San Isidro es conocido como el centro piñatero de La Laguna
San Isidro es una colonia periférica de Lerdo que vista desde un mapa tiene la forma de un pulmón derecho. Es una zona populosa ubicada a dos kilómetros del centro de la ciudad que, según mi percepción, parece ser abrazada por un gran cerro.
Hasta ahí llego. Antes, me entero, porque Jorge Vargas, cronista adjunto del municipio, me lo dice por teléfono, que, hacia 1811 fue estancia de Miguel Hidalgo y en 1864 paso de Benito Juárez.
También me informa que, el antes conocido como Rancho de San Isidro Labrador, fundado en 1794, se considera el origen de la conocida como Ciudad Jardín. Lo cierto es que tuvieron que pasar al menos 140 años para que San Isidro se convirtiera en colonia.
“Nosotros la llamamos la primera colonia de La Laguna de la Zona Metropolitana”, enfatizó Jorge Vargas.
Estoy ahí, recorriendo sus calles anchas, porque busco, y se lo pronuncio al cronista adjunto, la historia de la fabricación de sus piñatas. Supe de ellas porque hace días las vi adornando algunas de sus arterias. Por ejemplo, por la calle Nicandro Valenzuela observé que algunas casas funcionan como pequeñas fábricas de este elemento arraigado a la cultura mexicana.
Su hechura doméstica llamó mi atención, porque en un recorrido que hice por la colonia, que, según un escrito del cronista oficial de municipio José Jesús Vargas, fue construida poco a poco por sus propios habitantes, detecté no una, ni dos, sino al menos 20 familias que se dedican a labrar esta artesanía.
La escena me pareció un acto de resistencia, ante, por ejemplo, los grandes negocios que se ubican más hacia la zona centro.
José Jesús Vargas escribió en una crónica publicada en este mismo diario, que, en los años 50, San Isidro no contaba con fuentes de trabajo: “sus habitantes salían a trabajar como peones agrícolas o jornaleros, otros se dedicaban a pitear, es decir, se iban a los cerros, para cortar las hojas de una planta llamada lechuguilla”.
Ya en los años 70, escribe el cronista, las mujeres y sus familias se enseñaron a elaborar las tradicionales piñatas, muchas de ellas, atestigua, actualmente, aún se dedican a cincelar esta artesanía.
Y por eso estoy ahí, en San Isidro, buscando el rastro de las familias piñateras…
EL PERIÓDICO PARA LOS PIÑATEROS
Jorge Vargas me narra que, antes, San Isidro lucía desértico, fue junto con la construcción del Cementerio Municipal que se ubica en sus entrañas, que comenzó a poblarse tanto de casas como de comercios.
Hoy, su crecimiento es evidente, cuenta con farmacias, ferreterías, marmolerías, tortillerías, supermercados y, como ya se escribió, varias familias de la zona ejercen uno de los oficios más antiguos: la elaboración de piñatas.
Durante la llamada, al cronista adjunto se le cuela un recuerdo de su infancia. Cuando era niño, en los años 80, junto con otros amigos juntaba el papel periódico para después, ayudados por un carrito de mulas, transportarlo a la zona piñatera de San Isidro. “Pedíamos el periódico a los vecinos y lo vendíamos allá en San Isidro. Juntábamos hasta 200 o 500 kilos para llevarlos a los piñateros”.
Del tema de las piñatas, me dice Jorge Vargas, no tiene más registros, pero me pasa el dato de otra persona que, quizá, puede brindarme más información de estos artesanos que busco y que fabrican desde hace tiempo, como manera de sustento, este colorido objeto.
DE HACER PIÑATAS A PRESERVAR EL OFICIO
Martha Rosales Reyes, promotora cultural de la Unidad de Culturas Populares de Durango levanta la bocina, dice que sí, que algo me puede aportar sobre los piñateros de San Isidro, incluso, me expresa, puede llevarme con algunos.
“A las tres en mi casa”, indica.
Llegando la hora, sigo el mapa. Curiosamente este me lleva a la zona piñatera, muy cerca de la calle en la que observé, por primera vez, el auge de piñatas coloridas colgadas de árboles y de ventanas de casas.
