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China, ¿para quién es un problema?

ARTURO GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Desde Estados Unidos y Canadá existe la percepción de que China hoy es un problema, y que lo es principalmente de México. Pongamos algunas cosas en claro. Creo necesario revisar varios hitos en la historia entre el gigante asiático y el trío norteamericano para comprender la esencia de eso que llaman "problema China". Las relaciones entre el gigante de Asia y los países de América del Norte se remontan a la década de los 70. Un paso determinante para dicho acercamiento fue la Resolución 2758 de las Naciones Unidas que reconoció a la República Popular como única representante de China en la organización en perjuicio de Taiwán.

Tras dos décadas de distanciamiento, en febrero de 1972 el entonces presidente estadounidense Richard Nixon visitó Pekín, en donde lo recibió Mao Tse-Tung, a la sazón presidente del Partido Comunista de China y líder supremo de la república popular. El encuentro formó parte de una gran jugada geopolítica. Washington quería aprovechar la ruptura de 1969 entre China y la Unión Soviética para dividir y debilitar al bloque comunista. Pekín, por su parte, quería romper su aislamiento y avanzar en el reconocimiento internacional frente al régimen nacionalista radicado en Taiwán. A la postre, el movimiento rindió frutos a ambos: la URSS se hundió gradualmente hasta el colapso y la China comunista aumentó su reconocimiento en el mundo.

El mismo mes de la visita de Nixon, México y la China comunista establecieron relaciones diplomáticas. En 1973, el entonces presidente Luis Echeverría siguió los pasos de Nixon y visitó Pekín, en donde se reunió también con Mao. Ese mismo año, el entonces primer ministro de Canadá, Pierre Trudeau y, por cierto, padre del actual premier, Justin, viajó también a China para fortalecer los lazos que habían comenzado a construirse en 1970. Visto a la distancia, la diplomacia norteamericana estaba alineada con el mismo objetivo: acercarse al país más poblado del planeta en medio de una Guerra Fría que dividía al mundo. El acercamiento fue muy bien aprovechado por China, pero también por América del Norte, principalmente Estados Unidos y Canadá.

En 1978 ocurrieron dos hitos sin los cuales es imposible entender la situación actual de China en el mundo. El 15 de diciembre de ese año los gobiernos de China y Estados Unidos acordaron establecer relaciones diplomáticas plenas y formales a partir del 1 de enero de 1979. Tres días después del anuncio, el 18 de diciembre, Deng Xiaoping, a la sazón líder supremo de China, inició con las reformas económicas para transformar la economía cerrada y planificada de su país en una economía socialista de mercado más abierta. Fue el inicio del despegue industrial y comercial del gigante asiático. Despegue que no hubiera sido posible sin las reformas, pero tampoco sin el acercamiento a Estados Unidos.

Poco a poco los capitales internacionales comenzaron a fluir a China, mientras los productos "made in China" empezaban a llegar al mercado global. Primero copias y baratijas, luego artículos más sofisticados. Para la década de los 90 las grandes capacidades de la industria china eran un hecho y se hablaba ya del gigante de Asia como la potencia del siglo XXI. El ascenso del estado asiático ocurre a la par de la creación del consenso neoliberal impulsado por Estados Unidos y Reino Unido. El objetivo de ambos países occidentales era superar la crisis y el estancamiento de los años 70 a través del fomento de la mayor rentabilidad para sus inversiones. Y no había un sitio más rentable que China, gracias a sus bajísimos costos productivos y al férreo control que el Partido Comunista ejercía sobre la población y la mano de obra.

La consolidación del proceso de apertura se dio en diciembre de 2001, cuando el gigante asiático fue admitido en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Al no ser una economía plena de libre mercado, China no cumplía los requisitos para unirse. No obstante, Estados Unidos impulsó su incorporación por los grandes beneficios que aportaría al capital, entre ellos, una mayor apertura del enorme mercado laboral chino a las inversiones occidentales. Y el flujo de inversión y la llegada de empresas a China se dieron incluso pasando por alto la falta de libertades, lo cual demuestra que cuando hay posibilidad de pingües ganancias, el gran capital puede reprimir sin problemas sus escrúpulos democráticos.

El acercamiento de América del Norte, principalmente Estados Unidos, inyectó gasolina a la reforma económica china. La reforma catapultó la economía china y la volvió atractiva a los ojos del gran capital. El ingreso de China en la OMC consolidó su ascenso a la cúspide de la economía global al convertirse en la gran fábrica del mundo, a costa de la desindustrialización de las principales potencias de Occidente. Esta última es una de las causas centrales de la guerra comercial, aunque no la única. Desde Estados Unidos y Canadá se critica a México por su relación de comercio e inversión con China. Pero, por mucho, no es México el mayor socio de la potencia asiática.

En 2023, con todo y guerra comercial, Estados Unidos importó desde China bienes de consumo por un valor de 427 mil 200 millones de dólares (mdd). En el mismo año, México importó desde China bienes de consumo por un valor de 113 mil 650 mdd, una cuarta parte de las importaciones chinas de Estados Unidos. También en 2023 Canadá importó desde China productos por un valor de 89 mil 210 mdd, es decir, apenas 21 % menos que las importaciones chinas que recibió México. ¿Qué le compran "los tres amigos" de América del Norte a China? Principalmente teléfonos, computadoras, vehículos y/o autopartes, maquinaria y/o piezas y artefactos de iluminación. O sea, aquello que es mucho más caro producir en Norteamérica.

Pero China no sólo es importante como proveedor, también lo es como inversor. Y, nuevamente, no es México el primer receptor de esa inversión en América del Norte. Estados Unidos recibió el año pasado 6,910 mdd de inversión extranjera directa, mientras que México recibió apenas 1,080 mdd, es decir, una sexta parte. Si observamos los principales destinos de fusiones y adquisiciones chinas en el extranjero, Canadá y Estados Unidos aparecen como primero y segundo lugar con 5,700 mdd y 4,200 mdd, respectivamente. México ni siquiera figura en el top 10.

Es cierto que América del Norte debe hacer frente común para fortalecer su economía de cara al crecimiento de Asia Pacífico. También es cierto que México debe establecer un plan para sustituir importaciones y, de hecho, ya lo tiene. Cierto es además que México debe establecer mayores controles a la inversión china que muchas veces no llega por los canales formales. Pero es igual de cierto que si China es un problema, lo es antes para Estados Unidos y Canadá que para México por la relación de comercio e inversión que esos países tienen con el gigante de Asia.

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