que hasta la fecha recuerdo: “Busca tus ideales, pero no huyas de la realidad. Realiza un deseo final. La concentración perfeccionará tu condición y romperás todas las barreras”.
Otro de los deportistas que recuerdo es el nadador norteamericano apodado “el albatros” por su gran maestría en el nado de mariposa, que lo llevó a obtener varias medallas en los Ángeles ‘84. Medía más de dos metros de altura y su técnica era la más brillante del momento. Después vino otra gloria de la natación: Michael Phelps.
Y cómo no recordar a mi heroína de la niñez: Nadia Comaneci, la gimnasta que logró el 10 perfecto de calificación en 1976. A todas las niñas que practicábamos gimnasia en los ochentas nos ponían la película sobre la vida de Nadia, una historia con momentos dramáticos en los que tenía que esconderse de su entrenador, mientras comía por las noches.
Nadia venció los retos que muchos deportistas hasta la fecha viven: una vida de renuncias y sacrificios, de dolor físico, pero sobre todo de creer en sí mismos y en su capacidad física y mental, cuando saben que se enfrentan a los mejores competidores del planeta.
Hay otras historias que vi repetidamente en video casete hasta que llegó internet y las redes sociales, también en 1988 vi en vivo a la gloria del atletismo femenino en los cien metros plenos, Florence Griffith, cuyo récord olímpico no ha podido ser vencido.
Es gratificante que, hasta la fecha, en un mundo con tantos estímulos tecnológicos, ver las olimpiadas de París en televisión abierta nos emocione, especialmente a la niñez y a la juventud, una edad en la que el deporte y la disciplina pueden ser el mejor ejemplo para perseverar y alejarse de vicios y conductas nocivas. X: @Lavargasadri.