Pronto me entero que Martha Rosales conoce bien el ADN de la piñata de San Isidro, porque aparte de ser vecina de las familias que las elaboran, sus manos de niña las intervinieron durante un tiempo al fungir como ayudante de algunas artesanas de la colonia. Así, recuerda con cariño su infancia, cuando aprendió a hacer piñatas con la señora Guillermina González, una vecina que le enseñó a armar figuras como los monos y las canastas.
“Yo llegué a vivir aquí desde los 8 años, ahorita tengo 53 años, y de niña fui piñatera, duré varios años vistiendo piñatas. La canasta, por ejemplo, sí la sé hacer desde el proceso del alambre, y también la figura del mono, que es la misma que se usa para hacer cualquier personaje. Todavía me acuerdo, si me das las piezas te la hago, pero digo... mejor la compro”, carcajea.
Me platica que la elaboración de piñatas es un oficio muy antiguo que aún se realiza en la Comarca Lagunera. Francisco I. Madero, pronuncia, también es otro punto donde se fabrican, pero la colonia San Isidro de Lerdo, expresa, es, sin duda: el centro piñatero de La Laguna.
“Platicando con algunas de las personas que practican este oficio aquí en la colonia San Isidro, me entero que hay más de 20 familias que viven sólo de este comercio y que se trata de un conocimiento que han heredado de sus ancestros, de sus papás o de sus abuelos, o hasta de sus bisabuelos”.
Fueron personas arribadas de Durango y de Zacatecas las que llegaron cargadas con ese conocimiento, que, enfatiza Rosales Reyes, ya lleva cuatro o cinco generaciones de permanencia.
Por otro lado, la promotora cultural, comparte con una mirada nostálgica, sobre cómo la elaboración de piñatas se ha transformado con el paso del tiempo.
"Recuerdo que hace más de 50 años, las piñatas se elaboraban con materiales muy distintos a los actuales. Usaban jarillas, papel periódico y alambre recocido, como el que se emplea en las pacas de ganado. Con estos materiales, se armaban las piñatas utilizando engrudo hecho con harina hervida, un pegamento fuerte y resistente. Sin embargo, con el tiempo, estos elementos han evolucionado debido, entre otras cosas, a la economía y la escasez de ciertos materiales”, explicó Rosales.
Hoy en día, el papel periódico, que antes era abundante, ha sido reemplazado por el cartón debido a la disminución de su consumo producto de los medios digitales. El alambre ha sido sustituido por hilo, y la jarilla, que solía abundar cerca de los canales de las acequias, ha cedido su lugar al carrizo o incluso a materiales más comerciales como los popotes. Pero a pesar de estas modificaciones, Martha asegura a este diario que la esencia de la piñata tradicional de San Isidro sigue intacta.
Entre las piñatas más representativas se ubican la estrella de siete picos, el burro y la canasta hueca para llenarla de dulces. No obstante, indica, también han surgido piñatas más comerciales inspiradas en personajes o figuras de moda.
Mientras caminamos, me platica que "el auge de su venta comienza a finales de octubre, alcanza su pico en noviembre y diciembre, y disminuye en enero y febrero. Aunque se fabrican todo el año, es en esta temporada cuando la demanda crece significativamente".
Incluso, me entero que en el marco de las fiestas decembrinas, a la colonia arriban camiones para cargarse de piñatas para ser distribuidas en varios puntos y en grandes comercios de La Laguna.
Por todo lo anterior y más, la promotora cultural me suelta con orgullo que la Comarca Lagunera, y especialmente San Isidro, es reconocida como un importante centro piñatero.
Familias como los González, los Flores y los Martínez, que conoce bien Martha Rosales, han preservado esta tradición artesanal, convirtiéndola en su principal fuente de ingresos.
Y ahí, en su casa, cerca de donde venden las piñatas, Rosales hace un llamado a la sociedad a valorar y apoyar a los artesanos de esta zona: “Las piñatas que hacen en San Isidro nos brindan un sentido de identidad como laguneros”.
La tarde va cayendo en esa colonia que parece ser abrazada por un cerro y yo, junto con ella, me encamino para conocer la historia de algunas familias que con devoción se dedican a este ancestral oficio.
