Todos los integrantes de Cortes Supremas y/o constitucionales, en todos los países democráticos, hacen política. La realizan entre ellos, ante los otros poderes, y frente a la opinión pública y publicada. A nadie debe extrañar que nuestros ministros -los de la 4T y los ocho salientes- actúen así. Es normal, y sano.
Obviamente, como todos, en ocasiones aciertan en sus acciones políticas, y a veces no. Es el caso de Norma Piña, en sus roces con López Obrador, y de Juan Luis González Alcántara, con su ponencia sobre la invalidez, por anticonstitucional, de la reforma del poder judicial. El ministro entregó su ponencia sobre la constitucionalidad de dicha reforma, e incluye entre muchas otras cosas -y 366 páginas- dos consideraciones claramente políticas, aunque descansan sobre sólidas bases jurídicas. La primera es la invalidez de la elección por el sufragio universal de jueces y magistrados; la segunda acepta la elección de ministros de la Suprema Corte.
Detecto tres posibles explicaciones de esta aparente contradicción, o incongruencia. La primera, muy verosímil, se basaría en un hecho político: el denominador común más elevado que encontró González Alcántara entre sus siete colegas opuestos a la reforma en su conjunto fue justamente esta decisión salomónica, es decir partir al bebé, pero ya no a la mitad sino al estilo narco, la cabeza de un lado, todo lo demás del otro. Porque si bien la reforma contiene una infinidad de aberraciones, la más grave, a mi juicio, radica en la elección de la Corte. Pero se entiende: si solo así se aseguraban los ocho votos necesarios, ni modo.
La segunda posible justificación se antoja más ingenua. Se trataría de buscar -y en su caso encontrar- un punto de acuerdo con el gobierno sobre la reforma. La Corte aceptaría la elección de ministros, y a cambio el régimen se resignaría ante la no-elección de jueces y magistrados, así como ante la competencia de la Corte para opinar sobre la constitucionalidad de la reforma. De esa manera se evitaría la crisis o el enfrentamiento constitucional e institucional que parece casi inevitable a estas alturas. Creo que esta posibilidad sólo cabe en la mente de quienes no han entendido ni a AMLO, ni a Sheinbaum, ni a la 4T. Es absolutamente inimaginable que reculen en una parte de su reforma, que negocien con la Corte, que admitan cualquier cambio en su reforma. No va a suceder, cualquiera que sea el ofrecimiento que se les haga. Si esa fuera la motivación de González Alcántara, se equivocaría por completo.
El tercer razonamiento -el más probable- se reduce a lo que se ha llamado el autosacrificio o la "autocontención". Para que "no digan" que los ministros sólo se proponían defender sus intereses, la Corte se abstiene de impugnar la elección de sus futuros o actuales miembros, y en realidad no se pierde nada. Pero se pone en evidencia el carácter intransigente del oficialismo, si no llegara a aceptar el quid pro quo, algo evidentemente inevitable. De todas maneras, el gobierno va a desacatar la decisión de la Corte; mejor mostrarse altruista y desinteresada, y subrayar el contraste con la 4T. En mi opinión, se trata de una argumentación falsa.
Sí se pierde algo, y mucho: la defensa de lo correcto, de lo legal, de lo consecuente, ganando o perdiendo. Con esta ponencia, basada en esta tesis, la Corte avala la elección de ministros. El gobierno le va a restregar en la cara dicha aceptación de aquí a la eternidad. Si les preocupa "qué dirán", pues deben saber lo que dirán: que hasta los mismos ministros reconocieron que la elección por el sufragio universal constituía una buena idea y que, para ser consistentes, debieron admitir lo mismo para los jueces y magistrados. Jamás el gobierno le reconocerá a la Corte saliente la más mínima buena voluntad, decencia o sentido del Estado.
Comprendo la lógica de quienes intentan a toda costa evitar la confrontación con Sheinbaum. Recibió el voto de 60% de los mexicanos que votamos, y eso vale oro, y justifica muchos retrocesos, abdicaciones y hasta traiciones. Es entendible también la tentación de descubrirle a cada rato una pizca de moderación al régimen, y de esperar que adopte posiciones mesuradas, de conciliación y de búsqueda de consenso: algo que cada quien pueda apoyar. No tiene nada de grave contarse cuentos o intentar inventos. Pero eso son: nada más.