Carbón rojo: una novela sobre Pasta de Conchos
El 14 de junio, el presidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, arrancaron una gira nacional en Coahuila, en concreto en el sitio en donde dieciocho años atrás se registró la muerte de 65 mineros tras un derrumbe en la mina de Pasta de Conchos. Apenas a inicios de este mes se rescataron restos humanos en una galería de la mina, a 146 metros de profundidad, donde laboraban 13 mineros en el momento del derrumbe. Que sólo hasta el presente sexenio se lograra el primer rescate de un cuerpo, a 18 años del accidente, habla del olvido en que históricamente se había mantenido a esa región.
Para nuestro estado, Coahuila, la minería es un tema sensible. Basta hacer memoria: en A ustedes les consta. Antología de la crónica en México, Carlos Monsiváis incluye un desgarrador trabajo de Mario Gill acerca de la huelga emprendida en 1950 por los mineros de Palaú, cerca de Nueva Rosita, cuyas condiciones de trabajo eran “las peores en todo el sistema”, pues trabajaban con métodos primitivos y sin garantías de seguridad. En la cobertura de aquellos hechos destaca otra crónica titulada “Marcha de hambre sobre el desierto y la nieve”, publicada en 1951 por José Revueltas, quien acompañó a una multitud de mineros descalzos, enfermos y hambrientos en una marcha entre Nueva Rosita y la Ciudad de México.
Este año, un nuevo trabajo se agrega a esa serie de testimonios de las duras condiciones en que trabajan nuestros mineros. Me refiero a Carbón rojo (Hachette, 2024), contundente novela de Mónica Castellanos que nos permite dimensionar la gravedad de lo ocurrido en Pasta de Conchos.
En el nivel de las anécdotas, Carbón rojo cuenta dos historias: la primera es protagonizada por un par de hermanas, Ada y Carmina Montemayor, quienes viven distanciadas por razones que los lectores vamos descubriendo poco a poco. De hecho, la novela comienza con la muerte de Ada, la única de las hermanas que tuvo descendencia y a quien le sobreviven sus nietos Violeta y Bernardo. Por su parte, Carmina vive sola, ajustando cuentas con el pasado. No tardamos en descubrir su cualidad más extraña: puede conversar con los muertos.
La otra historia es protagonizada por Bernardo, sobrino-nieto de Carmina, quien inicia una carrera como reportero en un diario norteño. En febrero de 2006, el joven recibe la encomienda de cubrir el derrumbe de la mina. Lo primero que Bernardo descubre es que las autoridades mienten: mientras el vocero de Los Pinos asegura que las condiciones de seguridad en la mina eran excelentes, uno de los sobrevivientes lo contradice, y asegura que dentro de la mina no se respetaban los protocolos de seguridad.
Así, en contrapunto con la íntima historia de Carmina y Ada, la novela cuenta en clave realista el drama vivido por las familias de los 65 mineros que perdieron la vida en Pasta de Conchos. Consignando nombres de personas y lugares reales, como los de Rubén Moreira, entonces gobernador de Coahuila, y Vicente Fox, presidente de México en el momento del derrumbe, Castellanos exhibe el desinterés que las autoridades de todos los niveles de gobierno mostraron frente al caso. ¿Cómo se explica que, apenas tres días después del accidente, las labores de rescate fueran suspendidas?
En el plano formal, Carbón rojo destaca por la habilidad con que su autora utiliza las herramientas narrativas. Sobresale la configuración de los personajes, quienes actúan en binomios complementarios: muestra de ello es el poderoso contrapunto entre Carmina, anciana con potencias metafísicas, y su sobrino-nieto Bernardo, periodista anclado al imperio de lo comprobable. La entrañable indagación del pasado familiar y regional que emprenden ambos puede ser vista como un símbolo de aquello que con frecuencia caracteriza a las mejores novelas: se trata de historias investigadas con rigor y al mismo tiempo contadas con creatividad y sensibilidad. Carbón rojo es una magnífica obra que debe ser leída sin demora.