"Todo lo sólido se desvanece en el aire", se lee en el Manifiesto Comunista. Un siglo después Marshall Berman convertiría la expresión en eje central. Da un giro: todo proceso de modernización conlleva una semilla de autodestrucción. Quién lo imaginaba hace un par de décadas: estamos siendo testigos de la quiebra del orden liberal.
Pero esa palabra ha sido manoseada, vilipendiada, más aún cuando, con profunda ignorancia, se le agrega el prefijo neo. Para muchos el neoliberalismo -refiriéndose a la estrategia económica con Thatcher y Reagan a la cabeza- encierra una malévola intención: volver más pobres a los pobres y más ricos a los ricos. Pero la realidad los desmiente. Nada más en China, con la apertura comercial, alrededor de 500 millones de seres humanos dejaron la pobreza. India otro caso. La estrategia de Thatcher y Reagan coincidía en un principio: el estado propietario resta recursos a su misión central, atender los objetivos básicos del estado, seguridad, salud, educación y, en ocasiones, infraestructura. El comercio, desde su nacimiento, ha sido un elemento civilizador e incluso fue semilla de los derechos humanos. La globalización ponía al centro al consumidor, su bienestar. El estado había demostrado ser tan ineficiente, que las fuerzas del mercado -en competencia regulada- podrían hacerlo mejor. La estrategia funcionó para Gran Bretaña y Estados Unidos y muchos otros países. Con una inserción exitosa en los mercados globales, muchos países, como Botswana, pudieron sanar sus finanzas e incrementar bienestar. A la par, las democracias se multiplicaron, instaurando los principios básicos de esa forma de gobierno: libertades políticas, división de poderes, acotamiento del poder ejecutivo y respeto a la pluralidad, nietos o bisnietos de los grandes pensadores liberales, Rousseau, Montesquieu, Locke, Tocqueville y muchos más. Ser liberal es defender esos principios, con independencia de la estrategia económica de Thatcher y Reagan. Los pilares de una democracia no pueden sufrir merma alguna. La verdadera igualdad de los seres humanos, sólo puede surgir de ahí. Además, otro principio central: los gobiernos de mayoría, son gobiernos constitucionales (Noema Magazine (noemamag.com) 9.11.2024).
Pero las anomalías comenzaron. La ruta democrática sufrió alteraciones. Tal y como lo exige Freedom House, sin libertad de expresión es imposible hablar de una democracia. Sin elecciones libres y sistemáticas que garanticen un auténtico relevo en las cúpulas dirigentes, todo lo demás es engaño. Además, en las democracias el diálogo político debe regirse por criterios científicos. El gobierno de las mayorías, sólo es legítimo cuando convive con las minorías potenciales mayorías.
Desde principios del milenio, varios autores -destacadamente Larry Diamond- señalaron las múltiples irregularidades en regímenes que decían ser democráticos: el control sobre los medios de comunicación, la manipulación, la persecución de minorías. Diamond y otros acuñaron un término muy preciso, son democracias que cumplen con las formas, pero no respetan los principios liberales a cabalidad. Son iliberales.
Pero la degradación siguió. Anne Applebaum publicó en marzo del 2022 en The Atlantic un ensayo demoledor: There is no Liberal World Order. Allí recuerda los prerrequisitos de una nación democrática. En un discurso muy firme del presidente de Estonia que hablaba de la libertad de conciencia, de la cultura, del comercio y advertía sobre la tentación de Rusia de convertirse en un primus inter pares frente a las otras naciones de Europa, señaló que la tentación imperial merodeaba. Putin, salió del salón.
Noviembre del 2024 la nación más poderosa elige -con amplio margen- a un líder autoritario, perseguidor de las minorías, que no cree en la ciencia, o la empatía. En México el régimen amputa a la SCJN materias centrales de su razón de ser y aplasta a las minorías.
Dejémonos de enredos: el orden liberal está agonizando.