La sorprendente victoria de Donald Trump el pasado día 5 cambió de un día para otro los escenarios en que se dará el futuro del desarrollo económico y social mundial. El rumbo en el que habrá de darse el futuro de nuestro país dependerá en mucho de que sigamos o no la línea histórica que nos llega de tiempos atrás, desde los modelos monárquicos que luego se transformaron en azarosos regímenes republicanos que proclamaban la libertad en todos los órdenes de la vida. No hay mucho que añadir al hecho de que las metas de tranquilidad y justicia social para las mayorías se han perdido para dar lugar a un estado actual de confusión que se manifiesta en prácticamente en todos los países del mundo.
La razón de lo anterior es que sólo las fuerzas del mercado se reconocen como las únicas que determinan la proporción en que participan los sectores de la producción, distribución y consumo de los bienes y servicios que genera la sociedad. Los conflictos inevitables entre intereses económicos y sociales profundamente opuestos en cuanto a sus metas dan como resultado violencias generalizadas en prácticamente todas las sociedades.
Lo que está en la mente de todos es encontrar nuevas formas para superar las trampas e inconsistencias del liberalismo neoclásico empresarial cuya abusiva aplicación de las reglas durante los últimos dos siglos llevó al desequilibrio que prevalece hoy en día. No se trata desestimar la validez de dichas reglas que explican el encuentro de la oferta y la demanda, sino encontrar la manera en que se combinen en un esquema de recíproco apoyo.
En la búsqueda de nuevas fórmulas de convivencia social, hay quienes propician gobiernos autoritarios que no consultan ni consensúan decisiones de políticas públicas, sino que se limitan a imponer sus criterios. La propuesta de obstaculizar el libre flujo de ideas y propuestas, no puede ser el fundamento de la nueva estructura socioeconómica para que sea justa.
Más aún, la problemática de desarrollo que se presenta en un escenario de crecimiento demográfico incontrolado es uno de los factores más difíciles de resolver, al lado de los efectos del cambio climático de calamidades universales que propicia la migración que se ha convertido en uno de los fenómenos más crueles que nos preocupará durante el resto del siglo.
El futuro no puede ser más lóbrego. Los incrementos arancelarios que entorpecen el intercambio de productos y que no hacen sino volver incalculablemente costoso el futuro económico y financiero de los próximos años. La producción y distribución de los artículos tiene que obedecer a nuevos parámetros que tomen en cuenta las verdaderas necesidades de cada habitante de la tierra.
El futuro no puede ser más retador ya que requiere sanar la incapacidad de los sistemas actuales para resolver la impunidad con que operan vastos sectores ilegales del comercio y finanzas internacionales. En estas condiciones se torna imposible la cooperación internacional. Lo anterior pide fórmulas novedosas de una "nueva economía" cuyas perspectivas no han de continuar siendo de inevitable pesimismo estadístico, sino de armonía de intereses humanísticos y comunes.
En este escenario la meta de los gobiernos debe ser la de emprender la transformación de las políticas públicas en principios que se apliquen con un sentido humanista atento a los intereses cotidianos de todos.
Es una singular coincidencia la inauguración de dos administraciones coincidentes en situaciones semejantes de previsión social impulsada por las mayorías electorales. Para nosotros no cabe duda de que se avizoran nuevas perspectivas alentadas en la unión de propósitos y alejadas definitivamente de acciones políticas que nos alejan y separan de soluciones sociales comunes.