Créanme por favor, les aseguro que no es "depresión blanca" o "navideña". En serio, no se preocupen por mi estado de ánimo en esta época, pues les garantizo que al menos en mi padecimiento mental soy constante.
No es que quiera presumir, ya sea por tener vergüenza o carecer de motivos, pero si algo hay en lo que me queda de cerebro es su perseverancia: siempre ha sido caótico.
Quizá mis desvaríos tienen su raíz en la explicación que con carácter de inapelable dio alguna vez una respetable señora a mi conducta:
"Ay, Manuel, lo que pasa es que usted escucha música muy fea", expresó para después asegurar que el death y trash metal eran los culpables de mi tragedia existencial. Por supuesto que evité polemizar, pues en un descuido ella tendría razón y obligaría a vetar esas fuentes inspiradoras del caos. Conste pues en autos que el culpable de estas variaciones no soy yo, sino, posiblemente, la música que escucho.
Como podrá recordarse, hace una semana propuse sobre este tema incluir en el protocolo democrático la certificación de la salud mental de los candidatos a ocupar un puesto de elección popular, lo que debería ser tan importante como la declaración patrimonial y de intereses que debe cumplir quien pretende tomar decisiones de impacto colectivo.
Me atrevo a sugerir algo más producto de mi experiencia en los entretelones de la política: la declaratoria de honestidad sobre preferencias sexuales, nunca como criterio para conceder una candidatura y siempre como una garantía de la libertad, primero, de la persona aspirante y, luego, de la electa, para actuar bajo la luz conforme a su propia orientación, no por obediencia obligada a prejuicios sociales ni temor a la discriminación.
Me he encontrado con políticos que no encubren su homosexualidad, lo que ninguna relación tiene con el desempeño público; pero también he conocido otros cuyo malestar por no mostrarse como son, causa que vivan con amargura y hasta tensiones que terminan reflejándose en su trabajo público.
La normalización de la indiferencia o del silencio frente a lo que contradice la realidad, suele borrar temporalmente las contradicciones regurgitadas por lo existente, pero acarrea el peligro de que las circunstancias rebasen los muros que las aíslan de la vida real e inunden la existencia con verdades a destiempo.
Admitamos, o al menos cuestionemos, que basar la democracia únicamente en la herramienta del voto y la representación de los partidos, por lo pronto, no está siendo reflejado en la calidad de vida de las mayorías que hoy deben conformarse con "pastillas" contra la miseria y no con intervenciones "quirúrgicas" dirigidas a crear más riqueza y distribuirla mejor.
Beneficiarios de la corrupción y tlatoanis irán y vendrán, pero hay un ser humano de naturaleza constante, incapaz de liberarse de ella, con acceso potencial a posiciones desde las cuales puede señalar rumbos a la comunidad que le dio el voto mayoritario sin conocer su estado mental, situación que, inexorablemente, definirá en buena medida el desarrollo y resultado de su periodo de poder.
¿Por qué asumir que las malas noticias sólo causan miedo y no motivan para cuestionar lo cotidiano?
¿Creo que soy libre porque cierro los ojos para no ver las riendas que me conducen y están construidas por todo lo que almacena mi mente?
¿O lo soy porque decido desafiar los bloques que oprimen la esencia de mi ser libre?
Pero si la libertad, en cualquier caso, es una ilusión que a cada individuo corresponde creer o no, la salud de mente de uno resulta una realidad que puede transmitirse a muchos.