CUSTODIOS DE UNA TRADICIÓN ANCESTRAL
A la vuelta de la casa de Martha tocamos en una casa cuyo exterior está adornado por el color de las piñatas, al llamado sale una mujer, que, por pena, decide no ser parte de este de este escrito.
No caminamos mucho para encontrarnos con más casas que fungen como pequeñas fábricas piñateras.
Por ejemplo, el hogar de los Hernández Elizondo nos abre sus puertas y nos deja observar un poco del trabajo que realizan.
Angélica Elizondo ya tiene 22 años de experiencia en este negocio. El oficio, dice, viene desde la abuela de su esposo, una de las fundadoras de esta tradición.
"Hacer piñatas es algo muy bonito, porque al final le damos alegría a los niños", dice con una sonrisa. Pronto identifico que para ellos, hacer piñatas es más que un trabajo: "Nos dedicamos al cien por ciento a esto, involucrando a toda la familia, desde mis sobrinos hasta mis hijos”.
Además, observo que se trata de un negocio inclusivo, debido a que ofrecen trabajo a personas con discapacidad. Por ejemplo, Blanca Estela que no tiene una pierna, trabaja con ellos en esta temporada y se especializa en vestir las piñatas de estrella. "Me gusta mucho hacerlas, y ver el resultado final", me expresa Blanca tímidamente dentro de su espacio de trabajo donde se desprende un olor a engrudo y los colores llamativos del papel crepé se impactan en las pupilas.
En ese sentido, Angélica me explica que las piñatas de ahora se elaboran con una combinación de técnicas antiguas y modernas. Recuerda que su suegra picaba el papel con tijeras, pero ahora usan guillotinas para facilitar el proceso.
Por otro lado, informa que en época navideña las figuras del reno y el santa claus hasta la clásica canasta, son distribuidas a regiones como Juan Aldama, Zacatecas, Torreón, y Gómez Palacio.
"Aquí todos vendemos lo mismo, pero gracias a Dios, todos vendemos", comenta la mujer mientras rolas de Jeny Rivera se desprenden de una bocina.
Y sí, en San Isidro todos venden lo mismo. Justo enfrente de la casa de Angélica se encuentra el negocio de Irma, otra piñatera que cuenta con tres décadas de experiencia. Sus hijas trabajan con ella, convirtiéndose, quizá sin saber, en la próxima generación que habrá de cobijar el arte de la piñata.
“Yo armo las piñatas con periódico y alambre, mientras mis tres hijas las visten y les damos los últimos detalles". La eficiencia es clave: cada piñata puede tardar media hora, y al día llegan a producir hasta 30 piezas. Irma me expresa que disfruta de todo el proceso de crearlas, y más, si a la par escucha canciones de Los Tigres del Norte.
También me dice que lo de los camiones es cierto, y que en esta temporada comienzan a llegar para transportar sus piñatas y las de sus colegas a diferentes comercios para ser encontradas por los clientes y, luego, reventadas en las próximas posadas.
En otro punto de la colonia también conozco la historia de Miguel Ángel, quien aprendió el oficio de los abuelos de su esposa. Desde que él se casó siguió con la tradición y hasta la fecha ha sido su medio de sustento. Le gusta hacerlas, sabe que no cualquiera tiene la creatividad ni la habilidad para darles forma y mezclar los colores para que tengan un buen diseño.
"La piñata de San Isidro tiene su sello; se nota la diferencia en la calidad y los colores llamativos". Aunque el proceso es arduo, sobre todo en la búsqueda de materiales como el periódico y la preparación del engrudo, me dice, la pasión no se pierde. "Hacemos piñatas todo el año, no sólo las navideñas", todas, dijo, de alta calidad para que no se rompan a los primeros golpes.
Las piñatas de San Isidro son resistentes, y pienso, justo, así como ellos, que los observo como artesanos resistentes y en resistencia por mantener viva una tradición ancestral que aparte de brindar alegría en las fiestas, también es parte de la identidad cultural de la Comarca Lagunera.
Martha y yo vamos de vuelta, yo cargo una piñata pequeña. Ella continúa hablando del oficio que conoce bien desde niña, y que sin duda, pienso: es el color y el sello del lugar que ella misma habita.