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Anne Boyer, la voz poética ante el cáncer de mama

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Anne Boyer, la voz poética ante el cáncer de mama

SAUL RODRÍGUEZ

La poeta sonríe. Anne Boyer (Topeka, 1973) tiene el micrófono y las manos recargadas sobre sus rodillas. La presentadora María de Alva Levy lee un texto en inglés. Pasan de las 19:00 horas. Hay un público mayormente joven poblando el Auditorio C de la Feria Internacional del Libro Monterrey (FIL Monterrey), efectuada en las instalaciones de Cintermex.

Anne escucha a María, quien habla de su trayectoria y la enfermedad que le orilló a escribir ‘Desmorir. Una reflexión sobre la enfermedad en un mundo capitalista’, libro que en 2020 le hizo ganar el Premio Pulitzer en la categoría de No Ficción y que ha sido publicado en español gracias a la editorial Sexto Piso, con la traducción de Patricia Gonzalo de Jesús.

Había pasado una semana de su cumpleaños número 41, cuando a Anne Boyer se le detectó cáncer de mama: un tumor maligno de 3.8 centímetros en su pecho izquierdo que nunca se tomó la molestia de anunciarse a sus sentidos. La noticia fue como un verso mal escrito: arrítmica, agresiva, estacionada en ese oráculo que lo ha capitalizado todo, incluso la salud.

¿Es el dolor el único lenguaje que le queda al cuerpo cuando se torna vulnerable? Si es así, ¿dónde habita?, ¿en el caótico ruido o en el silencio de la enfermedad?

“Este es un tratado sobre el dolor hecho de notas y comienzos: un monumento de sensaciones efímeras de una literatura efemeralista”, escribe al poeta en su libro.

Desmorir es un texto que debió haberse escrito hace tiempo. Lleva el legado de escritoras como Susan Sontag, Rachel Carson, Audre Lorde, Kathy Acker, Charlotte Perkins Gilman, quienes también padecieron cáncer de mama y se atrevieron a escribir al respecto.

En el purgatorio del nosocomio, son las duras manos de la ciencia quien sostienen ahora la vida. La persona siente la necesidad de estar en una búsqueda constante, de encontrar un lenguaje con el cual hablar de su sufrimiento. Sin saberlo llama a Asclepio, el dios griego que atendía a los enfermos en la antigüedad. Hoy los hospitales son recintos de dioses que se han olvidado y las estadísticas, según Boyer, esconden cierto misticismo.

Ante la incertidumbre de lo que pueda pasar, la información se convierte en río desbordado. Tras ser diagnosticados, los pacientes se ahogan en los datos que les muestra la pantalla del teléfono. Un golpe en seco. Se tiene la agonizante esperanza de que la solución se encuentra a un clic de distancia. Hay que saberlo todo, de la enfermedad hay que saberlo todo, aunque al final se deseará no haber sabido nada.

En su libro, Anne Boyer, también exeditora de poesía en The New York Times, ensaya sobre su propia experiencia: se muestra en el hospital ante el tratamiento de la quimioterapia, recibiendo de sus conocidos libros sobre el cáncer que no ha pedido, cuestiona cómo el capitalismo ha abordado el tema de la enfermedad, habla de los cuerpos de las mujeres y cómo un discurso histórico ha querido apropiarse de ellos.

El cáncer también se ha convertido en un terror económico, manifiesta Boyer durante la charla en Monterrey. Por lo menos en Estados Unidos, describe, la gente entra en bancarrota y el dinero se convierte en un juez con la facultad de decidir entre la vida y la muerte. Así que también habla de sus amigas, quienes libremente han decidido no tomar la quimioterapia y pasar sus últimos días sin el sufrimiento que implica el tratamiento.

Quince minutos para las ocho de la noche. La ronda de preguntas que anuncia el cierre de la presentación. El micrófono que pasea entre el público. El cariño que en palabras se muestra a la autora estadounidense. Los ejemplares de ‘Desmorir’ que se asoman entre las sillas. El reportero foráneo que levanta la mano.

¿Es el dolor el único lenguaje que le queda al cuerpo cuando se torna vulnerable? Si es así, ¿dónde habita?, ¿en el caótico ruido o en el silencio de la enfermedad?

Es una pregunta muy importante, porque cuando leí a los filósofos decían que no podíamos hablar de dolor o compartirlo, y esto para mí parecía absurdo, porque es algo muy fácil de observar. Incluso mi perro sabe cuando estoy en dolor, y definitivamente sé cuando otra persona lo está. El aspecto de dolor en la cara de alguien, el sufrimiento físico e incluso el sufrimiento emocional, es lo más fuerte del mundo. Entonces pensé, ¿por qué los filósofos dirían que no podemos compartir esto? Así que me volví a los poetas, como Emily Dickinson, la gran poeta del dolor, y me di cuenta de que la tarea del lenguaje del dolor es la tarea de la poesía. Es decir, es una forma de arte que supongo que ha emergido en la humanidad debido al terrible hecho de que nuestros cuerpos son sensibles, de que compartimos el dolor. Esta es la certeza que todos enfrentamos en nuestros cuerpos vulnerables. También pienso que todavía no tenemos suficientes palabras para él, es decir, todavía es la tarea del arte, todavía es la tarea de la poesía, todavía no está completa, y una de las cosas sobre la desigualdad en la sociedad es que al dolor de algunas personas se le da más valor que al dolor de otras, y así el dolor también se convierte en un problema político. Es decir, se vuelve fundamental en el arte, pero también se vuelve fundamental en el modo en que organizamos nuestro mundo socialmente.

De acuerdo a cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2022 se diagnosticaron 2.3 millones de casos de cáncer de mama en todo el mundo. En México es la primera causa de muerte entre mujeres mayores de 25 años. Será el próximo 19 de octubre cuando se conmemore el Día Internacional Contra el Cáncer de Mama.

 FIL Monterrey
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