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Aquí llegó tu tiburón

Jorge Ramos

Me esperaba cualquier cosa de un concierto de Bad Bunny. Pero no que fuera una (muy divertida) clase de filosofía. Uno de los artistas más escuchados del mundo -sus canciones y videos por "streaming" se miden en miles de millones de vistas- sigue haciendo un gran esfuerzo para mantener los pies en la tierra. Y lo logra.

Desde el comienzo. En lugar de invitar a uno de sus amigos reguetoneros a abrir el espectáculo, Benito Antonio Martínez Ocasio le cedió el espacio a una orquesta sinfónica. Fueron alrededor de 10 minutos de paz antes de la tormenta. Era la primera señal de que no se trataba de un concierto más.

Lo había visto anteriormente en el estadio Azteca de la Ciudad de México ante 80 mil espectadores - durante su World's Hottest Tour - y me impactó su control del escenario y, sobre todo, de los silencios. Sí, al autor de "No Me Quiero Casar", "Neverita", "Baticano", "Cybertruck", "Moscow Mule" y "Perro Negro", le gusta parar entre canción y canción para absorber todo lo que hay a su alrededor. Pueden ser pausas de varios minutos en los que no pasa nada en el escenario. A veces todo el estadio o la sala de conciertos se va a negro. Es un apagón (como dice el título de otra canción referida a Puerto Rico, donde acaba de terminar su gira).

Eso mismo hizo en Miami. Benito abrió el concierto con "Nadie Sabe" y luego, ante los gritos frenéticos de sus fanáticos, se paró al frente de uno de los dos escenarios - llamados Nadie y Sabe - y se puso a respirar profundamente. (Inhala. Cierra los ojos. Aguanta la respiración. Y exhala con un sonido gutural. Los yoguis le llaman respiración "ujjayi".) Un poco más tarde, con el corazón más reposado, el artista de 30 años canta "Me Pongo Bonito" y tú sabes que la meditación ha terminado.

Corre, brinca y se escabulle entre los bailarines. Y mientras interpreta "Monaco" (sin acento), pone el ritmo cardíaco a mil. A veces el Centro Kaseya en Miami parecía que estaba a punto de reventar, sobre todo cuando los asistentes bailaban y pegaban con los pies en las estradas de metal.

Y, de pronto, vuelve a parar.

Totalmente.

Se esconde en una manta negra con adornos plateados que le cubre la cabeza completa. Y nadie sabe lo que pasa ahí dentro. Quizás hace otros ejercicios de respiración o se pone a meditar. O sencillamente es un ser humano cansado, expuesto a presiones incalculables - ¿se imaginan lo que es cantarles a decenas de miles de personas y que no te pierden la vista por dos horas? - y que necesita un respiro.

En la segunda mitad del concierto, esta superestrella que alguna vez trabajó como empacador en un supermercado de Puerto Rico, cambia la manta negra por una toalla blanca. Y prácticamente no se la quita de la cabeza por el resto del concierto. A veces se seca el sudor de la cabeza casi rapada y la barba bien cortada. Otras, se sube y baja los lentes, y se acomoda la gorra de beisbol. Y cuando lo necesita, se cubre la cara con la toalla y se vuelve a perder en sus elucubraciones, mientras el público espera, paciente, a que vuelva a cantar.

Como parte del espectáculo, Bad Bunny se sube a una larga barra metálica que le da una vuelta de 360 grados al escenario. Ahí, sin prisa, va apuntando y saludando a los distintos sectores del estadio. Va diciendo "gracias", "gracias", "gracias, Miami". Junta las dos manos, como si fuera a rezar, o cierra un puño y se lo lleva al corazón en señal de agradecimiento. Y se lo crees porque hasta hace relativamente poco nadie sabía de él. Vuelve a parar. De nuevo, se cubre la cara con la toalla, se agarra de uno de los tubos de la barra y se queda inmóvil, como si algo le hubiera pasado. Un minuto después, revive.

Lo que menos me esperaba de un concierto de música urbana era una reflexión sobre cómo aguantar las críticas, el "bullying" y las expectativas de los otros en tu vida. "Hablan mucho de mí", se quejó. Pero responde en sus canciones diciendo: "Pa'l carajo los que me critiquen" o "que me odie el que me odie, que me quiera el que me quiera".

Benito detiene la música y, como si estuviera en el confesionario, o tomándose unas cervezas bien frías con sus mejores amigos en la playita del Condado, se pone a decir que lo importante en la vida no es lo que otros digan de ti - bueno o malo - sino cómo te sientes interiormente. Y la gente le aplaude porque ¿quién no ha sido acosado, criticado o empujado a hacer algo que no quiere?

Este lado filosófico de Bad Bunny contrasta con ese deseo constante de "pasarla bien" - el equivalente en español al "to have fun" - y con las letras de sus canciones que, sin morbo ni pena, dicen exactamente lo que piensa.

Benito sabe leer a su audiencia. Los ve. Y cuando digo ver me refiero a que conecta sus ojos con los de varios de los asistentes al concierto. Tuve la suerte de sentarme cerca del escenario y su mirada no era difusa. Apuntaba directamente. Mirada de rifle. Ojos frente a ojos. Así, con esa conexión, si necesitaba más gritos de la gente los conseguía y si quería que corearan sus canciones, bastaba con pedirlo. Benito dominaba.

Es un "showman". Entró a caballo para cantar "Teléfono Nuevo" con una máscara de alienígena. Y para acallar a quienes lo critican por no pronunciar correctamente cada sílaba y balbucear partes de sus canciones, se sentó en la cola de un piano negro - a la Frank Sinatra - e interpretó sin más instrumentos algunas de sus melodías más conocidas: "Calla'ita", "La Canción", "Amorfoda" y "Otra Noche en Miami".

Sí, Bad Bunny canta como se le pega la gana y si canta así es porque así quiere. Es, ya, un estilo. Pero, más importante, es una forma de ser.

Sus canciones son lo más cercano que tenemos a lo que realmente piensan los jóvenes. No es el "No sé tú" de Armando Manzanero ni el "Sigo siendo el rey" de José Alfredo Jiménez. Es, en cambio, el "aquí to's fornican, la mesera y el que predica" y el ser "real" de una generación cansada de eufemismos, de verdades a medias y que se entera de todo por la internet antes de conversarlo con sus papás.

Volteé a mi alrededor y yo era el único con canas. Pero me sentía lleno de vida. Yo estaba agradecido de ver a un gran artista en un gran momento, y de acompañar a Carlota, la hija de mi pareja, y a sus tres amigos - todos de 14 años.

Bad Bunny acababa de cantar "Safaera" y yo traía la canción - "Mami ¿que tú quieres? Aquí llegó tu tiburón" - dándome vueltas entre las orejas. Mientras, algunos asistentes todavía llevaban puestas unas aletas de tiburón sobre la cabeza. Luego vino "Where She Goes", vi a mi alrededor, y todos la estábamos pasando bien.

Misión cumplida.

La clase había terminado.

Gracias, maestro.

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Escrito en: junta federal

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