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Enrique Sada Sandoval

Alejandro Soriano Valles: el gran sorjuanista versus los falsos sorjuanistas

ENRIQUE SADA SANDOVAL

Una de nuestras más grandes figuras históricas, pese haber sido relegada y devaluada desde el sexenio anterior de los billetes de 200 pesos a los de 100, para darle ese espacio a dos falsos héroes del oficialismo, lo es sin duda Sor Juana Inés de la Cruz.

Irónicamente, pese a ser la más grande de nuestras figuras históricas femeninas, nuestra "Fénix Americana" como heroína sigue siendo quizá la más incomprendida y desconocida de entre nuestros próceres, sobre todo debido al terrible deslave al que con dolo ha sido sometida-ante la imposibilidad de poder defenderse después de muerta-desde que Octavio Paz, con dolo misógino y antihistórico, la sobajara a una caricatura gobiernista a modo desde que publicara Sor Juana o las trampas de la Fe.

Sin embargo, ante los desfiguros de ciertas ideologías extranjeras de moda tanto como los de cierta superchería política, alentadas incluso por cierta familia poderosa e inescrupulosa que ha pretendido apropiarse, con terrible desatino, del nombre y la gloria de la "Décima Musa", existe un académico de cepa y especialista auténtico en nuestro país como Alejandro Soriano Valles.

Tras varias décadas y obras especializadas en el auténtico rescate de esta gran mujer, el autor de Doncella del Verbo ha venido a sorprendernos este mismo año con el lanzamiento de su última gran obra titulada Al amor de Sor Juana.

Acompañado por su esposa, el Dr. Soriano Valles presentó esta nueva obra en compañía de otros académicos como el Dr. Jorge Traslosheros Hernández y Manuel Ramos Medina, subrayando con nuevos elementos y aportaciones lo que ha venido ofreciendo tanto al lector más avezado como al ciudadano común, que es nada menos que la imagen más completa y veraz que puede haber respecto a nuestra matriarca poeta por excelencia a partir de pruebas, discusión académica y presentación de nuevas evidencias que tiran por tierra cualquier tipo de elucubración fantasiosa.

Respecto a ello, refiere el autor que existe-y persiste, en efecto-una imagen descafeinada o versión dolosamente laicista y antirreligiosa sobre la vida y obra de Sor Juana según la cual habría tomado los hábitos como monja jerónima para recluirse en un convento sin más finalidad que escribir en libertad, siendo esta la única opción que le quedaba ante su negativa a casarse, lo cual es falso a todas luces.

Como refiere nuestro gran sorjanista, según esta versión popularizada, la gran musa careció de la auténtica motivación que lleva a las mujeres al convento, de modo que su ingreso en él habría sido una especie de "mal menor". Sin embargo, esta versión que es más bien un discurso padece el defecto de no tomar en cuenta las explícitas declaraciones de la propia Sor Juana referentes a su vocación religiosa, ya que hasta en su Autobiografía ella misma menciona claramente que hacerse monja-según sus propias palabras-era: "…lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir en materia de la seguridad que deseaba de mi salvación, a cuyo primer respeto (como a fin más importante) cedieron y sujetaron la cerviz todas las impertinencillas de mi genio".

Con lo anterior se nota como ella misma dice, su salvación era el fin más importante, y que todo lo demás -cómo escribir- dependía de ello.

Incluso en su Testamento, hecho al momento de profesar según era costumbre, ella misma enfatiza: "siempre he sido inclinada al estado de religiosa", por lo que pretender despojarla de su fervor religioso tanto como demeritar su auténtica vocación monástica constituye un atentado contra la verdad y contra de su persona, puesto que la desfigura.

Otro atentado no menos común la presenta como una figura perseguida por la Iglesia cuando por el contrario, sobran testimonios y escritos de la época donde la institución eclesial se honra públicamente y en lo privado de contar con las luces superiores de aquella a la que consideran no solo como una gran mujer sino también como figura contemporánea sin par y como una de las suyas con orgullo, al grado de encomendarle composiciones líricas y hasta villancicos con buena paga de por medio, como hizo con el gran arco que se le mandó erigir al Virrey de la Laguna por encargo del Arzobispo de México.

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