Supe sobre la escritora Angelina Muñiz-Huberman en mi último año de la carrera de Letras Hispánicas. No fue en una clase, ni en los pasillos de la facultad. Fue porque el novio que tenía entonces estaba haciendo su tesis de maestría sobre el escritor José de la Colina, hijo de exiliados españoles, que llegó a México cuando era un niño. En nuestras muchas charlas sobre ese tema alguna vez le pregunté si en la generación de los llamados hispanomexicanos se mencionaban autoras. Fue la primera vez que escuché su nombre.
Meses después encontré una novela suya: Dulcinea encantada, en una tienda de libros usados. Todo lo que había conversado sobre los hijos del exilio español en México cobró sentido cuando la leí. Había una búsqueda de identidad, a veces inventada o reconstruida al investigar a sus antepasados; nostalgia, extrañeza, desarraigo, y un largo etcétera que cada autor/a desterrado/a elabora en su propio estilo.
Como estudiante de literatura, descubrirla tuvo también otros significados. Me gustó bastante que la protagonista de esa novela fuera una niña que viaja en coche en medio del tráfico, y que pasa ese tiempo pensando, soñando e inventando que ella es —puede ser—, de manera simultánea, diversos personajes de novelas de caballería. Esa pequeña se refugia en un mundo literario que se entremezcla con su realidad, como hacemos las que fuimos lectoras desde niñas.
Desde ese primer acercamiento fui comprando los libros que me encon3traba de ella, que no fueron tantos como hubiera querido. En casi veinte años junté seis o siete títulos. Hace un par de años la incluí en el programa de un círculo de lectura para mujeres en el que leemos a autoras de distintas épocas y estilos.
Debo decir que ninguna de las asistentes la había escuchado nombrar y batallamos en conseguir los títulos elegidos. Cuando preparé la sesión en que platicaríamos de su obra descubrí que ha escrito más de una cuarentena de libros, entre narrativa, poesía y crítica literaria. Ha sido profesora de literatura comparada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM por varias décadas. Entre los galardones que ha obtenido por su escritura están el Premio Xavier Villaurrutia (1985), y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1993).
Una parte de mí no entendía por qué a alguien con tantos libros escritos, con una carrera literaria y académica sólida, y con una obra tan bella no se le conociera ni se le hiciera difusión. Otra parte de mí es consciente de que si eres escritora debes dedicar un tiempo a presentar, firmar, asistir a ferias, responder entrevistas, hacer promoción, en fin, actividades que no todas las autoras están dispuestas a hacer, no importan las razones (trabajo, hijos, timidez). A eso se suma que Muñiz-Huberman, como ya contaba, pertenece a una generación que no es española ni mexicana, y que ese estado intermedio en el que no eres de aquí ni de allá te relega de muchas formas. Podemos hablar incluso de género, esto es, la de ser una mujer escritora entre casi puros hombres en esa categoría de hispanomexicanos.
También me quedo pensando en que la escritura de las mujeres de otra época, por brillante que haya sido, suele ser recuperada (en gran medida) por otras mujeres, a veces escritoras, investigadoras, editoras, gestoras culturales, libreras, lectoras… somos a quienes nos parece pertinente traer a cuenta una obra que desapareció o de la que dejó de comentarse.
Hace unos meses me encontré con Iliana Olmedo, escritora y académica, y me contó sobre unos de sus temas de investigación, en la que precisamente se aborda a los hispanomexicanos. Yo le pregunté por Muñiz-Huberman. Se sorprendió de que tuviera referencia de ella. Le conté que la habíamos leído y cómo había sido que yo la comencé a leer.
Unas semanas después llegó a mis manos un libro que me había enviado la misma Angelina. Iliana Olmedo la entrevistó, y le dijo que tenía lectoras en el norte de México. Muñiz-Huberman, conmovida, dijo que no sabía que alguien la siguiera leyendo y me mandó uno de sus libros como obsequio. En la portadilla interior me dedica unas palabras en una caligrafía temblorosa. Este 29 de diciembre cumple 88 años. Yo quiero felicitarla por su cumpleaños en mi última columna del 2024, y sobre todo, quiero decirle gracias por su obra, por sus mundos inventados, fantásticos, medievales, cabalísticos, sefardíes. Claro que hay y habrá quienes la sigamos leyendo.