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Cargando el campo de trabajos forzados

Las muertes por exceso de trabajo se han multiplicado. La palabra japonesa karoshi es ya el término usado y entendido por todos para referirse a esas defunciones por sobreexplotación.

Cargando el campo de trabajos forzados

Cargando el campo de trabajos forzados

ANTONIO ÁLVAREZ MESTA

Algunos ingenuos suponen que la explotación laboral es cosa del pasado o que los abusos y excesos que se dan en perjuicio de los trabajadores están en franca e inexorable extinción. 

Nada más lejos de la verdad. Aunque es cierto que las leyes de la mayoría de las naciones declaran enfáticamente los derechos que ha de tener todo empleado, es un hecho que a menudo tales derechos son letra muerta. 

Multimillonarios como Jack Ma, propietario del emporio Alibabá, y Richard Liu, presidente de la corporación JD, demandan que todos sus empleados se sometan a cargas laborales de 72 horas a la semana. A su juicio, hay que trabajar jornadas de 9:00 a.m. a 9:00 p.m. seis días a la semana. Les importa poco que tal sistema provoque severos problemas físicos y mentales a los trabajadores. Al fin y al cabo son sustituibles. Su fatiga extrema, sus agudos dolores y graves trastornos, el descuido atroz de la vida personal y familiar son efectos colaterales. Para empresarios como Ma y Liu los recursos humanos son sólo un medio para su lucro. 

Con esa mentalidad, las muertes por exceso de trabajo se han multiplicado. La palabra japonesa karoshi es ya el término usado y entendido por todos para referirse a esas defunciones por sobreexplotación. 

En el mundo abundan los ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares causados por estrés y mala alimentación. Un ejemplo: casi 800 asalariados mueren anualmente por exceso laboral en Suecia, y todo apunta a que esa cifra seguirá aumentando. Además, la excesiva tensión provoca que muchos trabajadores se suiciden. Las tasas de quienes se quitan la vida están al alza. 

Vivimos tiempos de frenesí consumista y de competencia exacerbada. En aras de dominar mercados, pareciera que todo es válido, hasta socavar la vida de las personas. 

Claro está que a los empleados de países pobres se les carga más la mano. Sus gobiernos se hacen de la vista gorda frente al trato injusto y la paga ínfima que las empresas transnacionales dan a sus obreros. En algunas naciones, el sueldo real es de 130 dólares al mes cuando en Estados Unidos la paga mínima es de 7.25 dólares por hora. Y las condiciones de los centros de trabajo son sin duda deplorables. Hacinamiento, espacios lóbregos, temperaturas nada gratas, ruido inclemente, malos tratos y humillaciones son constantes. La seguridad social es nula. Las indemnizaciones por muerte siempre son mínimas. La Organización Internacional del Trabajo reporta incluso agresiones físicas. En países como Bangladesh, los supervisores golpean impunemente a los empleados. Todo es válido con tal de cumplir a tiempo con las cuotas de producción. Y se hace en nombre del progreso. 

Sin embargo, los malos tratos se dan asimismo en naciones desarrolladas como Corea del Sur. Gritos, amenazas, golpes, insultos son tan frecuentes en ese país asiático que ya tiene un nombre para ello: gapjil. Esa palabra podría ser traducida como “facultad del poderoso”. Por su parte, en la República Popular China los castigos infamantes a los empleados que no cumplen con lo exigido son recurrentes, por ejemplo, el ser retratado y boletinado con letreros de holgazán y parásito, el obligar a los varones a caminar de rodillas con ropa interior femenina y a comer y beber cosas nauseabundas. Y quienes no acepten esos “justos” castigos serán despedidos. 

El filósofo Byung-Chul Han escribió que en la época actual el sistema capitalista se ha tornado tan eficiente que ha logrado que la mayoría de la población se entregue a la autoexplotación. En su libro La sociedad del cansancio escribió: “En esta sociedad cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados. Y lo particular de este último consiste en que allí se es prisionero y celador, víctima y verdugo, a la vez. Así, uno se explota a sí mismo”. 

El autosacrificio y la abnegación, el soportarlo todo, la sumisión completa e incondicional a la empresa y al sistema, se presentan como valores supremos. Quienes no asuman esos valores como prioritarios son traidores a la patria y a la raza humana, gente enferma y despreciable. La sentencia es irrevocable: son culpables y merecen la peor de las condenas. La explotación externa está siendo reforzada por la más despiadada autoexplotación. Los capataces pueden ser duros, pero no hay supervisor más inclemente que uno mismo. Chul Han tiene razón: traemos ya el campo de trabajos forzados a cuestas.

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Escrito en: Antonio Álvarez Byung-Chul Han explotación laboral autoexplotación karoshi gapjil

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